Un día una chica Indonesia me pregunto ¿Cómo has descubierto tu vocación para la vida religiosa?
Sin pensar mucho espontáneamente le respondí: Tenía 14 años, estaba cursando el segundo año de high school cuando presencié la ordenación del primer sacerdote nativo de mi pueblo. En el momento de la consagración cuando cantaban la Letanía de los Santos, el diácono se postraba en el suelo y al verlo surgió en mí en aquel momento un deseo fuerte: “Yo también ¡quiero consagrarme a Dios!”.
No sabía como podría realizarlo pues en mi pueblo no había religiosas. Guardaba en secreto mi deseo al mismo tiempo que procuraba acercarme más a Dios. Empecé a ir a Misa diariamente por las mañanas que significaba levantarme muy temprano, a las 4:30, para preparar el desayuno, ir a la Misa de 6:00 e ir al colegio que estaba justo al lado de la Iglesia. No encontré ninguna razón para faltar a Misa aunque tuviera fiebre o me encontrara mal físicamente.
Sin pensar mucho espontáneamente le respondí: Tenía 14 años, estaba cursando el segundo año de high school cuando presencié la ordenación del primer sacerdote nativo de mi pueblo. En el momento de la consagración cuando cantaban la Letanía de los Santos, el diácono se postraba en el suelo y al verlo surgió en mí en aquel momento un deseo fuerte: “Yo también ¡quiero consagrarme a Dios!”.
No sabía como podría realizarlo pues en mi pueblo no había religiosas. Guardaba en secreto mi deseo al mismo tiempo que procuraba acercarme más a Dios. Empecé a ir a Misa diariamente por las mañanas que significaba levantarme muy temprano, a las 4:30, para preparar el desayuno, ir a la Misa de 6:00 e ir al colegio que estaba justo al lado de la Iglesia. No encontré ninguna razón para faltar a Misa aunque tuviera fiebre o me encontrara mal físicamente.
Tenía una amiga que sentía también la vocación religiosa y las dos nos dedicábamos a limpiar la Iglesia los sábados por las tardes cuando no había gente. Ayudábamos a arreglar el carruaje para la procesión del Santo Entierro. Observaba que mi deseo de entrar en el convento acrecentaba todos los días.
Cuando terminé mi curso secundario fui a la capital de Manila para los estudios universitarios. Aquí pasó una anécdota que para mí fue la mano de Dios dirigiéndome, guiándome para descubrir su voluntad. Buscaba una residencia de monjas, junto con mi madre y mi Tía, cerca de la universidad Santo Tomas. Había muchas residencias y entre todas escogimos una llevada por las Hermanas Siervas de San José. Todo estaba preparado y mi madre regresó a mi pueblo. Una semana antes de empezar las clases decidí quedarme en la residencia Sagrada Familia y mi Tía fue a acompañarme. Recibí un disgusto muy grande cuando, al presentarme a la monja encargada, me informó con mucha pena que mi reserva se la habían dado a otra chica y que tal chica ya estaba usando mi lugar. Casi lloré de pena porque no era fácil encontrar un dormitorio y las clases ya iban a empezar. La monja nos aconsejó intentar buscar y así anduvimos en aquella tarde calurosa, no había lugar vacante... Ya estábamos desesperadas cuando recibimos una información de un dormitorio en la calle Moret. Enseguida fuimos, la monja filipina de las Religiosas de la Virgen María nos acogió con mucho cariño, nos llevó a la capilla de la residencia y me registré y marqué el día de entrada. Un día antes de empezar las clases fui a la Residencia Cardenal Spínola en la calle Moret acompañada por mi Tía Enyang para quedarme. Y ¡cual grande mi sorpresa! La residencia pasó a las Spínola Sisters. La monja que me recibió no sabía nada de ingles, era Madre Epifanía. Y ella sólo se comunicaba en puro español. Las otras religiosas Hna. Ángeles y Luz Romero hablaban ingles de Inglaterra.
Enseguida me hice amiga de una residente que tenía vocación religiosa para las Dominicanas de Siena. Yo frecuentaba la Eucaristía todos los días en la capilla de la residencia; los domingos participaba en las reuniones Vicencianas y visitaba los hospitales cerca de la universidad, visitaba las casas con una compañera del mismo colegio, por lo que mi deseo de entrar en el convento fue cada vez más fuerte. No podía concentrarme en mis estudios. Tenía muchas dudas si tenía de verdad vocación religiosa. Decidí entonces participar en los encuentros vocacionales de las Hijas de la Caridad. Hablé con la Hermana encargada y quedamos en que iba a entrar en esta Congregación.
