
Observa el cuadro
Un lugar inhóspito, una cueva rocosa con salientes puntiagudos. Una tormenta se cierne en el horizonte y un fuego está consumiendo un bosque. Una figura humana sentada y encogida, cubierta por un manto rojo, con la cara tapada y la mano en los ojos como asegurándose de que no ve nada.
Y sin embargo, toda la fuerza de los elementos, la violencia de los colores, no son capaces de acallar el estrépito visual que ejerce la hoja verde sobre la mano abierta del personaje.
Lo inesperado
¿Cuántas veces has sentido que se hundía el mundo bajo tus pies y, sin embargo, de una manera misteriosa se fue arreglando todo? Casi nunca se cumplen nuestros peores pronósticos.
A veces nos sentimos acuciados por nuestros temores y nos angustia no obtener una respuesta inmediata de parte de Dios. Y es que Dios no es como el servicio técnico que te atiende cuando algo no funciona.
A Dios le gusta actuar de forma misteriosa a través de lo inesperado, de lo sorprendente, justo cuando uno está a punto de abandonar. Y es justo que lo haga así, para que nosotros agotemos todas las posibles soluciones que están en nuestra mano. Pero, sobre todo, lo hace así para que aprendamos a esperar.
El personaje del cuadro siente la soledad, la dureza de la roca, la presencia intimidante del fuego y la tormenta. Se cubre el rostro porque no ve salida y aún así..., deja abierta su mano izquierda esperando lo inesperado: en medio de la desolación y la muerte, una ráfaga de viento hace posarse una hoja verde en su mano.
La esperanza es la virtud inquebrantable de aquel que sabe por experiencia que Dios no falla nunca, que siempre nos guarda sorpresas incluso cuando lo más racional sea tirar la toalla.
Lo define muy bien S. Pablo:
"Estimo, en efecto, que los padecimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que ha de manifestarse en nosotros. Porque la creación está aguardando en anhelante espera la manifestación de los hijos de Dios, ya que la creación fue sometida al fracaso, no por su propia voluntad, sino por el que la sometió, con la esperanza de que la creación será librada de la esclavitud de la destrucción para ser admitida a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación gime y está en dolores de parto hasta el momento presente. No sólo ella, sino también nosotros, que tenemos noticias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, esperando que Dios nos adopte como hijos, la redención de nuestro cuerpo. Porque en la esperanza fuimos salvados; pero la esperanza que se ve no es esperanza, porque lo que uno ve, ¿cómo puede esperarlo? Si esperamos lo que no vemos, debemos esperarlo con paciencia.
¿Qué más podremos decir? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?¿ Quién podrá separarnos del amor de Cristo?¿Las dificultades, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Pero en todas estas cosas salimos triunfadores por medio de aquel que nos amó. Porque estoy persuadido de que ni la muerte, ni la vida, ni el poder, ni la amenaza, ni la altura, ni la profundidad, podrán separarnos del amor de Aquel que ha dado la vida por nosotros." (Rom 8, 18-31)
Dios de las sorpresas.Dios de lo inesperado,tú te acercas a nosotrosdelicadamentesuspirándonos al oídotu presencia en mediode los ruidos de nuestro mundo.
Haznos más sensibles
al sonido de tu nombre,para que sepamos descubrirteen medio de nuestra viday buscarte allíen aquellos extraños sitios donde tú,pacientemente, nos esperas.
Textos bíblicos de apoyo
El Dios de las sorpresas
1 Re 19,1-13; 1 Sam 16, 1-13; Juec 6, 11-24; Lc 1, 26-38; Is 55,8; Mt 16, 22-23
La tranquilidad de Dios
Zac 4, 6; Sal 23,2; Sal 46, 10; Sab 18, 14-15; Is 30,15; Sal 131; Is 42,1-4.
Elección
Dt 30,15-20; Lc 10,42; J n 15,16; 1 Cor 1,18-31; Ef 1, 3-14.