Con esta exclamación tan contundente daba comienzo el pasado 23 de marzo nuestra Pascua en la casa de Corteconcepción (Huelva). Allí tuvimos la oportunidad de reunirnos, una vez más como Familia Spínola, un grupo de sesenta personas con el deseo de compartir los días de la Pasión de Jesús en comunidad.
Hemos tenido la suerte de contar con un grupo muy variado, de los que enriquecen, con la participación de matrimonios y niños, jóvenes y adultos Spínola, Esclavas y Novicias y la presencia de Alberto, un sacerdote de Linares que nos ha acompañado a lo largo de toda la Pascua.
Ya desde el comienzo, entrelazándose en conversaciones compartidas por delante y por detrás, se podía palpar un deseo común: el encuentro con Jesús y un acompañar por el camino de la Pasión. Si algo tiene la Pascua como experiencia personal es que nunca sabes por dónde te va a salir, PERO SIEMPRE TOCA. El deseo de Dios es una emoción capaz de mover a cualquier corazón. Ya nos dijo la H. María Isabel Macarro que la “casualidad” es el pseudónimo con el que Dios firma, por eso me da que pensar que todos los que decidimos vivir esta experiencia veníamos movidos por algo…
Cayó en nuestras manos una propuesta cuanto menos sugerente, con una figura, la de la mujer encorvada. Un personaje que encarna la imagen de alguien que anda por la vida desesperanzado, mirando al suelo. Sin embargo, Jesús le llama primero y se acerca a ella para liberarle de su enfermedad. Creo que algo parecido ha intentado hacer con nosotros estos días. Liberarnos. De lo que me encadena, de lo que me acompleja, de lo que me paraliza… Y Jesús me dice “¡Quedas libre!”.
Hubo momentos en las celebraciones muy significativos. Un lavatorio de los pies marcado por la misericordia, tratando de poner el corazón en la miseria del otro, como Él hizo con sus discípulos. Lavarnos los pies los unos a los otros y dejarnos lavar, siempre intentando seguir su invitación de amar hasta el extremo. Si algo se podía inhalar el jueves santo y el viernes santo era la admiración por quién confía en el Padre y entrega su vida, la maravilla ante su hágase a Dios, el desconcierto ante el amor confiado. Qué bonito cuando nos decía Alberto en la adoración de la cruz que cuánto más grande es el amor que uno siente, mayor es el sacrificio… ¡Y cuánta razón! Jesucristo ama tanto a la humanidad que da su vida por nosotros. La donación en toda su plenitud. Un amor que nunca dice basta.
Y en este punto era inevitable preguntarnos con humildad, sin impermeables, si me dejo mirar por Él, si después de todo le dejo hablar en mi vida, si soy capaz de descansar mis heridas en Él. El sábado fue un día de silencio, pero vivido con sentido desde el dolor esperanzado. El eco que resonó con más fuerza durante la mañana repetía un “porque SIN TI no soy nada”. Nos invitaron a experimentar la incertidumbre que sufrieron los discípulos y María con la muerte de Jesús y, aún en este profundo vacío, saber confiar y abrirnos a la esperanza desde la nada.
Y por fin llegó el gran momento. Nuestra alegría y lo que da sentido a nuestra fe: fuimos testigos de la Resurrección. Quemamos nuestras cruces en el fuego como signo de que el pecado con Jesús resucitado se transforma en vida. Fue una Vigilia muy viva, de alegría, de sonreír, de disfrutar, de CELEBRAR LA VIDA… “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado” Porque el sufrimiento por el sufrimiento no tiene sentido, porque está vivo y nos llama a buscarle en la vida, porque quiere que soltemos cadenas y vivamos desplegados, porque nos invita a permanecer en el amor.
Una experiencia de Pascua que no deja indiferente, que sea de la manera que sea el Señor se las apaña para encontrarse contigo. Una invitación a buscarle en la vida y a vivir amando… ¡La vuelta se juega en nuestra Galilea!
Mauge Gómez Sánchez de Vera (Madrid)