a. ¿De qué y de dónde huyo? ¿Por qué?
b. Cuando huyo, ¿huyo en alguna dirección o simplemente "a donde sea"?
c. ¿De qué hablo en mi caminar por la vida? ¿Qué es lo que de verdad me preocupa, me entristece, me decepciona? ¿Con quién lo hablo?
d. El Señor está siempre en mis preocupaciones y en mis huidas, aunque no sea capaz de verlo ahí. Alguna vez, como los de Emaús, me di cuenta a "aguas pasadas". Hablar sobre esto.
e. A veces, también yo he le he hecho al Señor la pregunta: ¿Eres tú el único que no sabes...?, ¿eres el único que no te enteras de lo que pasa...? Y Él ¡como si no pasara nada! , sólo me contesta: "¿Qué?"..., y deja que me desahogue. Hablar sobre esto.
f. Con frecuencia soy torpe para "reconocer" al Señor. Pero es verdad también, que alguna vez el Señor impuso su visión, se me mostró a pesar de mi ceguera. Hablar de esto.
g. Cuando uno se encuentra con Jesús de Nazaret ya Señor, aunque todo siga igual, ya no es lo mismo: se empieza e ver con ojos distintos. Hablar de esto.
El Señor es mi alabanza en la gran asamblea,
cumpliré mis votos delante de sus fieles.
Los desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán al Señor los que lo buscan :
viva su corazón por siempre.
Lo recordarán y volverán al Señor
hasta de los confines del orbe ;
en su presencia se postrarán
las familias de los pueblos.
Porque del Señor es el reino,
él gobierna a los pueblos.
Ante él se inclinarán los que bajan al polvo.
Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá,
hablarán del Señor a la generación futura,
contarán su justicia al pueblo que ha de nacer :
todo lo que hizo el Señor.
El Señor dice: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.»
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quien perdonéis los pecados, les quedan perdonados.»
Cristo, por tu resurrección abres a todos los seres humanos las puertas del Reino: condúcenos hasta la gloria del Padre.
Por tu resurrección has confirmado la fe de tus discípulos y les has enviado al mundo: que tu Iglesia sea a su vez fiel en la proclamación de la Buena Noticia.
Por tu resurrección nos has reconciliado en tu paz: haz que todos los bautizados entren en una misma comunión de fe y de amor.
Por tu resurrección sanas nuestra humanidad y le das la vida eterna: te confiamos a los enfermos.
Por tu resurrección te has convertido en el primero de los seres vivos.
Jesús, el Resucitado, tú infundes en nosotros el Espíritu Santo. Quisiéramos decirte: tú tienes las palabras que dan vida a nuestra alma, ¿a quién iríamos sino a ti, el Resucitado?
Es el tiempo del AMOR,
minutos espaciados que son tuyos
y que tú empleas
para llenar mi corazón de Ti mismo,
disimuladamente casi siempre.
Es tiempo de silenciar mis
voces, gemidos y cantos
y estar atenta a las insinuaciones
de tu AMOR
delgado, transparente y vasto.
Tu tiempo, el día de hoy,
que será también mañana cuando lo
estemos viviendo
alertas y en espera.
Tiempo para nutrir las esperanzas,
amarrar con lazos y gotas de agua
cada sugerencia de vida,
afinar el oído por si hay llantos
que le pasaran a mi corazón desapercibidos.
Es ese tiempo de profetas
temblones pero obedientes
que se levantan y caminan
siguiendo no sé qué misteriosa
voz insistente...
Es ese tiempo de abandono
confiado
en la bondad del que llega siempre
encendiendo fuego por dentro
y que deja los pechos ardiendo...
Es tiempo de salir de mi techo,
de mi suelo, de mi puerto,
de mi huerto regado por mí misma.
Es el tiempo del AMOR,
y ya no es posible el miedo,
a pesar de la cobardía,
de la mezquindad,
de la mala hierba de los celos.
