El personaje central: Jesús
Cristo aparece como el personaje central y principal, incluso dimensionalmente; los demás personajes son mucho más pequeños. Pero lo que más llama la atención del espectador es la luminosidad del cuerpo de Jesús: los otros personajes y la decoración tienen colores intensos u oscuros, en cambio el cuerpo de Cristo se destaca sobre un fondo negro con franjas rojas. Según M. Boyer, que remite a la obra de Portal, el negro es el símbolo de la contradicción, el pecado y la muerte; el rojo, es el símbolo del amor divino. Sobre este fondo negro y rojo se destaca el Cristo luminoso y magníficamente aureolado, que induce a pensar en lo que Él dice de sí mismo: «Yo soy la Luz del mundo» (Jn 9,5), y en las palabras del prólogo del cuarto evangelio: «La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre... y la luz brilla en las tinieblas» (Jn 1, 9 y 5). El Cristo de San Damián aparece sobre todo como la luz que brilla en las tinieblas que lo rodean; quienes reciben esa luz, se hacen hijos de Dios (Jn 1,12), tienen la vida, porque Cristo es «la Vida y la Luz de los hombres» (Jn 1,4), y, por tanto, han visto su gloria, «gloria que recibe del Padre como Hijo único» (Jn 1,14). El cuerpo de Cristo es luminoso, la tela que lo cubre desde la cintura a las rodillas es blanca, la aureola es dorada. El único color visible sobre el cuerpo de Jesús es la sangre que brota a hilillos de las manos, los pies y el costado derecho, como para derramarse sobre los asistentes que se tornan así partícipes del combate del Salvador.
Contempla al Cristo resplandeciente sobre el fondo negro (contradicción, pecado) y rojo (amor divino). Recuerda la Palabra “La luz brilla en las tinieblas” “Yo soy la luz del mundo”
¿Qué tinieblas, qué oscuridad te amenaza, te pesa?
El Señor es la luz y la vida, quien recibe su luz se hace hijo de Dios. ¿De qué manera ha sido Cristo luz para ti? Déjate iluminar por su vida, por su amor.
La cabeza de Cristo merece especial atención. No tiene corona de espinas ni sangre; si la palidez del cuerpo hace pensar en un cadáver, el tono más oscuro del rostro, la ausencia de llagas y sangre y, sobre todo, los grandes ojos abiertos demuestran que se trata de un ser vivo; los largos cabellos y la barba subrayan todavía más el rostro viviente. Como en todos los crucifijos sirios, Jesús está vivo, a pesar de la llaga del costado que significa la muerte; sus ojos apacibles y serenos, unos ojos contemplativos que miran a lo lejos sin detenerse en un objeto o una persona concretos, fijan la mirada, más allá de lo terreno, en Aquel que no le abandona nunca: «El Padre y yo somos una sola cosa» (Jn 10,30; 17,22); «El Padre está en mí y yo en el Padre» (Jn 10,38; 14,11; 17,21); «No estoy solo, porque el Padre está conmigo» (Jn 16,32).
El Hijo, que jamás se separa del Padre, ha venido sin embargo en medio de los hombres y ha muerto por ellos, para reconducirlos al Padre y glorificar al Padre: «Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar» (Jn 17,4). A su vez, el Padre glorifica al Hijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo» (Jn 17, 1 y 5); «Es mi Padre quien me glorifica» (Jn 8,54). Así, a pesar de la presencia de sangre, la cruz se ha convertido en trono donde Jesús aparece tranquilo y majestuoso, digno y sereno, unido al Padre en una paz que resplandece en todo su ser, verdadero Dios y verdadero hombre. Pero hacía falta la cruz para que pudiéramos captarlo: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy» (Jn 8,28). Esto es lo que expresa el icono de San Damián, y lo que experimentan quienes lo contemplan de verdad.
Ante el dolor y el sufrimiento, la paz que procede de mirar más allá, a Aquel que no abandona.
La serenidad de Cristo procede de su confianza y abandono en el Padre, sabe quién tiene la última palabra.
“No estoy solo porque el Padre está conmigo”.
Trae alguna situación de dolor y sufrimiento, contempla el rostro de Cristo. Déjate inundar por su serenidad y confianza. El Señor te dice: “no temas, no estás solo, yo estoy contigo”
¿Qué oración me brota al Señor después de la contemplación?
(www.franciscanos.org)