Alabad al Señor en su templo,
alabadlo en su fuerte firmamento.
alabadlo por sus obras magníficas,
alabadlo por su inmensa grandeza.
Alabadlo tocando trompetas,
alabadlo con arpas y cítaras,
alabadlo con tambores y danzas,
alabadlo con trompas y flautas.
Alabadlo con platillos sonoros,
alabadlo con platillos vibrantes.
todo ser que vive y respira alabe al Señor por siempre.
Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios. Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo.
Jesús dice: «Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.»
Con los profetas y todos los que han preparado tu venida: te bendecimos, Señor.
—¡Gloria a ti, Señor!
Con la Virgen María, nuestra alma exalta al Señor.
—¡Gloria a ti, Señor!
Con los apóstoles y los evangelistas, Señor, te damos gracias.
—¡Gloria a ti, Señor!
Con los mártires de la fe, Señor, te consagramos nuestra vida.
—¡Gloria a ti, Señor!
Con todos los santos testigos del Evangelio, Señor, te adoramos.
—¡Gloria a ti, Señor!
Con toda tu Iglesia, extendida a través del mundo, Señor, te aclamamos.
—¡Gloria a ti, Señor!
Tú, el Dios eterno, salvador de toda vida, como los santos testigos de Cristo de todos los tiempos, desde los apóstoles y María hasta los creyentes de nuestros días, concédenos disponernos interiormente, día tras día, a confiar en el Misterio de la Fe.
Dios vivo, te alabamos por la multitud de mujeres, hombres, jóvenes y niños que, a través de la tierra, buscan ser testigos de paz, de confianza y de reconciliación.
Alaba, alma mía, al Señor :
alabaré al Señor mientras viva,
tañeré para mi Dios mientras exista.
Dichosos a quien auxilia el Dios de Jacob,
el que espera en el Señor, su Dios,
que hizo el cielo y la tierra,
el mar y cuanto hay en él ;
El mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos,
El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan.
el Señor guarda a los peregrinos,
sustenta al huérfano y a la viuda
El Señor ama a los justos,
y trastorna el camino de los malvados.
el Señor reina eternamente,
el Señor, tu Dios, de edad en edad.
San Pablo escribe: Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios.
Muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.»
Dios, nuestro Padre, tú nos reúnes en la comunión de tu Iglesia: haznos vivir de tu amor.
Dios, nuestro Padre, tu llamada y tus dones son irrevocables: haznos vivir de tu amor.
Hijo del Dios vivo, tu fidelidad nos permite ser siempre fieles: haznos vivir de tu amor.
Hijo del Dios vivo, tú conoces nuestras pruebas y nuestra pobreza: haznos vivir de tu amor.
Espíritu Santo, en nuestras vidas tú infundes un deseo de paz y de justicia: haznos vivir de tu amor.
Espíritu Santo, tu camino nos lleva hacia todos aquellos que sufren en nuestra sociedad: haznos vivir de tu amor.
Espíritu Santo, tú has depositado en nuestro corazón dones para ser creadores de comunión: haznos vivir de tu amor.
Cristo Jesús, haz que nos forjemos un corazón decidido para que te seamos fieles. Tú, el Resucitado, proyectas sobre nosotros la luz de tu perdón. Este es el don perfecto. Y, cuando nos atrevemos a perdonar, se despierta en nosotros la alegría de Dios.
Jesús, nuestra paz, procúranos la alegría más grande: tener los mismos pensamientos, el mismo amor, una sola alma.
Señor, tú me sondeas y me conoces,
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos.
Distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
No ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda.
Me estrechas detrás y delante,
me cubres con tu palma.
Tanto saber me sobrepasa,
es sublime, y no lo abarco.
¿Adónde iré lejos de tu aliento,
adónde escaparé de tu mirada ?
Si escalo el cielo, allí estás tú ;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro.
Si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta el confín del mar,
allí me alcanzará tu izquierda,
me agarrará tu derecha.
Si digo : « Que al menos la tiniebla me encubra,
que la luz se haga noche en torno a mí »,
ni la tiniebla es oscura para ti,
la noche es clara como el día.
San Juan escribe: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro.
Jesús dice: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»
Cristo resucitado, tú colmas nuestra vida con tu compasión para que te busquemos siempre.
Cristo resucitado, tú conoces nuestra espera: condúcenos por el camino eterno.
Cristo resucitado, te pedimos por los que empiezan a conocerte.
