Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino. Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento. Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace.»
(Lc. 2, 1-14)
Jesucristo todo lo transforma, y lo pequeño lo hace grande, y lo que nada vale, lo hace precioso, y convierte la oscuridad de la noche en claro día.
Muchas veces los hombres, aun los que cristianos nos apellidamos, miramos la pobreza como cosa ruin y miserable, y a la vista del grande, del poderoso, nos sentimos abatidos y humillados. Aquél, decimos, nada en la abundancia, mientras que yo de todo carezco; y esta idea de la pobreza nos aflige y nos abate...
Aquél, decimos, está en la cumbre, todos se inclinan delante de él, todos le ensalzan y le queman incienso, mientras yo estoy humillado y abatido. Y cuando esto vemos, nos quejamos y decimos a Dios: ¿Por qué yo he de pisar entre espinas, y aquél ha de pisar entre rosas? Hermanos míos, yo he visto a los santos, y los he visto pobres, y los santos gozaban en la pobreza; y aquellos que poseían riquezas, los he visto dejar todo cuanto poseían y abrazar la pobreza voluntaria; y vivían contentos, y vivían alegres en medio de las privaciones. ¿Y por qué esto? Es que en la pobreza, en las humillaciones, y en los dolores de los santos, se hallaba desleído el amor divino; es que los santos sufrían con Cristo, y Cristo hace grande la pobreza, como hizo grande el establo de Belén; es que Jesucristo convierte lo amargo en dulce; es que Jesucristo, todo lo que toca lo engrandece.
Nosotros miramos a los santos, a esos héroes, a esos hombres grandes, y nos quedamos asombrados; nos miramos a nosotros mismos, y nos encontramos pequeños y miserables. ¿Cómo, pues, nos haremos grandes? ¿Sabéis cómo? Con la fuerza de Cristo, con Cristo. ¿Y cómo conseguiremos unirnos con Cristo? Dios está cerca de aquel que le invoca, de aquel que le llama por medio de la oración; pues aquí tenéis un medio, la oración, para que Dios a nosotros se acerque. Pero no basta que se acerque Dios, que se acerque Cristo a nosotros, es necesario además que nos toque, y esto se consigue por medio de la humildad. Dios se resiste a los soberbios, y da su gracia a los humildes, y se comunica con ellos. Aquí tenéis otro medio; la humildad unida a la oración, que hace que Cristo nos dé su gracia, y la gracia ya es un toque de Cristo. Pero no basta que Cristo nos toque, es necesario que entre en nosotros, que se una estrechamente con nosotros, y que se aposente en nuestro corazón. ¿Y cómo conseguiremos que Cristo more y descanse en nosotros? Oíd a Jesucristo mismo: “El que me ama, guardará mis mandamientos, y el Padre le amará, y vendremos a él, y nos haremos nuestra mansión en él”. Pues he aquí otro medio para que Jesucristo entre en nosotros, la perfecta guarda de su ley.
Hermanos míos, no olvidemos estas lecciones; invoquemos a Cristo, y a la oración unamos la humildad, y a la humildad y a la oración, la guarda de la ley, y entonces Cristo vendrá a nosotros, y lo que era vil, lo hará digno de respeto; y a los que somos pequeños, nos hará grandes; y a los que somos débiles, nos hará fuertes; y a los que somos cobardes nos hará valientes, nos convertirá en héroes; y a los que tenemos el corazón frío, nos lo calentará. Fuego vine a traer a la tierra; y ¿qué ha de ser sino que arda? Pues que arda ese fuego de la caridad de Cristo; que arda y prenda su llama en nuestros corazones, que si teneos la caridad de Cristo, todo lo tendremos, porque la caridad es luz; la caridad es fuerza; la caridad es humildad; la caridad es paciencia; la caridad es dulzura; la caridad es amor; la caridad es todo, porque la caridad es Cristo, y Cristo es Dios.
(Pláticas II, pág.824)
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