“Un día subió Jesús con sus discípulos a una barca y les dijo: ‘Pasemos a la otra orilla’. Y se adentraron en el lago. Mientras navegaban se durmió. Y cayó sobre el lago tal torbellino que la barca se inundaba y corrían peligro. Los discípulos se acercaron y lo despertaron, diciendo: ‘¡Maestro, maestro, que perecemos!’. Él se levantó, increpó al viento y a las olas, que cesaron, y se hizo la calma. Entonces les dijo: ‘¿Dónde está vuestra fe?’. Llenos de miedo y de admiración, se decían: ‘¿Quién es éste, que manda incluso a los vientos y al agua y le obedecen?’.” (Lc.8, 22-25)
Ante todo, nos dice San Lucas, que los discípulos siguieron a Jesús, e hicieron bien, porque el que a Cristo sigue, no anda en tinieblas; y el que a Cristo sigue no equivoca la ruta, porque Cristo es la luz del mundo, Cristo es el camino. Pero Cristo no es solamente la luz y el camino, sino que es así mismo caridad, Cristo es amor, y el que a Cristo sigue, permanece en el amor. ¿Y qué hay mejor que el amor y la caridad? Y el amor de Cristo no es un amor infecundo, sino que produce obras de virtudes.
Sigamos, pues, a Cristo, y sigámosle donde quiera que vaya; si se embarca en plácida orilla, embarquémonos con Él; y si por el contrario, se embarca en estrecha nave, no importa, sigámosle también; y si las olas furiosas se levantan en ademán de tragarnos, permanezcamos con Cristo, y todo lo tendremos seguro. Cuando Jesús está con nosotros, todo se nos hace dulce, todo se nos hace fácil, pero ¡ay! cuando estamos sin Jesús, todo es angustia, todo oscuridad, todo tinieblas. Y si poseemos inmensas riquezas, y si todo el mundo nos adula, y nos ofrece incienso, si no estamos con Jesús, somos unos pobres desgraciados; y si por el contrario, estamos con Cristo, aun cuando seamos extremadamente pobres, de una pobreza vecina a la miseria, aun cuando todo el mundo nos desprecie y nos humille, seremos ricos y dichosos, porque estaremos con Jesús.
Pues decidámonos de una vez a seguir a Cristo, y si vemos correr lágrimas por las mejillas de aquellos que en pos de Cristo van, no importa, no nos detengamos por eso, sigamos con valor a Cristo; y si Cristo nos manda penas y tribulaciones, no importa tampoco, bendigamos la mano que nos hiere, porque no lo hace con otro fin sino para purificar nuestra alma, y para que nuestro amor sea un amor verdadero; y si a Cristo seguimos aquí en la tierra, tendremos luz, tendremos amor y caridad, y esta caridad y este amor, producirán en nosotros actos de virtudes.
(Pláticas II, pág.556)