Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa ;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado :
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
Te gusta un corazón sincero,
y e mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo : quedaré limpio ;
lávame : quedaré más blanco que la nieve.
Oh Dios crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme ;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quite tu santo espíritu.
La mano del Señor está sobre mí y, por su espíritu, el Señor me sacó y me puso en medio del valle, el cual estaba lleno de huesos. Me hizo pasar por entre ellos en todas las direcciones. Los huesos eran muy numerosos por el suelo del valle, y estaban completamente secos. (...) El Señor me dijo: «Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre. Dirás al espíritu: Así dice el Señor: Ven, espíritu, de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que vivan.» Yo profeticé como se me había ordenado, y el espíritu entró en ellos; revivieron y se incorporaron sobre sus pies: era un enorme, inmenso ejército. Entonces me dijo: «Hijo de hombre, estos huesos son toda la casa de Israel. Ellos andan diciendo: Se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza, todo ha acabado para nosotros. Por eso, profetiza. Les dirás: Así dice el Señor: He aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel. Sabréis que yo soy el Señor cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de vuestras tumbas, pueblo mío. Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago, oráculo del Señor.»
Jesús dice: «Yo soy el pan de vida, El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. (...) Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día.»
Cristo, tú que nos ofreces una curación, haznos vivir de tu vida.
Cristo, tú que renuevas en nosotros la esperanza, haznos vivir de tu vida.
Cristo, tú que te sientas a la mesa de los pecadores, haznos vivir de tu vida.
Cristo, tú que resucitas a Lázaro, tu amigo, haznos vivir de tu vida.
Cristo, tú que perdonas la negación de Pedro y le llamas a seguirte, haznos vivir de tu vida.
Cristo, en ti nuestra resurrección ya ha comenzado, haznos vivir de tu vida.
Dios de todos los humanos, líbranos de cavar «cisternas agrietadas que no retienen el agua viva». Quisiéramos confiarnos en ti, y abandonar en ti nuestras inquietudes y toda nuestra vida.
Bendícenos, Cristo Jesús, tú que nos amas siempre, hasta en nuestra noche.
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