Parece que sea tu tiempo, Señor,
parece que sea mi tiempo,
parece que es el tiempo del AMOR...
Aquí tienes mis manos y mi corazón,
parece que SEA EL NUESTRO.
Irene del Río
• ¿Qué música suena en mi corazón?
• ¿Qué música suena en Tú corazón?
• ¿Cuál es Señor tú sintonía?
• Acercarme a tu “dentro” a tu interior, escucharlo y contemplarte.
• Si estoy conectada, suena la música. Si no suena…
• Conocimiento interno,…sentir y gustar internamente,…
• Tu música Señor sólo se percibe cuando conectamos desde nuestro corazón, desde nuestro fondo.
• De corazón a corazón…
• ¡Qué será de tantos corazones sin música, desentonados!
• Locos que bailan a tu ritmo, sin que nadie oiga tu música
• ¿Será tan fácil?
• Escucho y me acerco también, a los latidos del crucificado? ¿de otros crucificados?.
• …
Y A TI ¿QUÉ TE SUGIERE?
a. Los miedos siempre dan cerrazón, siempre. ¿A qué me cierro?
b. Cuando Jesús dice: “La paz con vosotros”, está relativizando todos los motivos de nuestros miedos. Relativizar los motivos de nuestros miedos y desasosiegos… Pedirle a Jesucristo que aumente nuestra fe en él, nuestra confian-za en él y se disiparán tantos y tantos miedos que nos acogotan.
c. El cuerpo de Jesucristo resucitado es un cuerpo con cicatrices; con cicatrices, ¡pero resucitado! ¡No hay muerte sin resurrección! Agradecerle a Jesucristo, el Señor, que haya llenado de sentido tanto sin sentido de la vida.
d. “La paz con vosotros, como el Padre me envió, también yo os envío”. Soy una enviada de esta noticia de sosiego ante tantos miedos. Liberada del miedo a sufrir, no escatimaré esfuerzos por evitarle a otros tantos y tantos sufrimientos que se padecen. Lo más que puede pasar -¡gracias al Señor, muerto y resucitado!- es que me queden cicatrices. Comprometerme con Jesucristo, “Señor mío y Dios mío”, en ir por la vida como creyente.
Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran terremoto, pues el Ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella. Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve. Los guardias, atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El Ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho. Venid, ved el lugar donde estaba. Y ahora id enseguida a decir a sus discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis." Ya os lo he dicho. Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: ¡Dios os guarde! Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán. (Mt. 28, 1-10)
Señor,
de las manos clavadas
y los brazos abiertos,
de los labios sedientos
y velado mirar,
Me amaste hasta el extremo
y así yo quiero amarte
llegando hasta el extremo
de la fidelidad,
Yo no tengo, Señor,
unas manos clavadas
ni unos brazos abiertos.
Yo miro sin dolores
el dolor de tu cruz.
¿Por que no tengo, Señor,
unos labios sedientos
de ese amor que desea
sufrir igual que tú?
Señor crucificado,
desbordas cuanto existe,
es un mar sin orillas
tu manera de amar,
Déjame que contemple
esas manos clavadas
y esos brazos abiertos
ante un mundo sediento
de tu paz,
ante un mundo sediento
de tu luz.Consuelo Ojeda
- Al aterdecer de la vida, ¡me examinarán del amor!
- ¿Para qué tenemos tiempo?
- A veces se nos olvida que todas las horas son para amar.
- ¿No hay tiempo? ¿No hay amor?
- Con un reloj como este quizá nuestro ritmo vital, fuese más al ritmo del amor.
- ¡Es imposible amar a determinados ritmos!
- Marta, Marta ¿En que te afanas?. María ha escogido la mejor parte.
- El amor crece al ritmo de un : tic-tac, tic-tac,...
- Todo lo que se hace, hay que hacerlo amando.
