Me bauticé un día antes de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Medio año antes de mi Bautismo yo no creía en Dios ni en Jesucristo. Cuando tenía 24 años, fui de viaje a España como turista. Desde mi infancia me faltó consideración hacia mi familia, mis amigos y la gente de alrededor. Yo vivía la vida a mi antojo y aunque la gente me decía era muy caprichosa, yo no lo admitía, y seguía viviendo así cada día. Cuando me dí cuenta de que mi comportamiento había hecho daño a otras personas me dio un asco tremendo de mí misma y perdí el sentido de la vida.
Llegué a pensar que era mejor caer hasta el fondo, ya que no podía ser una niña buena. Después de terminar la ESO y el Bachillerato, se me presentó de repente la ocasión de viajar a España. Y pensé que si salía de Japón podría ser una persona nueva, así que aun sin el permiso de mis padres emprendí el viaje. En la Residencia Universitaria de las Esclavas me encontré con una chica filipina. Ella era una cristiana muy fervorosa que participaba en la Misa cada mañana. Yo no entendía ni el idioma ni el significado, pero me gustó el ambiente solemne y comencé a asistir. En la Misa de Nochebuena, cuando me invitaron a besar al Niño después de la Misa, sentí dentro de mi corazón que era una tontería ir a adorar un muñeco, y me reí por dentro; de las 200 personas que estaríamos allí, yo fui la única que me quedé sentada. Esa noche no pude dormir porque me sentía muy triste y sola. Y esa noche escuché algo dentro de mí, no sé si sería la voz de mi corazón, pero sentí me decían: “Tomoko, ¿hasta cuando vas a seguir siendo cabeza dura?” Yo pregunte: “¿Eres tú Dios que me habla?” Por supuesto no obtuve ninguna respuesta. Pero a partir del día siguiente yo sentí que quería aprender más sobre Dios y sobre Jesús; y con el diccionario en la mano empecé a recibir catequesis. 6 meses después, el 24 de junio, recibía el Bautismo en la iglesia del colegio de las Esclavas de Sevilla. Lo primero que brotó de mi corazón ese día fue el deseo de volver a Japón, porque allí (aquí) había tanta gente que no conocía el amor personal que Dios les tiene. Y yo quería decirles que Dios no nos ama porque seamos buenos, sino que nos ama como somos. En el pasado yo había sufrido por sentir que no había amor dentro de mí. Ahora sentía que el amor es recibir/aceptar a Dios, a Jesús y a los demás de corazón.
Volví a Japón, y después de 3 años, entré, naturalmente, en la Congregación de las Esclavas del Divino Corazón. Yo había ido a España como turista y solo me había preparado básicamente sobre la lengua y las costumbres. Pero la alegría, la simplicidad, la acogida de las Hermanas me hizo no sentirme agobiada y pude tener una estancia agradable y feliz. En medio del frío de Madrid o del calor grande de Sevilla, ver como las Hermanas transmitían su alegría, ver su amabilidad con las alumnas y con todo el mundo, ver como seguían trabajando con el mismo entusiasmo, más que tocarme el corazón fue para mi motivo de asombro. Yo comprendí que el corazón de esas Hermanas había sido atraído por Jesús, y sentí envidia de Jesús. Por mi parte yo solo había recibido amabilidad y cuidado, aunque yo no había hecho nada para merecerlos. El estar recibiendo el amor de tantas personas me hizo pensar que era el Señor el que movía el corazón de las personas para que me amaran. Yo, como Esclava siempre he trabajado en el campo de la educación y siento que he recibido mucho amor, del Corazón de Jesús, del corazón de otras persona y del corazón de los niños, así como mucha alegría y gracias. Y hasta el día de hoy vivo agradeciendo.
Cuando yo viaje a España yo tenía un novio en Japón. Me marché prometiéndole que volvería a los 3 meses, pero al sentir la llamada del Señor escogí la Vida Consagrada. Desde entonces, hace 32 años, he tenido ocasión de ver a mi antiguo novio, y me ha dicho “es extraño, te veo mucho mas alegre que la Tomoko de antes, estoy seguro de que eres feliz. Tú, Tomoko, no eras solo para mi sino que eras para todos, adelante, sigue por ese camino.” Hasta ahora muchas veces he oído explicaciones de los 3 votos, por parte de la Congregación y de otras personas consagradas, pero las palabras de uno que no es cristiano me han hecho entender mejor el sentido de mi vida y me han estimulado a vivirla a fondo.
“En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él:” I Jn 4,9.
Tomoko ADC
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