Reflexión
Dulcemente, dulcemente desescombro mi vida;
abandono todo lo que me impide ver el terreno sagrado de mi vida
y no lo dejo de lado;
todo a lo que yo me he sentido atada nacerá de nuevo bajo una nueva y mejor forma
Mi cólera incontrolable se convertirá en celo apasionado y profético;
mi apego posesivo se convertirá en don generoso;
mi abundancia de palabras inútiles se funde en la única palabra grande.
Mi mido ensordecedor se vuelve el sonido del silencio;
mi necesidad de aprobación de los otros se vuelve la necesidad de afirmar a los otros.
Mi necesidad de controlar se vuelve mi necesidad de compartir.
Mi miedo y mi ansiedad se transforman en amor y confianza.
No hay mayor libertad que la de verme tal cual soy y no desanimarme.
No hay mayor libertad que mirarme tal cual soy y decirme si, soy yo.
Como una madre alimenta y protege a su hijo,
así yo alimento y protejo mi vida interior y mi identidad.
No hay mayor libertad que acogerme en brazos.
Solamente desde ahí comprenderé mis heridas,
Solamente desde esta realidad experimentaré la curación,
solamente así llegaré a conocer mi verdadero yo.
Mantra
Oh Dios, Tu contacto es curación; que renueva el espíritu de los quebrantados.
Toma tiempo para un rato de reflexión silenciosa :
Tomo conciencia de mis sentimientos, ¿cuáles son? , los identifico.
¿Qué es lo que siento de mi misma como persona?
¿Reconozco los dones que Dios me ha dado?
¿Puedo nombrar los bloqueos que me impiden estar a gusto conmigo misma?
¿Soy consciente de los momentos en donde lo que piensan los demás de mí está por encima de lo que Dios desea de mí?
Acoge lo que vaya aconteciendo.
Otra parábola les propuso, diciendo: El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: "Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?" El les contestó: "Algún enemigo ha hecho esto." Le dicen los siervos: "¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?". Les dice: "No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero." Otra parábola les propuso: El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas. Les dijo otra parábola: El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo. Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta:
Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo. Entonces despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: Explícanos la parábola de la cizaña del campo. El respondió: El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga. (Mt 13, 24-43)
Hermanos míos; en la parábola del grano de mostaza, encontramos una lección importantísima, a saber: la importancia de lo pequeño, en materia de virtud.
Nadie que es malo, se hizo malo de una vez. El salteador de caminos, no se hizo salteador de un solo golpe; comenzó primero a robar pequeñas sumas, sumas casi insignificantes, y luego creció en él la pasión, y robó sumas de más valía, y más tarde, aumentaron sus hurtos hasta que se hizo bandido, un salteador. Judas no fue malo de una vez, sino que comenzó por poco. Le había encargado Jesucristo la bolsa del dinero, con el que atendía a las necesidades de los suyos, y Judas, llevado de la pasión de la avaricia, hurtó a los principios, pequeñas cantidades, pero la pasión fue creciendo, y la avaricia le llevó hasta vender villanamente a su Maestro por treinta monedas.
Nadie, pues, se hace malo de un golpe, y nadie tampoco, de una vez se hace santo. Gran importancia tiene lo pequeño en el pecado, y gran importancia tiene lo pequeño en las virtudes, porque para llegar a ser malo, se comienza por cosas pequeñas, y para llegar a ser santo, se comienza también por practicar pequeñas virtudes. Las grandes virtudes no se presentan todos los días; estas suelen presentarse de tarde en tarde, pero las ocasiones de practicar pequeñas virtudes, las tenemos siempre. Vivir en el hogar, en perfecta armonía con todos; tener el rostro sonriente cuando estamos contrariados; sufrir alguna palabra que nos mortifica; aguantar el carácter áspero y duro de los demás, todo esto que a los ojos del mundo no es casi nada, es como el grano de mostaza, casi imperceptible, y sin embargo, a los ojos de Dios es de gran mérito y gran valía; y si no practicamos estos pequeños actos de virtud, no practicaremos los grandes, porque así como nadie se hizo malo de una vez, sino poco a poco, así nadie llegará a ser santo, si no practica primero estas pequeñas virtudes. Y ¿cómo sufrirá un desprecio, una humillación pública, aquél que nunca se humilló? Imposible. Y ¿cómo se despojará aquél de sus bienes, para darlos y repartirlos entre los pobres, si jamás tendió la mano para socorrer al menesteroso?