Cristo resucitado, te pedimos por quienes no pueden creer: tú ofreces siempre tu amor.
Cristo resucitado, eres el apoyo de quienes conocen dificultades y desánimos: condúcenos por el camino eterno.
Cristo resucitado, te pedimos por los que han sido víctimas de violencias y humillaciones: ven a curar sus heridas.
Cristo resucitado, tú nos guías con tu Espíritu: reúne a todos los pueblos en tu Reino.
Jesús, nuestra alegría, con tu continua presencia en nosotros, nos llevas a dar nuestra vida. E incluso si te olvidamos, tu amor permanece, y envías sobre nosotros el Espíritu Santo.
Bendícenos, Jesucristo, tú que nos das dónde descansar nuestro corazón.
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar :
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.
Hasta los gentiles decían:
« El Señor ha estado grande con ellos. »
El Señor ha estado grande con nosotros
y estamos alegres.
Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del desierto.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.
Al ir, iba llorando,
llevando la sevilla,
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.
San Pablo escribe: Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha. La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia. Porque parcial es nuestra ciencia y parcial nuestra profecía. (...) Ahora subsisten la fe, la esperanza y el amor, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es el amor.
o
En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de las personas, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.
Por los que están lejos de su hogar: los emigrados, exiliados, las víctimas de la opresión, te pedimos Señor.
Por los que tienen una dificultad, por los que necesitan ayuda y misericordia, te pedimos.
Por todos los que estamos reunidos aquí, para que permanezcamos atentos a quienes nos son confiados, te pedimos.
Para que seamos liberados de toda angustia, te pedimos Señor.
Para que aprendamos a compartir mejor los bienes de la tierra entre todos, te pedimos.
Para que en nosotros se renueve el asombro ante tu creación, te pedimos Señor.
Para que encontremos luz y ánimo en el misterio de comunión que es la Iglesia, te pedimos.
Jesús, nuestra paz, tú nunca nos abandonas. El Espíritu Santo siempre nos abre un camino, el de lanzarnos en Dios como en un abismo. Y sobreviene el asombro: este abismo no es un precipicio de tinieblas, sino que es Dios, abismo de compasión e inocencia.
Bendícenos, Señor Cristo, tú que apaciguas nuestro corazón cuando surge lo incomprensible, el sufrimiento de los inocentes.
Levanto mis ojos a los montes :
¿de dónde me vendrá el auxilio ?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.
El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guardas tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.
San Pedro escribe: Os hemos dado a conocer el poder y la Venida de nuestro Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad. Porque recibió de Dios Padre honor y gloria, cuando la sublime Gloria le dirigió esta voz: «Este es mi Hijo muy amado en quien me complazco.» Nosotros mismos escuchamos esta voz, venida del cielo, estando con él en el monte santo. Y así se nos hace más firme la palabra de los profetas, a la cual hacéis bien en prestar atención, como a lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte el día y se levante en vuestros corazones el lucero de la mañana.
Habiendo entrado en Jericó, Jesús atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.» Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.» Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo.» Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también este es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.»
Dios, Creador y Salvador, fuente de paz para toda la tierra: sé hoy nuestra vida.
Cristo, tú nos llamas a compartir con los demás; unifícanos en tu amor.
Cristo, nuestro Pastor, tú vienes a buscar a los que están perdidos, visitas a los abandonados, a quienes están solos: vivifica su esperanza.
Espíritu Consolador, tú depositas en nosotros una esperanza y una alegría: cólmanos con tu amor.
Espíritu Consolador, tú suscitas en nosotros un amor que perdona: ven a nosotros, Espíritu Santo.
Señor Cristo, haz que tengamos los ojos puestos en ti en todo momento. Con frecuencia olvidamos que estamos habitados por tu Espíritu Santo, que rezas en nosotros, que nos amas a todos. Tu milagro en nosotros es tu confianza y tu continuo perdón.
Tú nos bendices, Jesús el Resucitado, a nosotros que quisiéramos vivir de tu confianza hasta el punto de que las fuentes del júbilo nunca se agotan.
¡Cantad al Señor un canto nuevo,
cantad al Señor toda la tierra,
cantad al Señor, bendecid su nombre.
Proclamad día tras día su victoria,
contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.
El Señor ha hecho el cielo ;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo.
Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena ;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque,
delante del Señor que ya llega.
