Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas :
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.
El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia :
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de su pueblo.
Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera ;
gritad, vitoread, tocad.
Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumento :
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.
Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.
Sucedió que por aquellos días salió un edicto de Cesar Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino. Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento. Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel de Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace.»
Cristo, los profetas han anunciado tu venida, los pobres la desearon.
—La alegría de nuestro corazón está en Dios.
Los cielos han celebrado tu nacimiento; los apóstoles, los mártires, los fieles de todos los siglos han vuelto a decir los cánticos de los ángeles.
—La alegría de nuestro corazón está en Dios.
Tu Iglesia te alaba en todas las lenguas humanas, porque ha visto tu salvación.
—La alegría de nuestro corazón está en Dios.
Hijo de Dios, te rebajaste haciéndote servidor, con el fin de que seamos ensalzados y podamos participar de tu gloria.
—La alegría de nuestro corazón está en Dios.
Estábamos en las tinieblas y nos has dado la luz y la fuerza, la paz y la alegría.
—La alegría de nuestro corazón está en Dios.
Condúcenos según tu voluntad de amor; haz de nosotros un pueblo que vive de ti en la santidad.
—La alegría de nuestro corazón está en Dios.
Danos unos corazones rectos para escuchar tu Palabra y produce en nosotros frutos abundantes.
—La alegría de nuestro corazón está en Dios.
Jesús, hijo de la Virgen María, en Navidad nos ofreces el mensaje de alegría de tu Evangelio. El que escucha, el que acoge los dones del Espíritu Santo, tanto de día como en las vigilias de la noche, descubre que con una fe muy pequeña, con casi nada, lo tiene todo.
Cristo Jesús, unos humildes pastores te descubrieron en un establo. Haznos capaces de avanzar hacia la claridad de tu presencia, oculta en nosotros. Y nuestro corazón puede decirte: Jesús, mi alegría, mi esperanza, mi vida.
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