- Nada de nuetra vida se escapa de la posibilidad de ser amado y de amar.
- Siempre es tiempo de amar.
- Si algo nos puede distinguir es vivir al ritmo de este reloj donde siempre hay tiempo para el amor, la entrega, incluso con cruz, o a pesar de estar en la cruz.
- ¿qué hora será madre, la hora de amar?
- Ser contemplativas en la acción, ... ser acción en el amor,...
- ¡Ojalá nos encontremos con profetas que nos recuerden eso: es la hora de amar!
- ................................
Y a ti ¿qué te sugiere?
Salmo
Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado ? ;
a pesar de mis gritos,
mi oración no te alcanza.
De día te grito, y no respondes ;
de noche, y no me haces caso.
Aunque tú habitas en el santuario,
esperanza de tu pueblo.
En ti confiaban nuestros padres ;
confiaban, y los ponías a salvo ;
a ti gritaban, y quedaban libres ;
en ti confiaba, y no los defraudaste.
Pero yo soy un gusano, no un hombre,
vergüenza de la gente, desprecio del pueblo ;
al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza :
« Acudió al Señor, que lo ponga a salvo ;
que lo libre si tanto lo quiere. »
Tú eres quien me sacó del vientre,
me tenías confiado en el regazo de mi madre ;
desde el seno pasé a tus manos,
desde el vientre materno tú eres mi Dios.
No te quedes lejos, que el peligro está cerca
y nadie me socorre.
del salmo 21
Lectura
El Siervo del Señor creció como un retoño delante de Dios, como raíz de tierra árida. No tenía apariencia ni presencia; le vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta. ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus heridas hemos sido curados.Isaías 53, 2-5
Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: «Tomad, comed, éste es mi cuerpo.» Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: «Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé de este producto de la vid hasta el día aquel en que lo beba con vosotros, nuevo, en el Reino de mi Padre.»
Mateo 26, 26-29
Canto
Silencio
Oración de alabanza
Cristo Salvador, como la semilla que cae en tierra, tú has conocido la muerte. Unida a ti, nuestra vida dará mucho fruto.
—¡Alabado seas Señor!
Cristo, tú has descendido a lo más bajo de nuestra condición humana, y permaneces cerca de los que han sido abandonados.
—¡Alabado seas Señor!
En tu amor, tú has cargado con nuestros pecados; inocente, has padecido la muerte para arrancarnos a la muerte.
—¡Alabado seas Señor!
Con tu amor has vencido el mal y el odio, y vives para siempre junto al Padre.
—¡Alabado seas Señor!
Tú nos escuchas porque eres bueno y nos visitas en la desgracia; colma nuestro corazón revelándonos la luz de tu rostro.
—¡Alabado seas Señor!
Padrenuestro
Oración
Cristo, tú lo das todo, das tu vida y también tu perdón que nunca nos dejará. Y nuestra respuesta es como un balbuceo: tú, Cristo, sabes que te amo, quizás no como yo quisiera, pero te amo.
Jesús, alegría de nuestros corazones, tú permaneces a nuestro lado como un pobre y también como el Resucitado. Quieres que seamos personas llenas de vida. Y cada vez que se produce un distanciamiento entre tú y nosotros, nos invitas a seguirte permaneciendo muy cerca de ti.
Bendícenos, Cristo Jesús, tú que, abrumado por las penas, no amenazabas a nadie. Tú vienes a curar con tu compasión.