El Señor dice: Esta palabra que yo te prescribo hoy no es superior a tus fuerzas, ni está fuera de tu alcance. No está en el cielo, para que hayas de decir: «¿Quién subirá por nosotros al cielo a buscarla para que la oigamos y la pongamos en práctica?» No está al otro lado del mar, para que hayas de decir: «¿Quién irá por nosotros al otro lado del mar a buscarlos para que la oigamos y la pongamos en práctica?» Sino que la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en práctica.
Estaba Jesús a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. Cuando acabó de hablar, Jesús dijo a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.» Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes.» Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador.» Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres.» Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.
Por la paz en el mundo y la liberación de todos los seres humanos, te pedimos Señor.
Para que los responsables de las Iglesias busquen sin descanso la unidad visible de los cristianos, te pedimos.
Por la integridad en la vida política, por la justicia en la sociedad, te pedimos.
Por los que ganan con dificultad su pan cotidiano, te pedimos Señor.
Por los que están privados de trabajo o de recursos, te pedimos.
Por los que no tienen familia ni hogar, te pedimos.
Por quienes sufren de soledad, de abandono, te pedimos.
Por los que están oprimidos, calumniados, te pedimos Señor.
Por quienes están al servicio de los más pobres, de los extranjeros, de los que están aislados, te pedimos.
Dios vivo, por muy pobre que sea nuestra oración, te buscamos con confianza. Y tu amor se abre paso a través de nuestras indecisiones e incluso de nuestras dudas.
Tú nos has bendecido, Dios vivo, tú que ocultas nuestro pasado en el corazón de Cristo y ya te ocupas de nuestro futuro.
A ti, Señor, me acojo :
no quede yo derrotado para siempre ;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina tu oído, y sálvame.
Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías,
siempre he confiado en ti.
Muchos me miraban como a un milagro,
porque tú eres mi fuerte refugio.
Llena estaba mi boca de tu alabanza
y de tu gloria, todo el día.
No me rechaces ahora en la vejez,
me van faltando las fuerzas, no me abandones.
Así dice el Señor: Bien me sé los pensamientos que tengo sobre vosotros, pensamientos de paz, y no de desgracia, de daros un porvenir de esperanza. Me invocaréis y vendréis a rogarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis cuando me solicitéis de todo corazón.
Jesús se ponía ya en camino cuando un hombre corrió a su encuentro y arrodillándose ante él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre.» El, entonces, le dijo: «Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud.» Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme.» Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes.
Jesucristo, tú vienes a transfigurarnos para renovarnos a imagen de Dios: ilumina nuestras tinieblas.
Jesucristo, luz del corazón, tú conoces nuestra sed: condúcenos hacia la fuente de tu Evangelio.
Jesucristo, luz del mundo, tú iluminas a cada ser humano: haz que discernamos tu presencia en los demás.
Jesucristo, amigo de los pobres: abre en nosotros las puertas de la sencillez para acogerte.
Jesucristo, manso y humilde de corazón: renueva en nosotros el espíritu de infancia.
Jesucristo, tú haces posible que la Iglesia prepare tu camino en el mundo: abre para todos las puertas de tu Reino.
Jesús, nuestra alegría, cuando comprendemos que nos amas, algo de nuestra vida se apacigua e incluso se transforma. Te preguntamos: ¿qué esperas de mí? Y, por medio del Espíritu Santo, nos respondes: que nada te turbe, yo rezo en tí, atrévete a dar tu vida.
Cristo Jesús, sin haberte visto te amamos. Sin verte todavía te damos nuestra confianza. Bendícenos, a nosotros que descansamos en tu paz.
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria !
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré mis manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.
En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo ;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.
Los primeros cristianos acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar.
o
Al desembarcar, Jesús vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas. Era ya una hora muy avanzada cuando se le acercaron sus discípulos y le dijeron: «El lugar está deshabitado y ya es hora avanzada. Despídelos para que vayan a las aldeas y pueblos del contorno a comprarse de comer.» El les contestó: «Dadles vosotros de comer.» Ellos le dicen: «¿Vamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?» El les dice: «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver.» Después de haberse cerciorado, le dicen: «Cinco, y dos peces.» Entonces les mandó que se acomodaran todos por grupos sobre la verde hierba. Y se acomodaron por grupos de cien y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los iba dando a los discípulos para que se los fueran sirviendo. También repartió entre todos los dos peces. Comieron todos y se saciaron. Y recogieron las sobras, doce canastos llenos y también lo de los peces. Los que comieron los panes fueron cinco mil personas.
