Esta es la pregunta que me hacen y piden que responda.
¿Qué por qué soy Esclava? Creo que porque Dios se apañó para que lo fuera. Tengo claro que yo no elegí serlo, aunque fuera yo quien diera el paso.
No quería ser monja. Si algo no quería ser era monja. Yo quería ser arquitecto. Me parecía una carrera que aunaba muy bien la creatividad, la belleza, y el rigor, lo exacto. No quería ser monja: me resultaban rarísimas y ajenas a la vida: su mundo se reducía a las paredes del colegio. No digo que fuera así, sino que yo las percibía así.
La primera vez que se me pasó por la cabeza tenía sólo 14 años. Cómo fue no lo sé, sólo que se me pasó por la cabeza. Fui razonadoramente fría y me dije: “Soy muy chica para pensar en eso”, y lo espanté sin más. No lo resolví, sólo lo espanté. Pasaba el tiempo y la idea seguía ahí; seguía ahí insistentemente así que, en lo que entonces se llamaba 6º de bachillerato, en edad hoy 4º de ESO, la enfrenté. Yo notaba que algunas monjas “me echaban el gancho” que se decía entonces. Me molestaba sobremanera. Hice un par de consultas a personas ajenas al colegio. En Preu (Preuniversitario, el equivalente a COU pero con edad de 1º de Bachillerato de hoy), me decidí a dar el paso durante unos Ejercicios Espirituales que hicimos en el colegio antes de las vacaciones de Semana Santa. Sé que lo decidí, pero de aquel Retiro, no me acuerdo más que del final de una historia que contó la persona que nos lo dio. Decía: «…Y yo me dormiré en tus brazos mientras me cuentas un cuento que dice: “Erase un hombrecito de la tierra y un Dios que lo quería”.»
Dos fueron las tentaciones grandes que tuve para no ser monja: una, el miedo a enrarecerme; la otra que las monjas del colegio pudieran creer que habían sido ellas las que habían conseguido “echarme el gancho”. Había más cosas, pero estas fueron de verdad las trampas en las que pude caer y, ¡gracias a Dios!, no caí.
No sabía muy bien porqué tenía que ser monja, pero sí sabía que de no serlo no hacía lo que tenía que hacer. Así que me dije: “Pues si me enrarezco que me enrarezca, y si se creen que han sido ellas las que lo han conseguido, me aguantaré aunque me de coraje.”
Y aquí estoy. Entré en el Noviciado en enero de 1964. Tenía 17 años. Ahora en el 2011 cumplo 47 años de monja, ¡que no es cualquier cosa!
A estas alturas, y vivido lo vivido en esta familia que iniciaron Celia y Marcelo, creo que tengo autoridad moral para afirmar que ser monja, y serlo como Esclava del D.C., es un modo interesantísimo de vivir la vida.