Cantos
Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, se dirigió a los sumos sacerdotes y les propuso: -¿Qué me dais si os lo entrego a vosotros? Ellos se pusieron de acuerdo en treinta monedas de plata. Desde aquel momento buscaba una ocasión para entregarlo. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: -¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua? Él les contestó:
-Id a la ciudad, a un tal, y decidle: El maestro dice: mi hora está próxima; en tu casa celebraré la Pascua con mis discípulos. Los discípulos prepararon la cena de Pascua siguiendo las instrucciones de Jesús. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían, les dijo: -Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar. Consternados, empezaron a preguntarle uno por uno: -¿Soy yo, Señor? Él contestó: -El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ése me entregará. Este Hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay de aquél por quien este Hombre será entregado! Más le valdría a ese hombre no haber nacido. Le dijo Judas, el traidor: -¿Soy yo, maestro? Le respondió Jesús: -Tú lo has dicho. Mientras cenaban, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos diciendo: -Tomad y comed, esto es mi cuerpo. Tomando la copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo: -Bebed todos de ella. Tomando la copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo: -Bebed todos de ella, porque ésta es mi sangre de la alianza, que se derrama por todos para el perdón de los pecados. Os digo que en adelante no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre. Cantaron los salmos y salieron hacia el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo: -Esta noche todos vais a fallar por mi causa, como está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Pero cuando resucite, iré delante de vosotros a Galilea. Pedro le contestó: -Aunque todos fallen esta noche, yo no fallaré. Jesús le respondió: -Te aseguro que esta noche, antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces. Pedro le replicó: -Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Lo mismo dijeron los demás discípulos. Entonces Jesús fue con ellos a un lugar llamado Getsemaní y dijo a sus discípulos: -Sentaos aquí mientras yo voy allá a orar. Tomó a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo y empezó a sentir tristeza y angustia. Les dijo: -Siento una tristeza mortal; quedaos aquí, velando conmigo. Se adelantó un poco y, postrado rostro en tierra, oró así: -Padre, si es posible, que se aparte de mí esta copa. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Volvió a donde estaban los discípulos. Los encontró dormidos y dijo a Pedro: -¿Será posible que no habéis sido capaces de velar una hora conmigo? Velad y orad para no sucumbir en la prueba. El espíritu es decidido, pero la carne es débil. Por segunda vez se alejó a orar: -Padre, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, que se haga tu voluntad. Volvió de nuevo y los encontró dormidos, pues tenían mucho sueño. Los dejó y se apartó por tercera vez repitiendo la misma oración. Después se acercó a los discípulos y les dijo: -¡Todavía dormidos y descansando! Está próxima la hora en que este Hombre será entregado en poder de los pecadores. Levantaos, vamos; se acerca el que me entrega. Todavía estaba hablando cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de gente armada de espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo. El traidor les había dado una contraseña: Al que yo bese, ése es; arrestadlo. Enseguida, acercándose a Jesús le dijo: -¡Salve, maestro! Y le dio un beso. Jesús le dijo: -Amigo, ¿a qué has venido? Entonces se acercaron, le echaron mano y arrestaron a Jesús. Uno de los que estaban con Jesús desenvainó la espada y de un tajo cortó una oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo: -Envaina la espada: Quien empuña la espada, a espada muere. ¿Crees que no puedo pedirle al Padre que me envíe enseguida más de doce legiones de ángeles? Pero entonces, ¿cómo se cumplirá lo que está escrito, que esto tiene que suceder? Entonces Jesús dijo a la multitud: -Habéis salido armados de espadas y palos para capturarme como si se tratara de un asaltante. Diariamente me sentaba en el templo a enseñar y no me arrestasteis. Pero todo eso sucede para que se cumplan las profecías. