Déjame que te cuente… Para nosotras como Congregación, como para todos, cumplir años en este 2020 de la COVID-19 está siendo toda una experiencia. Año de enfermedad de hermanas sin poder acompañarlas en los hospitales y pérdida de algunas sin la despedida que hubiéramos deseado. La experiencia, sin embargo, nos ha conectado con la realidad sufriente de tantas personas en la misma situación, nos hecho experimentar la vulnerabilidad del ser humano, en cierta medida nos ha “igualado” a todos y nos ha hecho experimentar que nos necesitamos, que solos no podemos, que no hay yo sin nosotros.
Al mismo tiempo nos ha hecho mirar atrás, a nuestras raíces y ver cómo nuestros Fundadores enfrentaron situaciones parecidas, el cólera en Andalucía, la muerte de sus seres queridos,…
¡Tenemos suerte! Nuestras sólidas raíces alimentan nuestra vida y nos ayudan a ver el 2020 cargado de oportunidades para llevar una vida más auténtica, más acorde con el Evangelio, más como “Esclavas del Divino Corazón”.
Por eso, cumplir 135 años, no es solo una mirada a este año sino una invitación a felicitarnos no por un año más de vida, sino por unas raíces tan fuertes. Y al decir raíces, nos referimos a los fundadores y también a nuestras hermanas de Congregación.
Tenemos una Congregación muy especial; no es grande, quizás no sea la mejor (aunque para mí, sin duda) ni estamos en todos los países del mundo, ni somos tantas que nuestra Superiora General no pueda conocer todos los nombres si no es con una lista por delante. Pero somos hermanas, fuertes, creativas y sobre todo, de Dios.
Fuertes, porque desde que nacimos, hubo que hacer frente a muchas dificultades y todas fueron trampolín para la santidad. Fuertes porque desde los comienzos la congregación quiso acudir a la llamada de la Iglesia y hubo entre nosotras mujeres valientes que marcharon a lo desconocido sin contar con Skype ni móviles, solo cartas que tardaban meses en llegar -si llegaban- de una España en guerra.
Fuertes y alegres ante la llegada de las primeras Esclavas autóctonas: Argentina, Brasil, Japón, Filipinas, Ecuador, Venezuela, Italia, Paraguay, Angola. Mujeres que encarnaron el carisma en su contexto.
Raíces fuertes, construidas de mujeres capaces de aguantar el temporal y no sólo eso, sino de descubrir como decía Celia Méndez, la Voluntad de Dios para ellas, para la Congregación.
Creativas, sí. Hermanas del pasado y hermanas del presente que han expresado y expresan su vivencia de Dios y de la realidad a través de la poesía, la narración, la música, la pintura,…Hermanas que han hecho y hacen de la educación un verdadero arte y han dejado la huella de su arte en muchas vidas.
Déjame que te cuente…, mi Congregación está formada por hermanas fuertes, creativas, de Dios.
De Dios, sí. Algunas de mis hermanas con sus opciones personales nos han alentado y nos alientan, nos han dado horizonte con su empeño en realidades que parecían inaccesibles, con sus intuiciones sobre la educación, con su poner en duda el “siempre se hizo así” y nos han hecho más fieles a lo de Dios.
Como casi todas las Congregaciones, vivimos, sufrimos y nos fortalecimos con el Concilio, con el cambio social del 68. Hermanas hoy no tan jóvenes, fueron aquellas jóvenes que impulsaban a la Congregación a cambiar, a crecer, a “abrir sus puertas”, sin duda somos herederas de sus esfuerzos por ser creativamente fieles.
Y hoy, no podemos olvidarnos, de las jóvenes que en medio de este mundo que todo lo globaliza y que quiere a la persona sin límites, son valientes para dar un paso al frente y optar por la consagración de su vida al Señor para los demás. Jóvenes que de nuevo se conectan con nuestro carisma y se sienten empujadas a lo de Dios con radicalidad.
Creo que hablo en nombre de todas mis hermanas cuando digo: Gracias, Señor por 135 años, pero sobre todo, gracias por todas y cada una de las Esclavas del Divino Corazón.
Una Esclava del Divino Corazón
26 de julio de 2020