Cuando bajó del monte, lo siguieron las multitudes. En esto se le acercó un leproso, se puso de rodillas ante él y le dijo:”Señor, si quieres puedes limpiarme”. Jesús extendió la mano, lo tocó y dijo:”Quiero. Queda limpio.” Y al instante quedó limpio de su lepra. Jesús le dijo:”Mira, no se lo digas a nadie; pero anda, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para que les conste tu curación (Mt. 8, 1-4)
En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: “El reino de los cielos se puede comparar a un tesoro escondido en un campo. Un hombre encuentra el tesoro, y vuelve a esconderlo allí mismo; lleno de alegría, va, vende todo lo que posee y compra aquel campo. También se puede comparar el reino de los cielos a un comerciante que anda buscando perlas finas; cuando encuentra una de gran valor, va, vende todo lo que posee y compra la perla. Puede compararse también el reino de los cielos a una red echada al mar, que recoge toda clase de peces. Cuando la red está llena, los pescadores la arrastran a la orilla y se sientan a recoger toda clase de peces: ponen los buenos en canastas y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos, y arrojarán a los malos al horno encendido, donde llorarán y les rechinarán los dientes”. Jesús preguntó: “¿Entendéis todo esto?” Ellos contestaron: “Sí, Señor”. Entonces Jesús añadió: “Cuando un maestro de la ley está instruido acerca del reino de los cielos, se parece a un padre de familia que de lo que tiene guardado saca cosas nuevas y cosas viejas.” (Mt.13, 44-52)
Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros. No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él. (Jn.14, 15-21)
Jesús siguió poniéndoles ejemplos: ‘En el Reino de los cielos pasa lo mismo que con un rey que celebró las bodas de su hijo. Mandó a sus servidores a llamar a los invitados a las bodas, pero estos no quisieron venir. Por segunda vez despachó a otros criados, con orden de decir a los invitados: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y otros animales cebados y todo está a punto; id, pues, a las bodas”. Pero ellos no hicieron caso, sino que se fueron unos a sus campos y otros a su negocio. Los demás agarraron a los criados y, después de maltratarlos, los mataron. El rey se encolerizó y, enviando a sus tropas, acabó con aquellos asesinos e incendió su ciudad. Después dijo a sus servidores: “El banquete de bodas está preparado, pero los que habían sido invitados no eran dignos de él. Id, pues, a las encrucijadas de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda”. Los criados salieron inmediatamente a los caminos y reunieron a todos los que hallaron, malos y buenos, de modo que la sala quedó llena de invitados. Entrando el rey a ver a los que estaban sentados a la mesa, se fijó en un hombre que no estaba vestido con traje de fiesta. Y le dijo: “amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?” Pero él enmudeció. Entonces el rey dijo a sus servidores: “Atadlo de pies y manos y echadlo fuera, a las tinieblas, donde sólo hay llanto y desesperación.” Porque habéis de saber que muchos son los llamados y pocos los escogidos’. (Mt. 22, 1-14)
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos. Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Contestó Tomás: Señor mío y Dios mío. Jesús le dijo: ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre. (Jn. 20, 19-31)
En aquel tiempo Pedro fue y preguntó a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces he de perdonar?¿Hasta siete?”. Jesús le contestó: ‘No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete. Por eso, el Reino de los cielos es semejante a un rey que resolvió arreglar cuentas con sus empleados. Cuando estaba empezando a hacerlo, le trajeron a uno que debía diez millones de monedas de oro. Como el hombre no tenía con qué pagar, el rey dispuso que fuera vendido como esclavo, junto con su mujer y sus hijos y todas sus cosas para pagar la deuda. El empleado se arrojó a los pies del rey, suplicándole: “Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo”. El rey se compadeció, y no sólo lo dejó libre, sino que además le perdonó la deuda. Pero apenas salió el empleado de la presencia del rey, se encontró con uno de sus compañeros que le debía cien monedas; lo agarró del cuello y le gritaba apretándole: “Págame lo que me debes” El compañero se echó a sus pies y le rogaba: “Ten un poco de paciencia conmigo y te pagaré todo” Pero el otro no aceptó, sino que lo mandó a la cárcel hasta que le pagara toda la deuda. Los compañeros, testigos de la escena, quedaron muy molestos y fueron a contarle todos a su señor. Entonces el señor hizo llamar a su empleado y le dijo: “Siervo malo, yo te perdoné todo lo que me debías en cuanto me o suplicaste. ¿No debías haberte compadecido de tu compañero como yo me compadecí de ti?” Y se enfureció tanto el señor, que lo entregó a la justicia hasta que pagara toda la deuda’.Y Jesús terminó con estas palabras: “Así hará mi Padre celestial con vosotros si no perdonáis de corazón a vuestros hermanos”. (Mt. 18, 21-35)
Dijo Jesús: ‘No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino.’ Le dice Tomás: ‘Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?’. Le dice Jesús: ‘Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto’. Le dice Felipe: ‘Señor, muéstranos al Padre y nos basta’. Le dice Jesús: ‘¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre’. (Jn. 14, 1-12)
Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó a orillas del mar. Y se reunió tanta gente junto a él, que hubo de subir a sentarse en una barca, y toda la gente quedaba en la ribera. Y les habló muchas cosas en parábolas. Decía: Una vez salió un sembrador a sembrar. Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. El que tenga oídos, que oiga. Y acercándose los discípulos le dijeron: ¿Por qué les hablas en parábolas? El les respondió: Es que a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple la profecía de Isaías: Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane. ¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron. Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumbe enseguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta. (Mt. 13, 1-23)
Tomando Jesús la palabra, dijo: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y entendidos, y se las has revelado a pequeños. Sí, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí, todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y hallaréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.” (Mt. 11, 25-30)
Entonces Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos y les dijo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame "Rabbí". «Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "Rabbí", porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie "Padre" vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar "Maestros", porque uno solo es vuestro Director: el Cristo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado. (Mt. 23, 1-12)
“A unos que se tenían por justos y despreciaban a los demás les dijo Jesús esta parábola: ‘Dos hombres fueron al templo a orar; uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, de pie, hacía en su interior esta oración: Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano; yo ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo. El publicano, por el contrario, se quedó a distancia y no se atrevía ni a levantar sus ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador. Os digo que éste volvió a su casa justificado, y el otro no. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado”. (Lc.18, 9-14)
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ’La paz con vosotros’. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: ‘La paz con vosotros’. Como el Padre me envió, también yo os envío. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos’. (Jn.20, 19-23)
Por aquellos días aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos.» Este es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: “Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.”Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre. Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: "Tenemos por padre a Abraham"; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga.»
(Mt. 3, 1-12)
Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino. Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento. Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.» Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace.»
(Lc. 2, 1-14)
Jesucristo todo lo transforma, y lo pequeño lo hace grande, y lo que nada vale, lo hace precioso, y convierte la oscuridad de la noche en claro día.
Muchas veces los hombres, aun los que cristianos nos apellidamos, miramos la pobreza como cosa ruin y miserable, y a la vista del grande, del poderoso, nos sentimos abatidos y humillados. Aquél, decimos, nada en la abundancia, mientras que yo de todo carezco; y esta idea de la pobreza nos aflige y nos abate...
Aquél, decimos, está en la cumbre, todos se inclinan delante de él, todos le ensalzan y le queman incienso, mientras yo estoy humillado y abatido. Y cuando esto vemos, nos quejamos y decimos a Dios: ¿Por qué yo he de pisar entre espinas, y aquél ha de pisar entre rosas? Hermanos míos, yo he visto a los santos, y los he visto pobres, y los santos gozaban en la pobreza; y aquellos que poseían riquezas, los he visto dejar todo cuanto poseían y abrazar la pobreza voluntaria; y vivían contentos, y vivían alegres en medio de las privaciones. ¿Y por qué esto? Es que en la pobreza, en las humillaciones, y en los dolores de los santos, se hallaba desleído el amor divino; es que los santos sufrían con Cristo, y Cristo hace grande la pobreza, como hizo grande el establo de Belén; es que Jesucristo convierte lo amargo en dulce; es que Jesucristo, todo lo que toca lo engrandece.
Nosotros miramos a los santos, a esos héroes, a esos hombres grandes, y nos quedamos asombrados; nos miramos a nosotros mismos, y nos encontramos pequeños y miserables. ¿Cómo, pues, nos haremos grandes? ¿Sabéis cómo? Con la fuerza de Cristo, con Cristo. ¿Y cómo conseguiremos unirnos con Cristo? Dios está cerca de aquel que le invoca, de aquel que le llama por medio de la oración; pues aquí tenéis un medio, la oración, para que Dios a nosotros se acerque. Pero no basta que se acerque Dios, que se acerque Cristo a nosotros, es necesario además que nos toque, y esto se consigue por medio de la humildad. Dios se resiste a los soberbios, y da su gracia a los humildes, y se comunica con ellos. Aquí tenéis otro medio; la humildad unida a la oración, que hace que Cristo nos dé su gracia, y la gracia ya es un toque de Cristo. Pero no basta que Cristo nos toque, es necesario que entre en nosotros, que se una estrechamente con nosotros, y que se aposente en nuestro corazón. ¿Y cómo conseguiremos que Cristo more y descanse en nosotros? Oíd a Jesucristo mismo: “El que me ama, guardará mis mandamientos, y el Padre le amará, y vendremos a él, y nos haremos nuestra mansión en él”. Pues he aquí otro medio para que Jesucristo entre en nosotros, la perfecta guarda de su ley.
