“Yo ya no quiero vivir más momentos históricos, de verdad te lo digo”.
Ayer me reí mucho con este mensaje que llegó por el grupo de whatsapp de la comunidad, de esos que circulan de grupo en grupo y con los que te ríes un rato y agradeces la simpatía y el ingenio de la gente.
Hoy es 10 de enero, es domingo, son las 20:28 h. y he vivido un día de esos que deseo conservar en mi memoria para volver a él una y otra vez. Ayer y antes de ayer nevó en Madrid como dicen que hacía 61 años que no nevaba. Una nevada impresionante. De esas que te hacen estar pegada al cristal de la ventana todo el día sin poder dejar de mirar. De esas que despiertan la experiencia de admiración ante tanta belleza. De esas que te empujan a salir a la calle a sentir la nieve, a tocarla con tus propias manos, a hundir tus pies sobre ella, a sentir su frío en tu rostro, a pasear y no parar de decir “qué bonito, Dios mío, qué bonito”. Una nevada de esas que te ayudan a decir desde lo más hondo de tus entrañas: “Rocíos y nevadas, ¡bendecid al Señor!, témpanos y hielos, ¡bendecid al Señor!, escarchas y nieves, ¡bendecid al Señor!”.
Y una nevada que, en medio de tanta belleza, también trae consigo dificultades importantes para tantas personas que padecen tanto frío tiradas y olvidadas en las calles. Tantas personas, tanto frío. Y que trae destrozos y daños materiales considerables, aunque no tan importantes como los anteriores: árboles que se quiebran y caen en las aceras y en las calzadas, riesgo de desprendimientos de cornisas, tiendas de alimentación cerradas, dificultades para desplazarse, tuberías que se congelan, inundaciones y goteras en los edificios,…
Precisamente esto ha pasado en nuestro colegio de Chamartín, una gotera enorme en la portería nos ha puesto en marcha a un grupo de ADC y hemos ido a echar una mano. Mañana vienen los fontaneros a intentar arreglarla, pero había tanta nieve en el patio del colegio que hacía falta abrir un camino para que puedan acceder, así que a eso de las 12:30 h., con palas, azadones, recogedores y lo que hemos pillado, bolsas de basura en los pies incluidas, nos hemos puesto manos a la obra. Qué buen ánimo, qué ganas de colaborar, qué bonito vernos sacando adelante lo que hacía falta entre todas y qué cansado es retirar nieve -retirar ¡tanta nieve!-. Después de algo más de una hora y bastante cansadas ya, casi habíamos completado nuestro objetivo, sólo nos faltaba abrir el portón del colegio y retirar lo que había de nieve en la acera de la entrada. Y justo ahí ha comenzado lo que no habíamos calculado, lo que no habíamos planeado, pero ha llegado como regalo.
Un grupo de vecinos del bloque de enfrente, un grupo bastante numeroso, estaban en la misma tarea que nosotras, pero ellos en la calle, quitando nieve de la calzada para poder salir de sus casas, para poder mover sus coches para ir a trabajar, para caminar con un poco más de seguridad al ir a la compra, para no quedarse incomunicados al fin y al cabo. La imagen ha sido maravillosa, una comunidad entera de vecinos, familias al completo, niños de todas las edades, jóvenes, mujeres y hombres pertrechados con todo tipo de utensilios caseros: recogedores, bandejas de horno, cepillos de barrer, cubos, espumaderas, cualquier cosa era buena para quitar nieve y abrir camino.
Nos han ayudado a quitar la nieve de nuestra entrada y rápidamente hemos salido nosotras a mezclarnos entre ellos y en el hueco que pillábamos hacer lo que podíamos, la nieve de la calle era mucho más difícil de quitar que la de nuestro patio, de pisarla se había hecho compacta y se había convertido en bloques de hielo muy difíciles de arrancar. No había un plan, cada uno se colocaba en el hueco que podía, unos dábamos golpes al hielo para rompo, otros cogíamos los bloques helados con las manos y los lanzábamos a la acera, otros recogíamos lo que podíamos como podíamos. Una cosa estaba clara: había que abrir paso.