Y aquél que descuidó sus deberes para con Dios, o que los cumplió con negligencia y tibieza; el que siempre fue egoísta y en todo se buscó a sí mismo, ¿acaso, si se le presenta ocasión de sacrificarse, lo hará? No, de ninguna manera; el egoísta jamás se sacrificará ni en aras de la fe, ni en aras de la caridad. Es imposible, repito, practicar grandes virtudes, si antes no se ha ejercitado uno en practicar las pequeñas.
(Pláticas II, pág.797)
Una lámpara encendida
quiero tener en la mano,
y una canción en la vida
que lleve paz al hermano.
Una lámpara encendida
para iluminar la vida
con un vivo resplandor.
Y que alumbre alrededor
mis pasos de peregrino;
Quiero caminar, Señor
y caminar sin temor
lo que queda del camino.
Lo que queda del camino,
en lo pendiente y en lo llano;
quiero ser luz en la vida.
Una lámpara encendida
quiero tener en la mano.
Consuelo Ojeda
Oración sobre la semilla
Despertaos, vosotras, semillas enterradas, levantaos con alegría y estallad
Vuestra hora ha Despertaos, semillas enterradas en lo profundo de mi levantaos para cumplir con vuestro destino,
la hora ha llegado.
Antes o después, estoy llamada a plantar otras semillas,
para compartir con aquellos / as que lo necesitan,
lo mismo que los árboles comparten con los pájaros el cielo.
" Por todo, es suficiente que sepan que
en la esencia del espíritu
el dirige, hace, prescribe una obra, que su dedo nos esconde.
El ve sin ver y sin conocer.
Dios vive en el y el en Dios.
Lo que acontece cuando Dios se acerca
ni se dice , ni se siente" (CS 21-23)
Mantra
Espíritu Santo, envía tu aliento sobre nosotros.
Espíritu Santo, Soplo de vida en nosotros.
Toma tiempo para una reflexión silenciosa:
¿Qué sentimientos evoca en mi?
¿Hacia qué te sientes atraída?
¿Dónde me conduce el Espíritu?.
Acoge lo que vaya surgiendo en ti.
Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a él, que hubo de subir a sentarse en una barca, y toda la gente quedaba en la ribera. Y les habló muchas cosas en parábolas. Decía: Una vez salió un sembrador a sembrar. Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. El que tenga oídos, que oiga. Y acercándose los discípulos le dijeron: ¿Por qué les hablas en parábolas? El les respondió: Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane. ¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron. Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumbe enseguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta. (Mt. 13, 1-23)
Para todos los seguidores de Feli tendréis que esperar hasta octubre para su vuelta, pues ha decidido tomarse unas vacaciones. Mientras tanto podréis releer todos los regalos que nos ha ido dejando a lo largo del año. Además deciros que los jueves adelantaremos nuestros día de rezar con poemas y los viernes ya colgaremos las pláticas de Marcelo.
Os dejamos con un poema de Consuelo Ojeda, quizá a algunos os sorprenda y podáis cantarlo con la música que creo Marina Camacho en el Musical Es ÉL.
Luz, quiero luz.
Quiero el alba y el día.
Quiero las flores frescas
cargadas de rocío.
Quiero la primavera
con sus retoños nuevos.
QUIERO LA VIDA.
Quiero los horizontes
interminables,
Quiero las altas cumbres
de la alta sierra.
Quiero el mar infinito
amplio y abierto.
QUIERO LA VIDA.
Quiero el gozo profundo
que existe dentro.
Quiero la ilusión honda
de quien espera.
Quiero empezar de nuevo
todos los días.
QUIERO LA VIDA.
Quiero amar sin fronteras,
amar a todos.
Quiero llamar hermanos
a cuantos veo.
Quiero tener las manos
abiertas siempre
y aprovechar al máximo
todo lo bueno,
todas las luces,
todos los dones,
TODA LA VIDA.
