
Hay varios detalles que llaman la atención. De todos los personajes parece que es el único que está hablando con Jesús, tiene los labios abiertos como si empezase a hablar. Ha tomado el vaso en la mano y parece que se dispone a levantarlo y brindar con Jesús.
Se me ocurre pensar en aquella escena de Mt 25, en la que Jesús les cuenta la parábola del Juicio Final a sus discípulos. En ella Jesús dice quién se salvará: “Venid, benditos de mi padre. Porque tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me disteis de beber”. Los buenos, cuando oyen esto replican: “¿Cuando te dimos de comer y beber?” Y Jesús responde: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos pobres, conmigo lo hicisteis.” Entre Jesús y el inmigrante parece que se está reproduciendo este diálogo.
Pero hay un detalle que se nos escapa: todo el mundo tiene su trozo de pan, salvo el inmigrante. ¿Dónde está su pan? Precisamente está todavía en las manos de Cristo. Pero ¿por qué? Sencillamente porque el inmigrante no puede cogerlo, tiene la mano vendada. En este preciso momento Jesús, no sólo va a darle el pan, sino que se lo va a dar de comer él mismo.
Ese es el misterio de la última cena. Dios está siempre al lado de los pobres, ellos son sus mimados, sus preferidos. Ellos son las víctimas. Jesús también fue una víctima: ¿cómo no va a tener un trato de favor con ellos?
Y tú ¿serías capaz de compartir tu pan con el inmigrante, con el pobre, el enfermo, el abatido, el que no cuenta historias fantásticas, ni provoca risa sino pena?
¿Dónde están los pobres en tu vida?