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Bienaventuranzas

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"Al ver la multitud, Jesús subió al monte y se sentó. Sus discípulos se le acercaron, y él comenzó a enseñarles diciendo: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que sufren, porque serán consolados. Bienaventurados los humildes, porque heredarán la tierra que Dios les ha prometido. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Bienaventurados los compasivos, porque Dios tendrá compasión de ellos. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos. Bienaventurados los perseguidos por hacer lo que es justo, porque suyo es el reino de los cielos. Bienaventurados vosotros, cuando la gente os insulte y os maltrate, y cuando por causa mía digan contra vosotros toda clase de mentiras. ¡Alegraos, estad contentos, porque en el cielo tenéis preparada una gran recompensa”.  (Mt.5, 1-12ª)

Jesucristo levanta la voz en medio de las gentes y pronuncia palabras que escandalizan a muchos: “Bienaventurados, dice, los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Muchos, vuelvo a repetir, se escandalizan de esta doctrina tan contraria a la que ellos practican; y sin embargo, es doctrina divina, porque es doctrina de Cristo.

Ved aquí, pues, las dos condiciones que Cristo pone para poseer la bienaventuranza; la humildad y la pobreza.

“Si no os hacéis como uno de estos pequeñuelos, no entrareis en el reino de los cielos”, dice en una ocasión, y en otra añade: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Y ¿quiénes son los pobres de espíritu? Pobres de espíritu son aquellos, que poseyendo riquezas, renuncian a ellas, haciéndose pobres por Cristo.

Pobres de espíritu son también aquellos, que realmente son pobres, pero que llevan su pobreza con alegría, no queriendo ni deseando más de lo que tienen.

Pobres de espíritu son aquellos, que aunque posean riquezas, viven desprendidos de ellas, no tienen el corazón metalizado ni apegado al oro; viven en medio de la abundancia, pero no son esclavos de las riquezas, sino que tienen el corazón libre.
 
Ved aquí por qué Jesucristo nace pobre, para enseñarnos, no sólo con su doctrina, sino con su ejemplo, lo que exige de aquellos que verdaderamente quieren ser sus discípulos.

Jesucristo se humilla, se hace pequeñuelo para ganarnos el corazón; pues no se lo neguemos, vayamos y digámosle: “Aquí estoy, yo te doy todo cuanto tengo; mis potencias, mis sentidos, mis ojos, mis brazos, mis pies, para que no anden más que por las sendas de tus mandamientos; en una palabra, todo mi ser para que Tú dispongas a tu arbitrio”.

(Pláticas III, pág. 689)
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