Te pedimos por quienes comienzan a conocer a Cristo: que el Señor les fortalezca en su camino.
Por los niños, por quienes les acogen y les despiertan a la fe, te pedimos Señor.
Te pedimos por los enfermos y quienes terminan su vida en soledad: que el Señor les dé la fuerza que necesitan.
Te pedimos por los que están condenados a la reclusión o al exilio: que el Señor sostenga su esperanza.
Para que el fuego de tu Espíritu renueve nuestro entusiasmo y nos haga acogedores con los que no te conocen, te pedimos Señor.
Que tu Iglesia se renueve en la mesa de tu Palabra y de tu Eucaristía, te pedimos Señor.
Dios, nuestro Padre, tú buscas infatigablemente al que se aleja de ti. Y, por medio del perdón, vienes a poner en nuestro dedo el anillo del hijo pródigo, el anillo de la fiesta.
Bendícenos, Cristo Jesús, tu amor es más grande que nuestro corazón.
Canto
Salmo
Como busca la cierva
corrientes de agua,
así mi alma te busca
a ti, Dios mío;
Mi alma tiene sed de Dios,
del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver
el rostro de Dios?
Las lágrimas son mi pan
noche y día,
mientras todo el día me repiten:
«¿Dónde está tu Dios ?»
¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío.»
del salmo 41
Lectura
San Pablo escribe: Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, y que intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.
Romanos 8, 31-39
Canto
Silencio
Oración de alabanza
Jesús, manso y humilde de corazón, tú visitas a todo ser humano para revelarle el amor del Padre.
Jesús, bondad sin medida, tú liberas a los cautivos, tú perdonas nuestras faltas.
Jesús, nuestro descanso y nuestro refugio, tu yugo es suave y tu carga ligera.
Jesús, enviado del Padre, tú sanas nuestra ceguera.
Jesús, pan vivo, tú alimentas nuestro corazón con tu palabra.
Jesús, tú has venido para encender un fuego en la tierra.
Jesús resucitado, tú nos haces partícipes de tu alegría.
Jesús, tú eres el Camino, la Verdad y la Vida.
Padrenuestro
Oración
Jesús, luz de nuestros corazones, desde tu resurrección siempre vienes a nosotros. Dondequiera que nos encontremos, siempre nos estás esperando y nos dices: Venid a mí los que estáis cansados y encontraréis el descanso.
Cantos
Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre
en toda la tierra!
Ensalzaste tu majestad sobre los cielos.
De la boca de los niños has sacado una alabanza.
Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder?
Le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies:
rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar.
Señor dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre
en toda la tierra!
El Señor dijo a Abraham: «Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición. Bendeciré a quienes te bendigan, (...).
Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra.» Marchó, pues, Abraham, como se lo había dicho el Señor, y con él marchó Lot. Tenía Abraham setenta y cinco años cuando salió de Jarán.
Viendo la muchedumbre, Jesús subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Felices los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Felices los que lloran, porque ellos serán consolados. Felices los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados. Felices los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Felices los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Felices los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Felices seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»
Para que tu paz resplandezca en medio de nosotros y que tu amor libere nuestras vidas, te lo pedimos Señor.
Haznos capaces de perseverar en la fe y pon en nuestros corazones el deseo de tu Reino.
Guía a tu Iglesia por el camino del Evangelio, que tu Espíritu Santo la guarde acogedora.
Te pedimos por los responsables de los pueblos, para que tengan la voluntad de promover la justicia y la libertad.
Oh Cristo, tú has tomado nuestras imperfecciones, te has hecho cargo de nuestras enfermedades; sostén a los que atraviesan por una prueba.
Por quienes están al servicio de los oprimidos, de los extranjeros, de los que se encuentran aislados, te pedimos.
Te confiamos a nuestras familias, a todos los que nos han pedido que recemos por ellos y que rezan por nosotros.
Por nuestro país, nuestra región (nuestro pueblo, nuestra ciudad,...), para que los cristianos sean testigos de esperanza y artesanos de unidad, te pedimos.
Jesús, nuestra alegría, tú quieres para nosotros un corazón muy sencillo, como una primavera del corazón. Entonces, las cosas complicadas de la existencia nos paralizan menos. Tú nos dices: no te preocupes, incluso si tu fe es muy pequeña, yo, Cristo, permanezco siempre contigo.
