Sencillo, porque sentí la fuerza abrazadora del Amor de Dios y la atracción de una familia congregacional que vive unos valores Marianos.
Manabí es lugar donde vi la luz primera, concretamente Jipijapa, en el seno de una familia, donde el Dios de la vida no era desconocido y se expresaba, de algún modo, en la luz de las velas que siempre debían estar encendidas en el altar familiar, sin considerar peligros de incendios, y que hoy con un camino ya recorrido puedo considerarlo como la zarza ardiente que deslumbró a Moisés.
Este camino de fe, producto de una Iglesia doméstica, y la compañía de un grupo juvenil, fueron débiles raíces que se abrían paso a la vida en busca del manantial y crearon en mí una conciencia misionera.
El trabajo, el ir y venir en el encuentro con los enfermos, confirmaron esa mirada de ansia de reconocer la fuente de la luz verdadera. Era el sueño de juventud.
Hasta que la propuesta de una voz que repetía “Servir es Reinar” y “Ser Esclava es ser libre”, vividos desde el Corazón de Cristo, en el corazón de la humanidad y desde la Iglesia, sin esperar recompensa, creo que fueron otras fortalezas para mi respuesta de dar un Si generoso.
Y para terminar me hice Esclava del Divino Corazón, porque tenían como modelo a una Mujer sencilla y de pueblo, donde todo cálculo humano se confunde hasta desear parecerme a Ella, sin duda María, sigue sosteniendo mi sueño, ilusión y deslumbramiento.
Por ello, sólo Gracias, Gracias por elegirme, gracias por invitarme, gracias por proponerme, y porque en su amor me fortalezco.
Caty Marcillo.
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