Por aquellos días aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos.» Este es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: “Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.”Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre. Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: "Tenemos por padre a Abraham"; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga.»
(Mt. 3, 1-12)
Vamos nosotros a hacernos tres preguntas, a saber: Qué somos; qué debemos ser, y cómo conseguiremos ser lo que debemos; preguntas a las cuales da respuesta el Evangelio.
¿Qué somos?¿Quién soy yo? Yo debería ser el hombre del celo, Elías, que defendió siempre la causa de Dios, y sin embargo, oigo resonar en mis oídos terribles blasfemias, y quedo impávido; veo a mis hermanos cometer el pecado, y los miro con frialdad. No soy tampoco Profeta. Distinguíanse los Profetas por dos cosas principalmente, por la luz que habían recibido del cielo, y por la firmeza con que hablaban y profetizaban lo que les había inspirado Dios mismo. ¿Y soy yo acaso Profeta? ¡Ay! No, he apagado la luz que debía arder en mí, y me he quedado a oscuras; no tengo esa luz que distingue a los profetas, ni tengo tampoco su heroísmo, su valor para practicar el bien; dejo de hacer lo bueno, por el temor de qué dirán; no frecuento los templos para que no me tengan por beato; no soy, en una palabra, lo que debiera ser, por respeto humano, porque temo que se rían de mí.
Pero ¿qué es lo que debo ser? El Evangelio responde a esta pregunta. Interrogado Juan contesta: “Yo soy la voz que grita en el desierto” Pues he aquí lo que hemos de ser también nosotros; voz que clama en el desierto. El mundo es un desierto, por el cual caminamos todos los hombres; y en este desierto, hemos de ser la voz de Cristo, es decir, que hemos de reproducir en nosotros a Cristo. Cristo es humildad, y a los hombres enseñó esta virtud, y a todos nos dijo: “Aprended de mí que soy mando y humilde de corazón”; y humildes, profundamente humildes hemos de ser también nosotros; no humildes de palabras o de labios, sino humildes con la humildad de Cristo, reproduciendo en nosotros, actos de esta virtud.
Pero, hermanos míos, Jesucristo no es sólo humildad, es además caridad, es amor. Y en efecto, no se derrama una lágrima sin que Cristo la enjugue; no hay un dolor a que Cristo no conmueva; no hay desgracia humana a que Cristo no remedie. Oídle a Él mismo cuando dice: “Venid a mí los que estáis cansados y fatigados, que yo os aliviaré” Es que Jesucristo es todo amor, todo caridad. Pues he aquí lo que nosotros debemos ser caridad, amor; debemos tener la mirada levantada al cielo, y fijo nuestro corazón en Dios; debemos tener la mirada también inclinada a la tierra, para ser testigos de los males que aquejan a nuestros hermanos; y si el uno derrama lágrimas, debemos nosotros enjugarlas; y si alguno tiene el corazón llagado, debemos derramar sobre él, el bálsamo de la caridad; y si alguno está afligido, debemos consolarle; y si alguno nos tiende la mano para que le socorramos, debemos sacar de nuestro bolsillo y socorrerle; así practicaremos la caridad como Cristo la practicó, así seremos la voz que grita en el desierto, y nuestros hermanos, a la vista de nuestra caridad, quedarán asombrados y dirán: “Quién es este?¿quién es este que no es egoísta?¿quién es este que se ha convertido en providencia para sus hermanos?¿quién es este que se ha dado todo a todos?” Y pensarán en Cristo, porque habrán oído la voz que clama en el desierto; y se enamorarán de la virtud de la caridad, y los egoístas dejarán de serlo porque habrán visto reproducida en nosotros, la imagen de Cristo.
¿Cómo llegaré a ser lo que debo? Oíd, oíd al Bautista: “En medio de vosotros hay uno a quien no reconocéis, ese es el Mesías que está entre nosotros y al cual nosotros no conocemos” Sí, Jesucristo vive entre nosotros, vive en la Eucaristía, y desde el sagrario, envía a los hombres efluvios de misericordia, efluvios de amor, efluvios de gracia. He aquí con qué llegaremos a ser lo que debemos, con la gracia de Dios; y la gracia de Dios no nos falta; Jesucristo desde el Tabernáculo, nos la envía, y ahí está, deseando que vayamos a Él para abrir su pecho y derramar sobre nosotros los tesoros de su gracia, los tesoros de su amor.
(Pláticas II, pág.818)