
Observa el cabello suelto y despeinado, como si viniera ahora mismo de hacer la calle, con el vestido rojo pasión, dejando provocativamente los hombros al aire. Los labios pintados de un rojo intenso y la mirada hundida en una indescriptible tristeza.
Prostituta no es solo la que ofrece sexo a cambio de dinero. Hay muchas maneras de venderse, de perder la dignidad. A veces vendemos nuestra alma por un poco de aprecio, de popularidad; vendemos nuestro tiempo y esfuerzo para que los demás nos admiren. Empleamos tantas fuerzas en seducir, en atraer la aprobación del otro a cualquier precio, que, a veces perdemos el sentido de quiénes somos.
Jesús siempre tuvo una delicadeza especial para con las prostitutas. Las trataba como nadie las trataba. Les devolvía la dignidad solo con mirarlas. Hasta un día dijo que Dios las prefiere a muchos sacerdotes y beatas de parroquia.
Observa cómo coge el pan, como si se lo acabara de entregar Jesús. Y cómo aprieta el vaso de vino (el vino de la alegría) contra su pecho, con los dedos señalándose, como si no se terminase de creer que sí, que es ella una de las invitadas.
¿En qué te pareces tú a ella?
¿Tienes algo que te avergüenza? Identifícalo.
Si es así, siente cómo la mirada de Jesús te acepta, te perdona, te da el pan y el vino, y te dice suavemente: “come de mi cuerpo, bebe de mi vino, porque tú eres una de las preferidas de Dios”.
¿Qué sentimiento te brota al contemplar la imagen?
Dirígete al Señor con tus palabras, haz tu oración