Después el Espíritu Santo condujo a Jesús al desierto para que fuera tentado por el diablo. Y después de cuarenta días y cuarenta noches tuvo hambre. Entonces se le acercó el tentador y le dijo: ‘Si eres Hijo de Dios, ordena que estas piedras se conviertan en pan’. Pero Jesús respondió: ‘Dice la Escritura que el hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’. Después de esto, el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: ‘Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, puesto que la Escritura dice: Dios ordenará a sus ángeles que te lleven en sus manos para que tus pies no tropiecen con piedra alguna’. Jesús le replicó: ‘También dice la Escritura: No tentarás al Señor tu Dios’. En seguida lo llevó el diablo a una montaña muy alta, le mostró toda la riqueza de las naciones y le dijo: ‘Te daré todo esto si te postras delante de mí, y me adoras’. Entonces Jesús le respondió: ‘Aléjate de mí, Satanás, porque dice la Escritura: Adorarás al Señor tu Dios y a él sólo servirás’. Entonces lo dejó el diablo y, acercándose a unos ángeles, se pusieron a servirle. (Mt.4, 1-11)
He aquí la historia comentada por el Evangelista, historia interesantísima que encierra tres lecciones para nosotros: Cómo hemos de portarnos antes de la tentación: cómo nos conduciremos en la tentación misma, y cómo queda el alma después de haber vencido la tentación.
Cristo, antes de ser tentado, huye al desierto, a la soledad, y allí se entrega a una vida de oración continua, y a un ayuno rigurosísimo de cuarenta días y cuarenta noches. He aquí la norma de nuestra conducta; como hemos de conducirnos antes de la tentación; lo primero es huir, buscar la soledad, buscar el retiro, buscar el recogimiento; y al retiro y al recogimiento, hemos de unir la oración, una oración constante, una oración no interrumpida, una oración que no cese nunca. Pero no basta huir a la soledad y llevar allí una vida de oración. Cristo nos enseña el modo de prevenir la tentación; y haciendo lo que Cristo nos enseña, empuñando las armas, el enemigo nada podrá contra nosotros, porque como dice el Apóstol San Pedro: el hombre nunca es tentado sobre sus fuerzas, sino que Dios proporciona la gracia a la tentación, y la tentación a la gracia. Pero ved cómo Cristo se conduce en la misma tentación, y la vence... observadle, no se turba, no se agita, conserva la paz. He aquí como hemos de conducirnos en la tentación; debemos conservar la serenidad, no agitarnos ni turbarnos, no cobrar miedo, porque si bien es verdad que hemos de servir a Dios con temor de ofenderle, hemos de ahuyentar de nuestro corazón, esos miedos que de nada sirven, confiando en Dios, porque si confiamos en nosotros mismos, entonces nuestra paz será falsa y mentida.
Ved a Cristo después que hubo luchado y vencido, vedle siempre calmo. Nosotros también conseguiremos ese mismo fruto si luchamos y vencemos la tentación.
(Pláticas II, pág. 574)