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Los que lo habían arrestado lo condujeron a casa del sumo sacerdote Caifás, donde se habían reunido los letrados y los senadores. Pedro le fue siguiendo a distancia hasta el palacio del sumo sacerdote. Entró y se sentó con los criados para ver en qué acababa aquello. Los sumos sacerdotes y el Consejo en pleno buscaban un testimonio falso contra Jesús que permitiera condenarlo a muerte. Y, aunque se presentaron muchos testigos falsos, no lo encontraron. Finalmente se presentaron dos alegando: -Éste ha dicho: Puedo derribar el templo de Dios y reconstruirlo en tres días. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo: -¿No respondes a lo que éstos declaran contra ti? Pero Jesús seguía callado. El sumo sacerdote le dijo: -Por el Dios vivo te conjuro para que nos digas si eres el Mesías, el Hijo de Dios. Jesús le respondió: -Tú lo has dicho. Y os digo que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y llegando en las nubes del cielo. Entonces el sumo sacerdote, rasgándose sus vestiduras, dijo: -¡Ha blasfemado! ¿Qué falta nos hacen los testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Cuál es vuestro veredicto? Respondieron: -Reo de muerte. Entonces le escupieron al rostro, le dieron bofetadas y lo golpeaban diciendo: -Mesías, adivina quién te ha pegado. Pedro estaba sentado fuera, en el patio. Se le acercó una criada y le dijo: -Tú también estabas con Jesús el Galileo. Él lo negó delante de todos: -No sé lo que dices. Salió al portal, lo vio otra criada y dijo a los que estaban allí: -Éste estaba con Jesús el Nazareno. De nuevo lo negó jurando que no conocía a aquel hombre. Al poco tiempo se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: -Realmente tú eres uno de ellos, el acento te delata. Entonces empezó a echarse maldiciones y a jurar que no lo conocía. Al punto cantó un gallo y Pedro recordó lo que había dicho Jesús: Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces. Y saliendo afuera, lloró amargamente.A la mañana siguiente los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo tuvieron una deliberación para condenar a Jesús a muerte. Lo ataron, lo condujeron y lo entregaron a Pilato, el gobernador. Entonces Judas, el traidor, viendo que lo habían condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas a los sumos sacerdotes y senadores, diciendo: -He pecado entregando a un inocente a la muerte. Le contestaron: -Y a nosotros, ¿qué? Eso es problema tuyo. Arrojó el dinero en el templo, se fue y se ahorcó. Los sumos sacerdotes, recogiendo el dinero, dijeron: -No es lícito echarlo en la alcancía, porque es precio de una vida. Y, después de deliberar, compraron el Campo del Alfarero para sepultura de extranjeros. Por eso aquel campo se llama hasta hoy, Campo de Sangre. Así se cumplió lo que profetizó Jeremías: Tomaron las treinta monedas, precio del que fue tasado, del que tasaron los israelitas, y con ello pagaron el campo del alfarero; según las instrucciones del Señor. Jesús compareció ante el gobernador, el cual lo interrogó: -¿Eres tú el rey de los judíos? Contestó Jesús: -Tú lo has dicho. Pero, cuando lo acusaban los sumos sacerdotes y los senadores no respondía nada. Entonces le dijo Pilato: -¿No oyes de cuántas cosas te acusan? Pero no respondió una palabra, con gran admiración del gobernador. Por la Pascua acostumbraba el gobernador soltar a un prisionero, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso llamado [Jesús] Barrabás. Cuando estaban reunidos, les preguntó Pilato: -¿A quién queréis que os suelte? ¿A [Jesús] Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías? Pues le constaba que lo habían entregado por envidia. Estando él sentado en el tribunal, su mujer le envió un recado: -No te metas con ese inocente, que esta noche en sueños he sufrido mucho por su causa. Entre tanto los sumos sacerdotes y los senadores persuadieron a la multitud para que pidieran la libertad de Barrabás y la condena de Jesús. El gobernador tomó la palabra: -¿A quién de los dos queréis que os suelte? Contestaron: -A Barrabás. Respondió Pilato: -¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías? Contestaron todos: -Crucifícalo. Él les dijo: -Pero, ¿qué mal ha hecho? Sin embargo ellos seguían gritando: -Crucifícalo. Viendo Pilato que no conseguía nada, al