¡Hola familia! De nuevo nos encontramos a través de la “Ventana a Ecuador”, ahora para contaros cómo hemos pasado esta Semana Santa. Sin mucho preámbulo comienzo a explicaros un poquito.
Victoria, Jerline y yo junto con ocho chicos del colegio hemos ido de misión a Puerto Nuevo, un pueblecito a una hora de Santo Domingo. Llegamos el lunes por la noche y estuvimos allí hasta el sábado por la tarde, después de celebrar la Vigilia Pascual. La realidad de este pueblo, como otros muchos en diferentes lugares del mundo es que el cura sólo puede ir allí a celebrar la Eucaristía una vez cada quince días (pues lleva 14 pueblos más), entre tanto dos catequistas ayudan al pueblo a vivir su fe.
Los primeros días estuvimos visitando las casas e invitando a la gente tanto a las celebraciones para el pueblo que las hacíamos por la tarde como a la misión para niños y jóvenes que teníamos por las mañanas. El miércoles fuimos a "La Avanzada", un poblado "cercano" (2 horas caminando o 20 minutos en carro por caminos de lodo) para invitar a la gente a las celebraciones y misiones y ya de paso rezamos con ellos el rosario.
Por las mañanas trabajábamos con niños y jóvenes diferentes temas sobre cada uno de los días del triduo y por la tarde celebrábamos los oficios con el pueblo (niños y mayores). El estar con niños por las mañanas me habla de la necesidad de transmitir a un Dios que es Amor. Me impresiona la sed de Dios que tiene la gente, los niños allí.... Me sorprendía una abuelita que caminaba todos los días desde la Avanzada (dos horas para ir y otras dos para volver) para llegar no sólo a las celebraciones, sino también a la misión de los niños para que la nieta pudiese participar. La fe sencilla de gente sencilla que acoge, que da de lo que tiene, que acude a las invitaciones... es paso de Dios.
Cada día comíamos en casa de alguien del pueblo que nos invitaba, dormíamos en la capilla, con unas lluvias que no nos mojaban, pero que parecía que el techo de uralita lo iba a tirar, pero hasta eso era paso de Dios, como toda la experiencia, en mi vida y en la de todos los que hemos participado en ella. Íbamos a darnos, sin conocer la realidad que nos íbamos a encontrar, con diferentes modos de hacer las cosas… en medio de todo fiarse de Dios, de mis hermanas y compartir con ellas y con los chicos alegrías, incertidumbres, deseos... Él se ha paseado estos días por allí en medio de todo y a mí me ayuda a valorar lo que tengo, a no quejarme, a disfrutar cada día de la vida, a no poder callarme tanto bien recibido y quererlo compartir.
Ahora continuamos viviendo al Resucitado en nuestra Galilea actual: Solanda, en Quito, donde Él se nos hace el encontradizo como a los discípulos de Emaús.
En nombre de la comunidad.
Mercedes Blanco