Hermanos míos, no olvidemos estas lecciones; invoquemos a Cristo, y a la oración unamos la humildad, y a la humildad y a la oración, la guarda de la ley, y entonces Cristo vendrá a nosotros, y lo que era vil, lo hará digno de respeto; y a los que somos pequeños, nos hará grandes; y a los que somos débiles, nos hará fuertes; y a los que somos cobardes nos hará valientes, nos convertirá en héroes; y a los que tenemos el corazón frío, nos lo calentará. Fuego vine a traer a la tierra; y ¿qué ha de ser sino que arda? Pues que arda ese fuego de la caridad de Cristo; que arda y prenda su llama en nuestros corazones, que si teneos la caridad de Cristo, todo lo tendremos, porque la caridad es luz; la caridad es fuerza; la caridad es humildad; la caridad es paciencia; la caridad es dulzura; la caridad es amor; la caridad es todo, porque la caridad es Cristo, y Cristo es Dios.
(Pláticas II, pág.824)
En aquel tiempo, Jesús dijo: “El reino de los cielos se puede comparar al dueño de una finca que salió a contratar trabajadores para su viña. Acordó con ellos pagarles el salario de día. Volvió a salir sobre las nueve de la mañana y vio a otros que estaban en la plaza, desocupados. Les dijo: ‘Id también vosotros a trabajar a mi viña. Os daré lo que sea justo.’ Y ellos fueron. El dueño salió de nuevo hacia el mediodía, y otra vez a las tres de la tarde, e hizo lo mismo. Alrededor de las cinco volvió a la plaza y lo mismo. Cuando llegó la noche, el dueño dijo al encargado del trabajo: ‘Llama a los trabajadores, y págales empezando por los últimos y terminando por los primeros’. Vinieron los de las cinco de la tarde y recibieron el salario de un día. Al llegar a los primeros, pensaron que cobrarían más, pero también ellos recibieron el salario de un día cada uno. Y al tomarlo, murmuraban contra el amo y decían: ‘A estos, que llegaron al final y trabajaron solamente una hora, les has pagado igual que a nosotros, que hemos soportado el trabajo y el calor de todo el día’. Pero el dueño contestó a uno de ellos: ‘Amigo, no te estoy tratando injustamente. ¿Acaso no acordaste conmigo recibir el salario de un día? ¿O quizá te da envidia el que yo sea bondadoso?’ De modo que los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los primeros, serán los últimos”. (Mt. 20,1-16)
El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor. Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. "Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado". "Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor". Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: "Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado". "Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor". Llegó luego el que había recibido un solo talento. "Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!" Pero el señor le respondió: "Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. (Mt. 25, 14-29)
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:
- Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.Jesús les replicó:- No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.Ellos le replicaron:
- Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.
Les dijo:
- Traédmelos.
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. (Mt. 14, 13-21)
Aconteció después, que él iba a la ciudad que se llama Naín, e iban con él muchos de sus discípulos, y una gran multitud. Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda; y había con ella mucha gente de la ciudad. Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores. Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: Joven, a ti te digo, levántate. Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar. Y lo dio a su madre. Y todos tuvieron miedo, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros; y: Dios ha visitado a su pueblo. Y se extendió la fama de él por toda Judea, y por toda la región de alrededor.
(Lc. 7, 11-17)
Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. (Jn. 3, 16-18)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Aquel día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?” Yo entonces les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados”. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente. (Mt.7, 21-27)Es un hecho posible para todos. Hay cosas posibles, mas sólo para determinada clase o condición de personas. Posible es ir a lejano país; pero únicamente a quien cuenta con recursos para emprender largo viaje… Posible es levantar con las manos algunas arrobas; pero solamente al que tiene robusto y vigoroso brazo… Posible es escribir hermoso libro; pero no más que al hombre de talento y de ciencia… Nuestra renovación espiritual no es así; es posible a todos sin excepción… Aunque carezcamos de oro y plata, aunque no poseamos fuerzas, aunque estemos totalmente faltos de ingenio y de saber, aunque, en fin, hayamos llegado a los últimos confines de la maldad, posible cosa es que nos renovemos. De otro modo, Dios no nos mandaría como deber, a cuantos andamos por el mundo, la renovación interior, porque Dios no manda jamás imposibles.