contrario, que se estaban amotinando, pidió agua y se lavó las manos ante la gente diciendo: -No soy responsable de la muerte de este inocente. Allá vosotros. El pueblo respondió: -Nosotros y nuestros hijos cargamos con su muerte. Entonces les soltó a Barrabás, y a Jesús lo hizo azotar y lo entregó para que lo crucificaran. Entonces los soldados del gobernador condujeron a Jesús al pretorio y reunieron en torno a él a toda la cohorte. Lo desnudaron, lo envolvieron en un manto escarlata, trenzaron una corona de espinos y se la pusieron en la cabeza, y una caña en su mano diestra. Después, burlándose, se arrodillaban ante él y decían: -¡Salve, rey de los judíos! Le escupían, le quitaban la caña y le pegaban con ella en la cabeza. Terminada la burla, le quitaron el manto y le pusieron sus vestidos. Después lo sacaron para crucificarlo. A la salida encontraron un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a cargar con la cruz. Llegaron a un lugar llamado Gólgota, es decir, Lugar de la Calavera, y le dieron a beber vino mezclado con hiel. Él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron a suertes sus vestidos y se sentaron allí custodiándolo. Encima de la cabeza pusieron un letrero con la causa de la condena: Éste es Jesús, rey de los judíos. Con él estaban crucificados dos asaltantes, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban lo insultaban moviendo la cabeza y diciendo: -El que derriba el templo y lo reconstruye en tres días que se salve; si es Hijo de Dios, que baje de la cruz. A su vez, los sumos sacerdotes con los letrados y senadores se burlaban diciendo: -Salvó a otros, y no puede salvarse a sí mismo. Si es rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Se ha fiado en Dios: que lo libre ahora si es que lo ama. Pues ha dicho que es Hijo de Dios. También los asaltantes crucificados con él lo insultaban. A partir de mediodía se oscureció todo el territorio hasta media tarde. A media tarde Jesús gritó con voz potente: -Elí, Elí, lema sabactani, o sea: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Algunos de los presentes, al oírlo, comentaban: -A Elías llama éste. Enseguida uno de ellos corrió, tomó una esponja empapada en vinagre y con una caña le dio a beber. Los demás dijeron: -Espera, a ver si viene Elías a salvarlo. Jesús, lanzando un nuevo grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo, la tierra tembló, las piedras se partieron, los sepulcros se abrieron y muchos cadáveres de santos resucitaron. Y, cuando él resucitó, salieron de los sepulcros y se aparecieron a muchos en la Ciudad Santa. Al ver el terremoto y lo que sucedía, el centurión y la tropa que custodiaban a Jesús decían muy espantados: -Realmente éste era Hijo de Dios. Estaban allí mirando a distancia muchas mujeres que habían acompañado y servido a Jesús desde Galilea. Entre ellas estaban María Magdalena, María, madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos. Al atardecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también había sido discípulo de Jesús. Presentándose ante Pilato le pidió el cadáver de Jesús. Pilato mandó que se lo entregaran. José lo tomó, lo envolvió en una sábana de lino limpia, y lo depositó en un sepulcro nuevo que se había excavado en la roca; después hizo rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro y se marchó. Estaban allí María Magdalena y la otra María sentadas frente al sepulcro. Al día siguiente, el que sigue a la vigilia, se reunieron los sumos sacerdotes con los fariseos y fueron a Pilato a decirle: -Recordamos que aquel impostor dijo cuando aún vivía que resucitaría al tercer día. Manda que aseguren el sepulcro hasta el tercer día, no vayan a ir sus discípulos a robar el cadáver, para decir al pueblo que ha resucitado de la muerte. La última impostura sería peor que la primera. Les respondió Pilato: -Ahí tenéis una guardia: Id y aseguradlo como sabéis. Ellos aseguraron el sepulcro poniendo sellos en la piedra y colocando la guardia. (Mt 26, 14- 27.66)
Hoy damos comienzo a la semana llamada otros tiempos, Semana Mayor, porque es en efecto, la más grande de todas las semanas; Semana Laboriosa, porque es una semana de trabajo, de penitencia, de mortificación; Semana Santa, porque en ella se celebran los más santos misterios, y porque debemos, durante esta semana, trabajar por santificarnos.