Bendícenos, Cristo Jesús, sólo en ti nuestra alma descansa en paz.
Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre :
de la salida del sol hasta su ocaso,
alabado sea el nombre del Señor.
El Señor se eleva sobre todos los pueblo,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que se eleva en su trono
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra ?
Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo ;
a la estéril le da un puesto en la casa,
como madre feliz de hijos.
Al llegar el día de Pentecostés, estaban los discípulos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. (...) Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y dijo: «Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien claro y prestad atención a mis palabras: No están éstos borrachos, como vosotros suponéis, pues es la hora tercia del día, sino que es lo que dijo el profeta: Sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños. (...) Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.»
Jesús dice: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conoceréis, porque mora con vosotros. No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros.»
Ven, Espíritu Santo, haz que surja del cielo el esplendor de tu amor.
Ven, Padre de los pobres; ven, Espíritu generoso; ven, Luz de los corazones.
Tú, el perfecto Consolador, haces que en nuestra alma habite la paz: Ven, Espíritu Santo.
Tú, maravilloso frescor, en la pena, tú eres el descanso, en la prueba, la fuerza: Ven, Espíritu Santo.
Luz bondadosa, penetra la intimidad de nuestro corazón; ven, Espíritu Santo.
Ablanda nuestra rigidez, enciende nuestra tibieza; ven, Espíritu Santo.
Abreva nuestra sequedad, cura nuestra herida; ven, Espíritu Santo.
Danos la alegría que permanece; ven, Espíritu Santo, haz que brote del cielo el resplandor de tu amor.
Espíritu Santo, en cualquier situación, quisiéramos acogerte con gran sencillez. Es ante todo con la inteligencia del corazón como podemos penetrar el misterio de tu vida dentro de nosotros.
Que el fuego del amor de Cristo nos habite, ese amor con el que nos amó primero.
Canto
Salmo
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores.
Sabed que el Señor es Dios :
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre :
« El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades. »
salmo 99
Lectura
Antes de pasar de este mundo al Padre, Jesús rezaba así: «No te ruego sólo por estos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has amado a mí. Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos.»
Juan 17, 20-26
Canto
Silencio
Oración de Intercesión
Señor Jesús, después de haber dado tu vida en la cruz, tú has entrado en la gloria del Padre. Haz que toda la humanidad participe en tu vida de Resucitado.
Por medio de ti, Jesús, Dios ha hecho con nosotros una alianza nueva. Tú estás con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos.
Jesús, tú apareciste a tus discípulos después de tu pasión. Con tu presencia en medio de nosotros, consolídanos en nuestra fe.
Jesús, tú has prometido el Espíritu Santo a los apóstoles. Que el Espíritu Consolador renueve nuestra fidelidad hacia ti.
Jesús, tú has enviado a los apóstoles a anunciar la Buena Noticia hasta los confines de la tierra. Que el Espíritu Santo nos haga testigos de tu amor.
Padrenuestro
Oración
Señor Cristo, aún teniendo una fe que trasportara montañas, sin amor ¿qué seríamos? Tú, tú nos amas. Sin tu Espíritu que habita en nuestros corazones, ¿qué seríamos? Tú, tú nos amas. Tomándolo todo sobre tí, nos abres un camino hacia la fe, esa confianza en Dios, él que no quiere ni el sufrimiento ni la aflicción humana. Espíritu de Cristo, Espíritu de compasión, Espíritu de la alabanza, tu amor por cada uno de nosotros nunca desaparecerá.
Cantos
Canto
Salmo
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti ;
yo digo al Señor : « Tú eres mi bien. »
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa ;
mi suerte está en tu mano :
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.
Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré.
Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa serena.
Porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.
del salmo 15
Lectura
Jesús dice: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios; creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino.» Le dice Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie viene al Padre sino por mí.»
Juan 14, 1-6
Canto
Silencio
Oración de Intercesión
Cristo, tú has infundido sobre tus discípulos el Espíritu Santo recibido del Padre: condúcenos con ese mismo Espíritu.
Cristo, tú nos envías a anunciar tu perdón: revela tu amor a cada ser humano.
Cristo, tú has prometido que el Espíritu nos enseñaría todas las cosas: ilumina nuestra fe.
Cristo, tú has prometido el Espíritu de paz: renueva la tierra con tu paz.
Cristo, tú has prometido enviar el Espíritu de verdad: haz que conozcamos tu amor que supera todo conocimiento.
