Después de un curso intenso, vivido al ritmo que marca el celo apostólico ¿qué cosa mejor que poder regalarnos unos días para descansar? ¿Qué cosa mejor que tener la oportunidad de poder encontrarnos con quiénes compartimos vida y misión?
Esto es lo que fuimos a hacer algunas hermanas unos días de verano en nuestra casa de Corteconcepción ¡Encontrarnos! Y relacionarnos más desde lo que somos que desde lo que hacemos.
Muchas veces a lo largo del curso nos cruzamos, nos encontramos, pero en la mayoría de las ocasiones no es para “estar” sino para trabajar, proyectar, pensar… ¡cosa preciosa también! Pero de vez en cuando nos hace mucho bien, no hablar de nada importante, perder horas y horas buscando la pieza que le falta a un puzle para estar completo, reírnos hasta olvidar por qué nos estamos riendo, caminar juntas por un sendero que no sabemos dónde empieza ni donde termina, mirar las estrellas sin prisas, orar sin tiempo, hablar con aquella hermana con la que no has vivido nunca, o reencontrarte con la que hace tiempo no ves, escuchar historias del pasado y del presente, leer un buen libro … dedicar tiempo a estar, sencillamente estar con quiénes sabes te une mucho.
Esta preciosa propuesta tuvo lugar del 12 al 20 de agosto, aunque en todo momento hubo flexibilidad para incorporarse, marcharse… cada una, en función del tiempo del que disponía, pudo disfrutar de algunos días de descanso en comunidad. Esto en parte se lo debemos a nuestras hermanas Cinta y Mª Victoria que en todo momento estuvieron atentas a las necesidades de cada una para facilitar y hacer posible la participación de todas.
Muchas hermanas a la vuelta preguntan ¿qué tal en Corte? Pero… ¿eso de qué va? ¿qué habéis hecho allí? Y a mí solo me sale decir: pues hemos descansado a “nuestra manera”. Si por algo se caracteriza esta experiencia es por ser muy libre y muy nuestra. A lo largo del día hay varias propuestas y cada una se puede sumar a lo que quiera según le apetezca con total libertad, sabiendo que el objetivo principal es encontrarnos, estar y descansar.
Por compartir alguna de las vivencias que hemos tenido puedo deciros que cada día nos encontrábamos en la capilla a eso de las 11:30 de la mañana para rezar juntas el ángelus y el acto de consagración. Antes quién quería podía madrugar, orar, caminar, dormir, hacer un taller de Yoga… como veis ¡mucha variedad! Sobre las 12:30 había posibilidad de participar en una tertulia sencilla y fraterna que hacíamos a partir de unos textos breves de Dolores Alexandre y Mariola López. La verdad es que los diálogos que se abrieron en las que yo participé me resultaron muy interesantes. A media mañana disfrutábamos de un riquísimo aperitivo y algunas compartíamos también un rato de baño en la piscina, el calor apretaba y se agradecía un montón poder comer fresquita. Por la tarde tras una buena siesta, la más dormilonas (entre las que me incluyo), podíamos sumarse a distintos talleres: casinillo, manualidades para Spínola Solidaria, juegos interactivos para ejercitar la memoria,… todo esto como decía, eran propuestas pero el ritmo lo marcaba cada una. Y seguro que con lo que nos quedamos no es tanto con lo que hemos hecho, sino con esa sensación bonita de haber coincidido, de haber estado, de haber compartido.
Para celebrar la eucaristía los domingos y días de fiesta íbamos a la parroquia, donde nos recibía siempre con mucho cariño el pueblo. El resto de día nos poníamos de acuerdo para ir a Aracena por la mañana o por la tarde, según preferencia de cada una. En alguna ocasión también tuvimos la suerte de celebrar en casa, ya que algunos sacerdotes amigos se ofrecieron a compartir con nosotros un rato. Y al caer la tarde, antes de cenar cada día rezamos juntas vísperas. Los Domingos y días de fiesta tuvimos oración ante el Señor de manifiesto.
¡Ah! Se me olvidaba… no puedo dejar de mencionar una excursión que hicimos uno de los primeros días a las minas de Río Tinto ¡¡qué risa!! La verdad es que estuvo genial. Tuvimos la suerte de tener un guía estupendo que nos mostró todo con mucha energía y pasión, nos ayudó a adentrarnos en la historia de una comarca completamente transformada por la actividad minera a través de un museo. Disfrutamos de un paseo en ferrocarril diferente, visitamos una auténtica casa victoriana, degustamos una comida deliciosa y visitamos una mina de verdad ¡con casco incluido! Toda una aventura para el recuerdo…
En fin, que si todavía no has participado nunca de unas vacaciones ADC, ¡no te pierdas las próximas! Además de descansar y desconectar de la rutina, siempre será algo que suma en identidad, cariño y sentido de pertenencia a la congregación y eso nos ayuda a todas a seguir caminando como hermanas en medio de este tiempo y de esta historia.
Ángela Lopera casal, adc.