“No os buscó Dios ni porque lo merecieseis ni porque os necesitase; os buscó por un solo motivo, por el amor que os tenía, y para estrechar con vosotras una alianza, que no se romperá nunca”. M. Spínola
Nací el día de San Juan Bautista pero fui registrada el 25 de Junio de 1951. Yo soy la mayor de seis hijos, 3 varones y 3 mujeres de una sencilla familia en la provincia. Mis padres son Católicos pero no practicantes. Mi padre trabajaba en el campo como empleado, era muy trabajador.
Cuando era niña asistía a catequesis e hice mi primera comunión sin que mis padres se enteraran, más tarde lo supieron. Después de mi educación primaria dejé los estudios por dos años porque mis padres tenían problemas económicos y en aquel momento no había ningún colegio público cerca. Había un colegio parroquial pero tampoco pudimos. Después de dos años, mi hermano y yo continuamos estudiando juntos.
Durante los años en el colegio, algo despertó dentro de mí. Me gustaba asistir el manifiesto cada viernes. Intentaba no faltar a misa cada los domingos y cada día si había posibilidad, y sentía atracción por el Sagrado Corazón. Me di cuenta después.
Pocos meses antes de mi graduación, mi padre tuvo un accidente de coche. Desde entonces él siempre estuvo enfermo y finalmente cogió tuberculosis. Todos nosotros dejamos de estudiar otra vez excepto mi hermano pensando que cuando terminase podría ayudarnos a todos nosotros. Me fui a Manila para trabajar para ayudar a mi familia. Mi padre nunca se curó de su enfermedad empeoró y mi hermano se vio obligado a dejar los estudios y trabajar. Después de 4 años mi padre murió, un mes antes de yo llegar a casa.
Yo nunca pensé en volver a Manila. Monté un pequeño negocio, una pequeña tienda y estaba prosperando. Después de algún tiempo, alguien de un barrio cercano vino a nuestro lugar buscando dos chicas. Una tenía que saber inglés porque tenía que trabajar con un grupo de hermanas española en Manila. Ellos fueron a mi casa porque sabían que me había graduado en secundaria; que sabía inglés y estaba interesada. Al principio, tenía mis dudas porque a mí me iba bien en el negocio pero también tenía curiosidad porque ya había oído que algunas chicas de un barrio cercano estaban trabajando con algunas hermanas de las Carmelitas de Vedruna y estudiaban al mismo tiempo (aunque ya no estaba interesada en continuar mis estudios). Dentro de mí, hubo una voz que decía “Inténtalo, no vas a perder nada si lo intentas” y mi madre también me animó a intentarlo. Así que, fui a probar.
Después de una semana, mi compañera de trabajo me dejó sola, lo que significó que tenía que hacer yo todo el trabajo: cocinar y limpiar. Me sentí extraña conmigo misma porque, con esa situación y con ese montón de trabajo, me sentía contenta por dentro.
Empecé a tener curiosidad por la vida de las monjas, cómo podían ser felices sin tener familia (esposo e hijos) y comencé a cuestionarme sobre el sentido de la vida. Siempre hablaba con Rosalinda (una hermana Esclava), le hacía muchas preguntas. Entonces empezaron a invitarme a comer, a rezar y a ir a misa con ellas. Fue en Mayo cuando llegué al convento y en diciembre de 1974 llegó de España una hermana con la noticia de que la misión en Filipinas iba a cerrar y tenían que abandonar el país. Yo me desanimé porque sentía dentro de mí algo, el deseo de ser como ellas. Entonces empezaron a desplegarse ante mí todos los problemas: No había terminado la Universidad, mi familia era pobre, yo era la hija mayor y mi familia me necesitaba. Con el deseo de convertirme en religiosa, necesitaba continuar mis estudios, pero el gran problema era que no tenía dinero. Hna. Ángeles habló conmigo sobre mis planes, me dijo que estaban dispuestas a ayudarme en mis estudios y me darían la libertad para unirme a otra Congregación si mi deseo persistía al terminarlos. Comencé todos los preparativos. Tuve que hacer el examen de ingreso del Gobierno para la Universidad de Santo Tomás. Hna. Ángeles organizó todo con las Hermanas Carmelitas de la Caridad de Vedruna para que pudiera estar en su casa estudiando mientras trabajaba. Mi carrera era profesora.
Continué mi correspondencia con Hna. Ángeles que fue destinada a Brasil. A mediados del curso escolar, de repente en su carta, me preguntó si todavía tenía el deseo de ser religiosa. Le dije que sí, precisamente esa es la razón por la que estaba haciendo todas estas cosas. Ella me invitó a hacer un discernimiento, hablar con Hna. Amelia la Superiora y pedir la ayuda de un sacerdote. Hice todo lo que ella me dijo. Y después de una semana tomé la decisión, pronuncié “mi FIAT”. Después me di cuenta que todavía tenía un gran problema que enfrentar y que podría ser un obstáculo. En nuestra cultura, por ser la mayor de la familia tenía una gran responsabilidad, sobre todo con la ausencia de mi padre. Mi último recurso era mi hermano el que me sigue, Oscar. Hable con él sobre mi deseo. Me sorprendí con su respuesta, inmediatamente me dijo: “Sí, si eso es lo que quieres, y lo que te hará feliz, porque si él hubiese tenido vocación al sacerdocio el podría estar vistiendo sotana” Me dijo que no me preocupara porque él iba a asumir mi responsabilidad. Me dio sus bendiciones y ya no tuve más problema ni con mi madre. Él es mi ángel, mi salvador, fue fiel a sus palabras. Ayudó a mis hermanos (hoy ya tienen sus propias familias) a terminar sus estudios aunque él no terminó los suyos. Y hoy a él le va bien con su y cuida a mi mama enferma.
Mientras terminaba mis estudios, mis documentos estuvieron listos y en Mayo de 1977 me fui a Brasil donde empecé mi formación.
El Señor me encontró.
Frebonia S. Tocmo, ADC (Bonnie)
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