Cristo, tu Espíritu llena el universo: él habita en cada uno de nosotros.
Padrenuestro
Oración
Salvador de toda vida, al seguirte elegimos amar, en ningún caso endurecer nuestro corazón. Tú quieres para nosotros una alegría de Evangelio, y cuando las profundidades son invadidas por una niebla, un camino permanece abierto, el de la serena confianza.
Cantos
Canto
Salmo
El Señor es mi pastor,
nada me falta :
en verdes praderas
me hace recostar ;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, por que tú vas conmigo :
tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis adversarios ;
m unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
todos los días de mi vida.
salmo 22
Lectura
Jesús dice: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir el lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa de ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor y conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre.»
Juan 10, 11-18
Canto
Silencio
Oración de alabanza
Cristo resucitado, tú estás vivo para siempre, te adoramos.
¡Alabado seas, Señor resucitado!
Tú has descendido a lo más bajo para revelar el amor del Padre a toda criatura humana.
¡Alabado seas, Señor resucitado!
Tú has subido hacia tu Padre y nuestro Padre.
¡Alabado seas, Señor resucitado!
Cristo, como en la tarde de tu resurrección infundes sobre cada uno de nosotros el Espíritu Santo.
¡Alabado seas, Señor resucitado!
Tú nos ofreces ser testigos de tu presencia.
¡Alabado seas, Señor resucitado!
Padrenuestro
Oración
Jesús, Amor de todo amor, tu compasión no tiene límites. Tenemos sed de ti, que nos dices: ¿Por qué tener miedo? No temas, yo estoy aquí.
Cantos
Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de sus fieles ;
que se alegre su pueblo por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.
Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras ;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la salvación a los humildes.
Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas :
con vítores a Dios en la boca…
honor para todos sus fieles.
San Pablo escribe: Os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras: que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras, que se apareció a Cefás y luego a los Doce.
o
Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que estaba a dos horas de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le reconocieran. (...) El les dijo: «¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.» Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Cristo, nacido del Padre antes de todos los siglos, y que te has encarnado en nuestra humanidad, tú has resucitado por nosotros; te adoramos.
—¡Gloria a ti Señor!
Hijo de Dios, Fuente de vida, invocamos tu bondad sobre nosotros y sobre toda la familia humana.
—Escúchanos, Señor de gloria.
Haznos vivir de tu vida y caminar como hijos de la luz, en la alegría de Pascua.
—Escúchanos, Señor de gloria.
Aumenta la fe en tu Iglesia, con el fin de que ella dé fiel testimonio de tu resurrección.
—Escúchanos, Señor de gloria.
Consuela a todos los que están abatidos, y graba en su corazón tus palabras de vida eterna.
—Escúchanos, Señor de gloria.
Consolida a los débiles en la fe, y revélate a los corazones que dudan.
—Escúchanos, Señor de gloria.
Fortalece a los enfermos, sostén a los ancianos y tranquiliza a los moribundos con tu presencia que salva.
—Escúchanos, Señor de gloria.
Tú Cristo, el Resucitado, escuchamos tu apacible voz en el Evangelio. Tú nos dices: ¿Por qué os preocupáis? Una sola cosa es necesaria: un corazón a la escucha de mi Palabra y del Espíritu Santo.
El Señor es mi alabanza en la gran asamblea,
cumpliré mis votos delante de sus fieles.
Los desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán al Señor los que lo buscan :
viva su corazón por siempre.
Lo recordarán y volverán al Señor
hasta de los confines del orbe ;
en su presencia se postrarán
las familias de los pueblos.
Porque del Señor es el reino,
él gobierna a los pueblos.
Ante él se inclinarán los que bajan al polvo.
Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá,
hablarán del Señor a la generación futura,
contarán su justicia al pueblo que ha de nacer :
todo lo que hizo el Señor.
El Señor dice: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.»
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quien perdonéis los pecados, les quedan perdonados.»
Cristo, por tu resurrección abres a todos los seres humanos las puertas del Reino: condúcenos hasta la gloria del Padre.
Por tu resurrección has confirmado la fe de tus discípulos y les has enviado al mundo: que tu Iglesia sea a su vez fiel en la proclamación de la Buena Noticia.
Por tu resurrección nos has reconciliado en tu paz: haz que todos los bautizados entren en una misma comunión de fe y de amor.
Por tu resurrección sanas nuestra humanidad y le das la vida eterna: te confiamos a los enfermos.