Cuando estaba preparando el momento oportuno para decírselo a mis padres tuve que operarme por un quiste en el pecho… Esta experiencia me marcó porque las Hermanas me cuidaron y sin esfuerzo mío expresé mi deseo de ser Spínola Sister. Después de decidirme a entrar en la congregación de las Esclavas del Divino Corazón recibí la carta de la Hermana de Caridad enviándome los papeles que tenía que rellenar. Pero me mantuve en la decisión de ser Spínola Sister.
Al fin el momento oportuno llegó y escribí una carta de 8 páginas a mis padres para pedir su permiso para entrar en el convento. Fue muy dura para mis padres la noticia porque siendo la mayor estaba en el plan de responsabilizarme para ayudar a mis hermanos menores a terminar sus estudios. Al leer mi carta mi padre se quedó mudo. Mi madre enfermó por casi un mes sin poder diagnosticar la enfermedad, de manera que casi muere.
Era septiembre y al llegar la fiesta del Arcángel San Miguel, patrón de mi pueblo, por la mañana mi madre se puso a rezar y escuchó en la oración que Dios le decía: “Si hoy tu hija te pide el permiso para el casamiento, ¿que responderías?” Mi madre entendió el mensaje, que era Dios quien me llamaba a ser religiosa; entonces respondió a Dios: “SI, yo le doy el permiso a mi hija.” El día siguiente después de casi 30 días de estar en la cama mí madre se levantó, tomó un baño y a los pocos días cogió el avión para ir a la capital de Manila para comunicar a la Hna. Ángeles su permiso, pues lo necesitaba teniendo todavía 19 años.
Como conclusión he dicho a la chica Indonesia que Dios que nos llama, nos providencia todo para guiarnos y dirigirnos para encontrar el camino hacia el cumplimiento de su llamada.
Hoy, mirando atrás después de 41 años en la vida religiosa, empecé a reconocer muchos detalles que marcan el paso de Dios en mi vida desde el seno de mi madre. Tuve la suerte de conversar con mi madre algo de la historia de su vida. Mi madre quería ser religiosa de la congregación de las Religiosas de la Virgen María (RVM) pero mis abuelos no la dejaron. Un día decidió escaparse para ir al convento pero en la calle se encontró con mi padre que era su pretendiente entonces y mi madre cambió su meta, fue con mi padre a la casa de sus padres y se casaron sin el consentimiento de mis abuelos.
Mi madre sufrió mucho. Según ella cuando estaba embarazada de mí ella tuvo un sueño que subió a una montana y ofreció a Dios su hija. Este detalle me llegó muchísimo dándome la alegría de saber que “desde el seno de mi madre ¡Dios ya me había consagrado!”
Otras memorias de niñez me hicieron reconocer la mano de Dios en mi vida: durante el mes de Mayo, mes de Flores y mes de María, yo iba a la Iglesia todos los días por la tarde junto con otros niños vecinos para ofrecer flores a nuestra Madre. Recuerdo que hice esta devoción hasta que salí de mi pueblo para estudiar en la capital de Manila. Me gustaba siempre ir a la Iglesia sin saber por qué. Cuando hice la Primera Comunión, una experiencia inolvidable fue que al regresar a mi casa, después de la Misa yo sentía como “calor” en mi pecho, se lo conté a mi madre. Esto me marcó profundamente.
Todas estas experiencias me ayudaron a no dudar de mi vocación aunque pasé dificultades, muchas luchas y sufrimientos en la vida.
La perseverancia en la vida religiosa es obra de Dios, es puramente una gracia unida a la propia convicción de la existencia de Dios en mi vida, de sus providencias en momentos importantes en la jornada, de sus intervenciones y sorpresas que me llevaron a profundizar mi fe y entrega total a su Divino Corazón. Me siento Esclava, con deseos de decir siempre “SI” en todo lo que El quiere hacer conmigo. Por último, la voluntad de Dios de ir a Japón ha sido para mi una gracia muy grande por que me he encontrado la otra fase de Dios, conociéndole más y creciendo más en mi fe y vida consagrada al servicio del Reino. Es una experiencia gratuita de sentirme en casa aquí en Japón y cualquier destino al que Dios me envía.
¡Amen! Que mi vida sea una bendición a Dios y para su gloria. Amen!
Nilda Hallasgo Palad ADC
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