El personaje central: Jesús
Cristo aparece como el personaje central y principal, incluso dimensionalmente; los demás personajes son mucho más pequeños. Pero lo que más llama la atención del espectador es la luminosidad del cuerpo de Jesús: los otros personajes y la decoración tienen colores intensos u oscuros, en cambio el cuerpo de Cristo se destaca sobre un fondo negro con franjas rojas. Según M. Boyer, que remite a la obra de Portal, el negro es el símbolo de la contradicción, el pecado y la muerte; el rojo, es el símbolo del amor divino. Sobre este fondo negro y rojo se destaca el Cristo luminoso y magníficamente aureolado, que induce a pensar en lo que Él dice de sí mismo: «Yo soy la Luz del mundo» (Jn 9,5), y en las palabras del prólogo del cuarto evangelio: «La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre... y la luz brilla en las tinieblas» (Jn 1, 9 y 5). El Cristo de San Damián aparece sobre todo como la luz que brilla en las tinieblas que lo rodean; quienes reciben esa luz, se hacen hijos de Dios (Jn 1,12), tienen la vida, porque Cristo es «la Vida y la Luz de los hombres» (Jn 1,4), y, por tanto, han visto su gloria, «gloria que recibe del Padre como Hijo único» (Jn 1,14). El cuerpo de Cristo es luminoso, la tela que lo cubre desde la cintura a las rodillas es blanca, la aureola es dorada. El único color visible sobre el cuerpo de Jesús es la sangre que brota a hilillos de las manos, los pies y el costado derecho, como para derramarse sobre los asistentes que se tornan así partícipes del combate del Salvador.
Contempla al Cristo resplandeciente sobre el fondo negro (contradicción, pecado) y rojo (amor divino). Recuerda la Palabra “La luz brilla en las tinieblas” “Yo soy la luz del mundo”
¿Qué tinieblas, qué oscuridad te amenaza, te pesa?
El Señor es la luz y la vida, quien recibe su luz se hace hijo de Dios. ¿De qué manera ha sido Cristo luz para ti? Déjate iluminar por su vida, por su amor.
La cabeza de Cristo merece especial atención. No tiene corona de espinas ni sangre; si la palidez del cuerpo hace pensar en un cadáver, el tono más oscuro del rostro, la ausencia de llagas y sangre y, sobre todo, los grandes ojos abiertos demuestran que se trata de un ser vivo; los largos cabellos y la barba subrayan todavía más el rostro viviente. Como en todos los crucifijos sirios, Jesús está vivo, a pesar de la llaga del costado que significa la muerte; sus ojos apacibles y serenos, unos ojos contemplativos que miran a lo lejos sin detenerse en un objeto o una persona concretos, fijan la mirada, más allá de lo terreno, en Aquel que no le abandona nunca: «El Padre y yo somos una sola cosa» (Jn 10,30; 17,22); «El Padre está en mí y yo en el Padre» (Jn 10,38; 14,11; 17,21); «No estoy solo, porque el Padre está conmigo» (Jn 16,32).
El Hijo, que jamás se separa del Padre, ha venido sin embargo en medio de los hombres y ha muerto por ellos, para reconducirlos al Padre y glorificar al Padre: «Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar» (Jn 17,4). A su vez, el Padre glorifica al Hijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo» (Jn 17, 1 y 5); «Es mi Padre quien me glorifica» (Jn 8,54). Así, a pesar de la presencia de sangre, la cruz se ha convertido en trono donde Jesús aparece tranquilo y majestuoso, digno y sereno, unido al Padre en una paz que resplandece en todo su ser, verdadero Dios y verdadero hombre. Pero hacía falta la cruz para que pudiéramos captarlo: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy» (Jn 8,28). Esto es lo que expresa el icono de San Damián, y lo que experimentan quienes lo contemplan de verdad.
Ante el dolor y el sufrimiento, la paz que procede de mirar más allá, a Aquel que no abandona.
La serenidad de Cristo procede de su confianza y abandono en el Padre, sabe quién tiene la última palabra.
“No estoy solo porque el Padre está conmigo”.
Trae alguna situación de dolor y sufrimiento, contempla el rostro de Cristo. Déjate inundar por su serenidad y confianza. El Señor te dice: “no temas, no estás solo, yo estoy contigo”
¿Qué oración me brota al Señor después de la contemplación?