Por tu resurrección te has convertido en el primero de los seres vivos.
Jesús, el Resucitado, tú infundes en nosotros el Espíritu Santo. Quisiéramos decirte: tú tienes las palabras que dan vida a nuestra alma, ¿a quién iríamos sino a ti, el Resucitado?
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
En el peligro grité al Señor,
y me escuchó, poniéndome a salvo.
El Señor está conmigo, no temo.
Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes.
Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó ;
el Señor es mi fuerza y mi canto,
él es mi salvación.
Escuchad : hay cantos de alegría
en las tiendas de los justos :
la diestra del Señor es excelsa.
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.
San Pablo escribe: Así, pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él.
o
El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.» Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro: vio y creyó, pues hasta entonces no había comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos. Los discípulos, entonces, volvieron a casa.
Te adoramos, Jesús, nuestro Salvador, tú que has vencido la muerte con la cruz:
Tú eres la piedra que rechazaron los constructores, tú te has convertido en la piedra angular: haz de nosotros piedras vivas de tu Iglesia.
Te pedimos por los cristianos, para que vivan en la alegría de tu resurrección, y que por su amor fraterno sean el signo visible de tu presencia.
Te pedimos por los responsables de tu Iglesia, para que al celebrar tu resurrección con todos los creyentes sean fortificados para tu servicio.
Te pedimos por los responsables de los pueblos, para que desempeñen su tarea como servidores de la justicia y de la paz.
Te pedimos por quienes sufren en la enfermedad, el duelo, la vejez, el exilio, para que tu resurrección sea para ellos consuelo y auxilio.
Jesús, el Resucitado, a veces nuestro corazón te invoca: no soy digno de que entres en mi casa, pero di solamente una palabra y quedaré curado. En el vacío de nuestra vida, tu Evangelio es luz en nosotros, tu Eucaristía es presencia en nosotros.
Jesús, nuestra alegría, a tu lado encontramos el perdón, el frescor de las fuentes. Sedientos de las realidades de Dios, reconoce tu presencia de Resucitado. E, igual que el almendro comienza a florecer con la luz de la primavera, tú haces florecer hasta los desiertos del alma.
Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado ? ;
a pesar de mis gritos,
mi oración no te alcanza.
De día te grito, y no respondes ;
de noche, y no me haces caso.
Aunque tú habitas en el santuario,
esperanza de tu pueblo.
En ti confiaban nuestros padres ;
confiaban, y los ponías a salvo ;
a ti gritaban, y quedaban libres ;
en ti confiaba, y no los defraudaste.
Pero yo soy un gusano, no un hombre,
vergüenza de la gente, desprecio del pueblo ;
al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza :
« Acudió al Señor, que lo ponga a salvo ;
que lo libre si tanto lo quiere. »
Tú eres quien me sacó del vientre,
me tenías confiado en el regazo de mi madre ;
desde el seno pasé a tus manos,
desde el vientre materno tú eres mi Dios.
No te quedes lejos, que el peligro está cerca
y nadie me socorre.
El Siervo del Señor creció como un retoño delante de Dios, como raíz de tierra árida. No tenía apariencia ni presencia; le vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta. ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus heridas hemos sido curados.
o
Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo.» Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: «Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé de este producto de la vid hasta el día aquel en que lo beba con vosotros, nuevo, en el Reino de mi Padre.»
Cristo Salvador, como la semilla que cae en tierra, tú has conocido la muerte. Unida a ti, nuestra vida dará mucho fruto.
—¡Alabado seas Señor!
Cristo, tú has descendido a lo más bajo de nuestra condición humana, y permaneces cerca de los que han sido abandonados.
—¡Alabado seas Señor!
En tu amor, tú has cargado con nuestros pecados; inocente, has padecido la muerte para arrancarnos a la muerte.
—¡Alabado seas Señor!
Con tu amor has vencido el mal y el odio, y vives para siempre junto al Padre.
—¡Alabado seas Señor!
Tú nos escuchas porque eres bueno y nos visitas en la desgracia; colma nuestro corazón revelándonos la luz de tu rostro.
—¡Alabado seas Señor!
Cristo, tú lo das todo, das tu vida y también tu perdón que nunca nos dejará. Y nuestra respuesta es como un balbuceo: tú, Cristo, sabes que te amo, quizás no como yo quisiera, pero te amo.