Nos recuerda hoy la Iglesia, la entrada triunfante de Jesucristo en Jerusalén. ¿No os sorprende cómo es Jesucristo recibido en Jerusalén? ¿No se os enluta el corazón al pensar y al considerar, que aquellos mismos hombres que hoy proclaman a Cristo, Hijo de David, el Viernes de la Cruz, pedirán a voz en grito, su muerte, y una muerte la más deshonrosa y cruel? Pero, hermanos míos, nosotros mismos, ¿no hemos muchas veces imitado a los judíos? ¿No los imitamos aún? Una semana somos buenos, otra somos malos... Un día nos dedicamos con fervor a la práctica de las virtudes, otro nos entregamos a los vicios. Un día formamos generosos propósitos, al día siguiente lo abandonamos todo. Y, ¿qué significa esto, sino que imitamos a los hijos de Israel, que un día somos amigos de Cristo, y al otro nos tornamos sus enemigos; que un día le seguimos, y al otro le volvemos la espalda? ¿No es cierto que hemos obrado de este modo hasta aquí? Sí, aunque esta ha sido nuestra vida, Jesucristo nos ofrece la paz, Jesucristo está siempre dispuesto a recibirnos.
Vayamos a Él, y prometámosle que nunca le abandonaremos, que seremos suyos para siempre; y Cristo nos sostendrá, y Cristo nos ayudará, y Cristo nos alentará, y entonces la vida será para nosotros un continuo Domingo de Ramos; tendremos siempre a Cristo con nosotros, y le aclamaremos nuestro Redentor, nuestro Rey; y triunfaremos a semejanza de Cristo, de todos nuestros enemigos, y el fruto de nuestro triunfo, será la paz, y el fruto de la paz, será la santidad.
(Pláticas II, pág. 877)
• ¡Cuántas veces nos creemos que el Misterio se encierra en un simple “vaso de agua”!
• No todos tienen ojos para ver en lo pequeño, lo grande
• Hay personas que saben elevar lo cotidiano a lo infinito.
• Quizá podamos hacer una Pastoral que pase de la curiosidad (¿Qué es eso?), al Misterio (El mar)
• La ingenuidad nos hace sentirnos dueños de lo que no podemos poseer
• ¡Todo el Mar en un vaso de agua! ¿Todo un Dios, en un ser humano?
• Todos participamos de parte del “mar”, de alguna parte del Misterio, de la Verdad, de la Vida, de…, pero nos supera en su totalidad.
• Pastoral de preguntas simples y respuestas que abran horizontes
• La ingenuidad de un niño, la sabiduría de un mayor, dos lenguajes que se encuentran , en dos modos de ver la vida.
• Todos decimos la misma palabra: ¡El mar!, llena de contenidos muy distintos…Lo que para uno es el mar, para otro es una vaso de agua, un charco, una ría, … o una inmensidad, ¡Las misma palabras cargadas de experiencias tan distintas!
• Si yo fuese el mar, me reiría. ¡Qué ingenuos!.
• …
• Y a ti ¿Qué te sugiere?
Desde lo hondo a ti grito, Señor,
Señor, escucha mi voz ;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir ?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra ;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa ;
y él redimirá a su pueblo
de todos sus delitos.
Así dice el Señor: ¿No os acordáis de lo pasado, ni caéis en la cuenta de lo antiguo? Pues bien, he aquí que yo lo renuevo: ya está en marcha, ¿no le reconocéis? Sí, pongo en el desierto un camino, ríos en el páramo. Las bestias del campo me darán gloria, los chacales y las avestruces, pues pondré agua en el desierto y ríos en la soledad, para dar de beber a mi pueblo elegido. El pueblo que yo me he formado contará mis alabanzas.»