(www.franciscanos.org)
Tomando Jesús la palabra, dijo: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y entendidos, y se las has revelado a pequeños. Sí, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí, todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y hallaréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.” (Mt. 11, 25-30)
Sol de justicia andaluz,
Eloísa Planas
del girasol de los campos…,
que en silencio nos recuerdas
a ese otro Sol, aun más cálido.
¡Cuánta belleza…
¡cuánta presencia de Dios
en quien le mire, en silencio,
para dejarse abrasar
de ese fuego de su Amor
Siempre girando y girando
siempre mirando hacia el Sol.
Hay que dejarse abrasar
de ese fuego de su Amor.
Todos vueltos hacia Ti
como a su único Centro,
e irradiar la paz intensa
de este campo amarillento
que tanto armonía tiene
y tanta paz da por dentro.
(Ante un campo de girasoles. En el tren 20-6-91)
• ¿Me ha tocado la lotería? ¡Toca siempre! ¡Juega! Dios no falla.
• ¿Hay mayor lotería que saber que Dios me quiere?
• El Señor es el lote de mi heredad ¿a quién temeré?
• ¡Una suerte! ¡Una gracia! ¡un don! ¡Un regalo! ¡Un premio perpetuo es nuestro Dios!
• “Si conocieras cómo te amo dejarías de vivir sin amor…”
• ¿Qué “lotería” quiero que me toque? ¿Qué desea mi corazón?
• Lo importante no es que te toque la lotería sino apreciar el valor de lo que te ha tocado.
• ¿Cuáles son las razones de mis alegrías? ¿Con qué salta de ilusión mi corazón y entona un oh eh, oh eh oh eh,…?
• ¡Regalar Buena Noticia a la gente! ¡Eso huele a Pastoral …!
• ¡Un Dios que se hace pequeño, accesible, regalo, se cuela por las rendijas de nuestra vida, se mete en ella y juega con nosotros a la lotería! ¡Siempre nos sorprende!
• …
• Y a ti ¿qué te sugiere?
Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo. Discutían entre sí los judíos y decían: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne. Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre. (Jn. 6, 51-58)
Quiero la libertad,
la libertad en plenitud.
Rompe tú mis cadenas…
Un pájaro enjaulado soy yo
ábreme la puerta.
Quiero volar, volar,
llegar muy lejos.
Pues me hiciste, Señor, interminable
libérame,
libérame tú.
No me hablen de ocaso,
porque mis ansias son amaneceres.
No me hablen de abismos,
porque tiendo a mirar hacia las cimas.
¬No me hablen de sombras
cuando busco luz.
No me pidan ni quieran que yo actúe'
con estrecheces y angustias.
Ya entiendo otro lenguaje
desde aquel día en que empezaste tú
a hablarme por amor
de lo que es el amor.
Tú que eres libre,
rompe al fin mis cadenas.
Libérame,
Impúlsame a volar.
Abre la puerta que me aísla en mi casa,
y haz que salga de mí.
Y en mi camino cerca te sentiré.
Libérame
Libérame tú.
Consuelo Ojeda
• Cuando el cansancio nos pierde,… siempre apareces Tú.
• Despreciado, desecho de los hombres, basura, … “la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular,…” : el Corazón de Dios: Jesucristo.
• ¡Dios metiendo su mano en mis basuras, en mis miserias,…! ¡Crees en mí! ¡Qué desproporción!
• Cuando el trabajo aprieta, ¡a veces tiramos lo más importante por la borda!
• Un corazón: ¿Buscabas esto?
• ¡Contigo de nuestra parte siempre tenemos otra oportunidad!
• Abajarse para restaurar a otros.
• “Tened los mismos sentimientos que Cristo,…, se despojó de su grandeza, …se humilló a si mismo, …,
• En las basuras del mundo hay muchos corazones por restaurar. Dios nos tiene más manos ni más pies que los nuestros.
• “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que te preocupes por él?”.
“No temas Sion, no decaigan tus manos. El Señor tu Dios está en medio de ti…Estará lleno de gozo por ti, con su amor te dará nueva vida, bailará y gritará de alegría por ti como en los días de fiesta”Sin miedo Señor, porque caminas conmigo, con nosotros, porque de Ti viene el ritmo y, toca sólo saber acogerlo.
Sofonías (3, 14-18a)