Jesús, alegría de nuestros corazones, tú permaneces a nuestro lado como un pobre y también como el Resucitado. Quieres que seamos personas llenas de vida. Y cada vez que se produce un distanciamiento entre tú y nosotros, nos invitas a seguirte permaneciendo muy cerca de ti.
Bendícenos, Cristo Jesús, tú que, abrumado por las penas, no amenazabas a nadie. Tú vienes a curar con tu compasión.
Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.
Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios.
Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo : « Retornad, hijos de Adán. »
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó ;
una vela nocturna.
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo ?
Ten compasión de tus siervos;
Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
He aquí que días vienen - dice el Señor - en que yo pactaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para sacarles de Egipto; que ellos rompieron mi alianza, y yo hice estrago en ellos - palabra del Señor -. Pondré mi Ley en su interio y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que adoctrinar más el uno a su prójimo y el otro a su hermano, diciendo: «Conoced al Señor», pues todos ellos me conocerán del más chico al más grande - dice el Señor - cuando perdone su culpa, y de su pecado no vuelva a acordarme.
o
Jesús dice: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará. Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? Padre, glorifica tu Nombre.» Vino entonces una voz del cielo: «Le he glorificado y de nuevo le glorificaré.» La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno. Otros decían: «Le ha hablado un ángel.» Jesús respondió: «No ha venido esta voz por mí, sino por vosotros. Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí.»
Cristo, permaneciendo fiel hasta la muerte, tú nos muestras el camino del amor más grande.
Cristo, tomando sobre ti el peso del pecado, tú nos revelas el camino de la bondad.
Cristo, rezando por quienes te crucificaron, tú nos conduces a un perdón sin medida.
Cristo, abriendo el paraíso al ladrón arrepentido, tú enciendes en nosotros la esperanza.
Cristo, ven a ayudarnos en nuestra poca fe.
Cristo, crea para nosotros un corazón puro, renueva y consolida nuestro espíritu.
Cristo, cerca está tu Palabra, que ella nos habite y nos guarde siempre.
Jesucristo, incluso cuando no sentimos nada de tu presencia, tú estás ahí, siempre. Tu Espíritu Santo permanece en nosotros en continua actividad. El abre pequeños caminos para atravesar callejones sin salida y para avanzar hacia lo esencial de la fe, de la confianza.
Bendícenos, Jesucristo, a nosotros que te amamos sin haberte visto.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa ;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado :
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
Te gusta un corazón sincero,
y e mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo : quedaré limpio ;
lávame : quedaré más blanco que la nieve.
Oh Dios crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme ;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quite tu santo espíritu.
La mano del Señor está sobre mí y, por su espíritu, el Señor me sacó y me puso en medio del valle, el cual estaba lleno de huesos. Me hizo pasar por entre ellos en todas las direcciones. Los huesos eran muy numerosos por el suelo del valle, y estaban completamente secos. (...) El Señor me dijo: «Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre. Dirás al espíritu: Así dice el Señor: Ven, espíritu, de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que vivan.» Yo profeticé como se me había ordenado, y el espíritu entró en ellos; revivieron y se incorporaron sobre sus pies: era un enorme, inmenso ejército. Entonces me dijo: «Hijo de hombre, estos huesos son toda la casa de Israel. Ellos andan diciendo: Se han secado nuestros huesos, se ha desvanecido nuestra esperanza, todo ha acabado para nosotros. Por eso, profetiza. Les dirás: Así dice el Señor: He aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel. Sabréis que yo soy el Señor cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de vuestras tumbas, pueblo mío. Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago, oráculo del Señor.»
Jesús dice: «Yo soy el pan de vida, El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. (...) Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día.»
Cristo, tú que nos ofreces una curación, haznos vivir de tu vida.
Cristo, tú que renuevas en nosotros la esperanza, haznos vivir de tu vida.
Cristo, tú que te sientas a la mesa de los pecadores, haznos vivir de tu vida.
Cristo, tú que resucitas a Lázaro, tu amigo, haznos vivir de tu vida.
Cristo, tú que perdonas la negación de Pedro y le llamas a seguirte, haznos vivir de tu vida.
Cristo, en ti nuestra resurrección ya ha comenzado, haznos vivir de tu vida.
Dios de todos los humanos, líbranos de cavar «cisternas agrietadas que no retienen el agua viva». Quisiéramos confiarnos en ti, y abandonar en ti nuestras inquietudes y toda nuestra vida.
Bendícenos, Cristo Jesús, tú que nos amas siempre, hasta en nuestra noche.