Reconozco que cuando abrimos el portón, ya estaba muy cansada, ese momento en el que te estás diciendo por dentro “necesito parar ya”. Con ese cansancio grande en el cuerpo, he notado con claridad “tenemos que seguir, somos vecinas de estos vecinos, esta calle también es nuestra calle”. Y mientras, agotada, seguía literalmente picando hielo pensaba: veníamos a limpiar “nuestro patio” y me encuentro ahora limpiando “nuestra calle”, ¡Cuánto estoy aprendiendo en este momento!, antes estaba tan contenta porque estábamos limpiando “nuestro patio” pero qué agradecida estoy ahora porque estoy aquí, porque estamos aquí, mezcladas con nuestros vecinos, como una entre tantos, limpiando “nuestra calle”, este espacio de todos. Y aunque estábamos agotadas, no podíamos parar. Algunas vecinas dijeron que parábamos para comer y que retomábamos después. Y a eso de las seis de la tarde estábamos aplaudiendo porque habíamos conseguido llegar hasta una de las calles principales… lo habíamos conseguido.
Sí, hemos “conseguido” una meta común, pero cuántas cosas hemos “recibido” por añadidura. Comparto algunas que tengo ahora bombeando por dentro.
No sé si cuando nosotras comenzamos a retirar nieve de nuestro patio, los vecinos ya estaban limpiando nieve de la calle. La verdad es que no lo sé. Pero me ayuda pensar que quizá alguno nos ha visto y ha pensado que ellos también podían quitar nieve y se han avisado unos a otros y se han puesto manos a la obra. Es probable que ellos hayan comenzado antes que nosotras, pero ¿y si no ha sido así? ¿Y si vernos a nosotras les ha puesto a ellos en movimiento? Lo que sí sé es que este pensamiento me ayuda a expresar hoy cómo entiendo nuestra vocación de Esclavas del Divino Corazón.
¿Limpiar “nuestro patio”? Por supuesto, es necesario y ¡está muy bien! Pero junto a “nuestros patios” hay tantas calles que necesitan ser limpiadas… ¡Abramos el portón!
¡Qué suerte vivir esta experiencia de una comunidad de hermanas que se entregan a una misión en común! ¡Y qué suerte también vivir mezcladas con la gente, poniendo nuestro granito de arena, poniendo nuestras manos, nuestras espumaderas y nuestro cansancio junto a las manos, las espumaderas y el cansancio de la gente! ¡Qué suerte poder ser una de tantas y ponernos en la fila con la gente, como una de tantas! Hoy, domingo en que celebramos el Bautismo del Señor, esta experiencia me ayuda a comprender un poco más por qué el Señor se puso en la fila… como uno de tantos.
Ayer, haciendo oración con el número 4 de nuestras Constituciones sobre la Esclavitud y escuchando las sugerencias de “Nuestro texto vital”, se quedaban resonando en mí algunas expresiones: anonadamiento, desaparecer, dónde está nuestro éxito. El éxito hoy no ha sido limpiar nuestro patio, el éxito hoy ha sido “abrir caminos a la gente” y abrirlos invisiblemente, quitando un trozo de hielo entre tantos trozos de hielo, porque el camino no lo hemos abierto nosotras, lo hemos abierto entre todos.
Ayer me reía, leyendo el comentario que me llegó por whatsapp, me hizo mucha gracia la verdad. Pero tengo que decir que en nada estoy de acuerdo con el comentario gracioso. Sí, yo sí quiero vivir más momentos históricos, de verdad te lo digo. Porque momentos como este, históricos, nos hacen volver a la esencia de lo que somos: vecinas, hermanas, seres humanos que no lo controlamos todo, hijos de Dios bautizados hoy, 10 de enero de 2021, por el agua de esta nieve de la Creación.
Escarchas y nieves… ¡bendecid al Señor!
Témpanos y hielos… ¡bendecid al Señor!
Sí, yo sí quiero vivir más momentos históricos, de verdad te lo digo.
Loli Sánchez García, adc
Nota: Ahora si quiero vivir más momentos históricos, de verdad te lo digo.
La vida, lo cotidiano y lo extraordinario que nos trae, es una gran maestra. Gracias por invitarme a estar abierta a cada momento.
Un abrazo fuerte desde Luanda.
Carlota.