
El cuadro
La obra de Cristo y el abad Mena, está enmarcada en un soporte cuadrado de madera. A primera vista, podemos decir que lo que más destaca de ellos, es el tamaño: Cristo es algo más alto que el abad, sus cabezas y ojos grandes, el rostro, las letras de alrededor…
Cristo viste una túnica y un amplio chal de color marrón. El chal sirve como mantón, pues está colocado sobre la axila derecha, recubre el hombro izquierdo y recae sobre este brazo, que está doblado porque sujeta un libro que se piensa que son los Evangelios. La otra mano aparece sobre el hombro derecho del abad, en señal de acompañamiento y protección. Algo curioso de la obra, es que a Cristo no se le ven los pies, sin embargo, en el cuadro original que fue descubierto en 1901- 1902 sí se ven los pies desnudos de Cristo, al igual que los del abad.
Si nos centramos en la cara de Cristo, podemos destacar muchos rasgos: la cara es un óvalo regular, a diferencia de la del abad Mena que es más alargada. Ambos tienen las cejas arqueadas, prolongadas por una larga nariz y grandes ojos almendrados, fuertemente subrayados de un trazo negro y ojeras verdosas. El contorno de los ojos tan marcados, refuerza según el arte copto, el sentimiento de unidad interior que caracteriza a los santos.
El rostro del abad está algo más demacrado que el de Cristo. Ambos tienen tras de sí, una aureola amarilla, con borde oro- rojo. En la aureola de Cristo, hay una cruz de tinte gris, mientras que la del abad no posee nada en su interior.
El abad viste una túnica de color oro- amarillo, adornado con dos pasamanos de color oro- rojo. Por debajo se puede apreciar que el abad lleva otra túnica de color blanco, adornada con dos pasamanos de oro- rojo, continuando los de la túnica de encima, sobre los pies desnudos. Se puede observar, que con la mano derecha el abad parece que hace la señal de la bendición a Cristo, mientras que en la izquierda lleva un rollo, en el que muchos piensan que contiene las reglas del monasterio. Ambos personajes aparentemente permanecen estáticos, con posturas frontales y actitud hierática, no porque carezcan de espiritualidad, sino todo lo contrario, porque tienen en exceso.
En el centro del cuadro, hay una cruz, encerrada en una “coronis” propio de manuscritos griegos y coptos. Además, a la izquierda de Cristo, en el cielo, podemos leer el epíteto “Salvador”, y a la derecha del abad, comenzando con el signo de la cruz, aparece escrito: “Apa Mena Prior”, y la misma inscripción se repite más abajo, a la altura del hombro.
Una mirada profunda
Hay varios aspectos importantes en el cuadro: los pies, el rostro, las manos…
Los pies: Aunque a Cristo no se le vean, sabemos que sus pies también estaban descalzos. Es llamativo como en muchos momentos de su vida, Cristo está descalzo, como en el pasaje de la Biblia en que perdona a la pecadora (Lc 7, 36- 50). Ella es capaz de hacer lo más ruin, lo que es más denigrante, limpiar los pies, pero no lo hace ante uno cualquiera, sino ante Jesucristo. Y así se presenta Él en este cuadro, con los pies desnudos, haciéndose uno de tantos, sintiendo la humanidad del más pobre, acercándose a cualquier hombre o mujer; y no sólo se hace igual, sino que también se abaja a los demás, como hizo en la última cena, en el lavatorio de los pies.
El que el abad Mena tenga también los pies descalzos, significa un seguimiento de Cristo, un querer ser como Él, e intentar vivir como Él vivió, lo cual, a su vez, no es nada fácil, porque supone renunciar a muchas cosas y es un compromiso con el que más te ama, que todo lo perdona y todo lo puede.
El rostro: La mirada del Abad es una mirada de asombro, de desconcierto, de miedo y dudas y a la vez de alegría e ilusión. Puede que se sorprendiera de tener tan cerca a Cristo. Dios nos quiere, y nos quiere más que nadie. Quizá esa fue a la conclusión a la que llegó el abad Mena, de ahí esa cara de asombro, en contraposición a la de Cristo.
El rostro de Cristo es sereno, de tranquilidad y confianza. Sus ojos reflejan compasión, cariño, humildad, entrega, gratuidad, amor. Su rostro es simple y sus ojos grandes transmiten algo que a veces se nos olvida: “Te quiero”, y lo mejor de todo, es que te quiere tal y como eres, con tus cualidades, tus defectos y tus debilidades, sin pedirte nada a cambio, gratuitamente, y eso es algo precioso.
Las manos: Cristo sostiene con un brazo los evangelios y el otro lo tiene sobre el hombro del Abad. El abad tiene en una mano parece ser las reglas y con la otra bendice a Cristo.
A veces el camino se hace un poco duro, la vista se pone borrosa, y no sabes muy bien como seguir adelante. En momentos así, siempre hay Alguien que te da un empujón, siempre está la mano de Jesucristo sobre tu hombro, para acompañarte en el camino.
No sé cómo estaría el abad en ese momento de su vida, no sé cuál sería su situación personal, pero su mano derecha haciendo el gesto de la bendición, muestra que seguía confiando en Cristo, que pese a las dificultades que tuviera como prior del monasterio, y pese a sus dificultades para creer, seguía poniéndose en las manos del que todo se lo ha dado siempre.
Después de esta lectura-reflexión, haz tu propia contemplación.
Observa detenidamente el icono y deja que te hable:
¿Qué te dice las miradas?
¿Qué te dicen los pies descalzos?
¿Qué te dice el brazo de Cristo sobre el hombro?
¿Qué te dice la respuesta del Abad?
¿Qué oración te brota al Señor?