Abrirse al perdón es abandonar la actitud del niño caprichoso y asumir la paternidad como perspectiva básica en la vida. Henri Nouwen reproduce unas palabras que le dirigió una amiga suya, comentando esta parábola: “Tanto si eres el hijo mayor como si eres el hijo menor, debes caer en la cuenta de que a lo que estás llamado es a ser el padre. (...) Toda tu vida has estado buscando amigos, suplicando afecto, has estado interesado en miles de cosas, has rogado que te apreciaran, que te quisieran, que te consideraran. Ha llegado la hora de reclamar tu verdadera vocación: ser un padre que puede acoger a sus hijos en casa sin pedirles explicaciones y sin pedirles nada a cambio. (...) Mirando al anciano vestido con aquel manto rojo, sentía una profunda resistencia a pensar en mí de aquella forma. Pero la idea de ser como aquel anciano que no tenía nada que perder porque ya lo había perdido todo y sólo le quedaba dar, me abrumaba”.
Al respecto, Nouwen reflexiona: “¡Era tan fácil identificarse con los dos hijos! Su desobediencia es tan comprensible y tan humana que el identificarse con ellos surge de inmediato. (...) Pero, ¿qué hay del padre? ¿Por qué prestamos tanta atención a los hijos cuando es el padre el centro, aquel con quien debo identificarme?. (...) Si Dios es misericordioso, los que aman a Dios deberían ser misericordiosos. El Dios que Jesús anuncia, y en cuyo nombre actúa, es el Dios de la misericordia, el Dios que se ofrece como ejemplo y modelo de comportamiento humano. (...) El padre de Rembrandt es un padre que se ha ido vaciando de sí mismo por el sufrimiento. A través de muchas muertes se hizo completamente libre para recibir y para dar. Sus manos extendidas (...) son manos que sólo bendicen, que lo dan todo sin esperar nada” (Ibid. pp. 132 – 136 y 151).