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La renovación espiritual

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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Aquel día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?” Yo entonces les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados”. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente. (Mt.7, 21-27)
Es un hecho posible para todos. Hay cosas posibles, mas sólo para determinada clase o condición de personas. Posible es ir a lejano país; pero únicamente a quien cuenta con recursos para emprender largo viaje… Posible es levantar con las manos algunas arrobas; pero solamente al que tiene robusto y vigoroso brazo… Posible es escribir hermoso libro; pero no más que al hombre de talento y de ciencia… Nuestra renovación espiritual no es así; es posible a todos sin excepción… Aunque carezcamos de oro y plata, aunque no poseamos fuerzas, aunque estemos totalmente faltos de ingenio y de saber, aunque, en fin, hayamos llegado a los últimos confines de la maldad, posible cosa es que nos renovemos. De otro modo, Dios no nos mandaría como deber, a cuantos andamos por el mundo, la renovación interior, porque Dios no manda jamás imposibles.

¿Qué es la renovación espiritual? (…) La renovación espiritual bien entendida, encierra en sí algo más que una restauración… es una reforma en sí algo más que una restauración en mejor, como decirse suele. A veces por los años o por los accidentes se destruye un edificio que nos pertenecía, y a penas contamos con los elementos indispensables para ello, lo reparamos, dejándolo exactamente como estaba, en términos que nadie nota los estragos que había causado, o la acción del tiempo o inesperadas catástrofes.  Pero en ocasiones no nos contentamos con reparar el desastre, sino que tratamos de mejorar las condiciones del edificio, dando otro compartimiento a las habitaciones, distribuyendo de otra suerte los huecos, poniendo columnas, capiteles y cornisas donde no los había, y en fin, embelleciendo en otro sentido la antigua fábrica. Lo primero es restaurar, lo segundo renovar; y esto último es lo que nos cumple hacer con nuestra alma, devolverle su hermosura perdida, pero acrecentada; o de otra manera, no basta que resucitemos nuestro fervor pasado, nuestro celo, nuestra exactitud, sino que todo eso debe reaparecer con creces, con visible aumento y despojado de los efectos que primitivamente lo afeaban.
 
La solidez: ved aquí otra condición de una restauración bien hecha. De ordinario en el mundo lo que se compone y arregla, vuelve pronto a desarreglarse y descomponerse. Rompiéndose un objeto de plata o de oro: la mano del artífice lo soldó con cuidado; más al cabo de un poco se rompe nuevamente por el mismo sitio. ¡Cuántas veces hemos experimentado lo propio en nuestra vida espiritual! ¡Cuantas veces se nos abrieron agujeros en los sitios en que a costa de mucho trabajo echamos detallados zurcidos! ¡Cuantas veces, en fin, hablando sin rodeos ni figuras, recaímos en nuestros defectos después de costosos esfuerzos para corregirlos! Es menester que de hoy más no nos suceda otro tanto, sino que nuestra renovación sea duradera, tan duradera como nuestra vida, lo cual conseguiremos haciendo firme y sólidos propósitos.
(meditaciones, Pág. 20 – 26)

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