Isaías 43, 18-21Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: «Dame de beber.» Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice la mujer samaritana: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.) Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva.» Le dice la mujer: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?» Jesús le respondió: «Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna.»
Juan 4, 5-14
Señor Cristo, revela la presencia de tu Reino en medio de nosotros.
Vela, oh Dios, en la puerta de nuestros labios; que toda herida de esta jornada desaparezca en tu perdón.
Señor Jesús, inclina hacia tu luz los corazones que no encuentran el camino hacia ti.
Cristo, por el don de tu vida a Dios, muéstranos el camino de vida.
Cristo, permanece junto a todos los que conocen una noche atormentada, los enfermos, las personas sin hogar.
Cristo, protégenos de las trampas del desánimo y de la inquietud.
Nuestra mirada, Señor, se vuelve hacia ti; nuestra alma descansa en ti.
Dios vivo, a veces somos como extranjeros en la tierra, desconcertados por las violencias, la dureza de las oposiciones. Como una brisa ligera, tú soplas sobre nosotros el Espíritu de paz. Transfigura los desiertos de nuestras dudas para prepararnos a ser portadores de reconciliación allí donde tú nos has puesto, hasta que despunte una esperanza de paz entre los seres humanos.
Bendícenos, Cristo Jesús, haznos capaces de abandonarlo todo en ti.
Había un cierto enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo. Al oírlo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba. Al cabo de ellos, dice a sus discípulos: Volvamos de nuevo a Judea. Le dicen los discípulos: Rabbí, con que hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí? Jesús respondió: ¿No son doce las horas del día? Si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza, porque no está la luz en él. Dijo esto y añadió: Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle. Le dijeron sus discípulos: Señor, si duerme, se curará. Jesús lo había dicho de su muerte, pero ellos creyeron que hablaba del descanso del sueño. Entonces Jesús les dijo abiertamente: Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos donde él. Entonces Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: Vayamos también nosotros a morir con él. Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano. Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá. Le dice Jesús: Tu hermano resucitará. Le respondió Marta: Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día. Jesús le respondió: Yo soy la resurrección El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto? Le dice ella: Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo. Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: El Maestro está ahí y te llama. Ella, en cuanto lo oyó, se levantó rápidamente, y se fue donde él. Jesús todavía no había llegado al pueblo; sino que seguía en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en casa consolándola, al ver que se levantaba rápidamente y salía, la siguieron pensando que iba al sepulcro para llorar allí. Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: ¿Dónde lo habéis puesto? Le responden: Señor, ven y lo verás. Jesús se echó a llorar. Los judíos entonces decían: Mirad cómo le quería. Pero algunos de ellos dijeron: Este, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera? Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. Dice Jesús: Quitad la piedra. Le responde Marta, la hermana del muerto: Señor, ya huele; es el cuarto día. Le dice Jesús: ¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios? Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado. Dicho esto, gritó con fuerte voz: ¡Lázaro, sal fuera! Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: Desatadlo y dejadle andar. Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él. (Jn.11, 1-45)
Todo lo espero de Ti,
el amor, la dicha, la alegría,
el consuelo, la esperanza, la compañía…
Como un animalito pequeño
me acerco cada día a comer de tu mano
y me vas saciando
tanta hambre de presencia
como siento por dentro.
Nada me vendrá de fuera,
todo, en cambio, de tu cuerpo
Y yo me afano,
me enloquezco,
salgo a buscar alimento
y como fui
regreso
con huecos
con espacios
de aire,
de soledad,
de desierto….
¡Pero si todo me viene de Ti!
La Fe, la calma, el misterio,
el infinito, el instante,
todo el Universo regalado
en mi pecho.
Yo todo lo espero de Ti
a veces sin quererlo.
Tú me irás dando el Todo
cuando Tú veas y comprendas,
siempre a Tu Tiempo.Irene del Río