Marta, de Spínola Solidaria, comparte sus primeras reflexiones sobre el inicio del proyecto de La Puerta Morada en Angola.
La educación es el mejor motor de transformación, es una oportunidad para construir el futuro. Pero ¿y si no puedes ir a la escuela? ¿y si tienes que quedarte en casa? ¿y si no puedes terminar la formación básica? ¿y te imponen otras responsabilidades incompatibles con estudiar? ¿y si esto pasa porque eres una niña?
La verdad es que no tengo ni idea, no me ha pasado nada de eso, recuerdo mi graduación de 2º de Bachillerato en el Loreto y el primer día de universidad. También me acuerdo, que en tercero de la ESO Berta nos dijo que se iba a Angola, supongo que a intentar responder a esas preguntas y transformar realidades con la misma pedagogía que a mí me regalaba posibilidades, me hacía sentir en casa y siempre acompañada.
Se calcula que en 2020 fueron 12 millones de niñas las que tuvieron que dejar la escuela para casarse, trabajar y ser las principales cuidadoras de sus familias.
Es en ese escenario, en esa realidad en la que Spínola Solidaria quiere involucrarse de la mano de la Congregación. ¡Ponemos el foco en Angola! Después de conversaciones, reflexiones profundas y con mucha ilusión empieza a nacer un nuevo proyecto con el que intentar ser herramienta para construir horizontes de justicia social. Así nace La Puerta Morada, con la intención de dibujar y abrir puertas ante los muros cerrados.
Pero este sueño no es nuestro, queremos que sea de todas las personas que sufren esta discriminación, de las niñas que van a la escuela, las familias que hacen lo imposible para poder pagar la matrícula, las adolescentes embarazadas, las comunidades y el barrio.
Desde ahí, se diseña una ruta participativa en la que todas puedan ser parte de la identificación, diseño y puesta en marcha del proyecto. Queremos que se involucren, que lo sientan suyo, que se identifiquen con él y se sepan protagonistas. Buscamos construir compartiendo.
Ya teníamos el foco puesto así que tocaba hacer maletas, esperar visado y despegar para, ¡por fin!, aterrizar en Luena. En seguida percibes que la presencia de la Congregación en Alto Luena es fuerte, no sólo por las veces que se escucha “Irma Berta” o los recuerdos de Irma Victoria, también por el pozo, la escuela y el puesto de salud, con la puerta siempre abierta el barrio encuentra un espacio en el que saciar la sed, curar las heridas y crecer leyendo.
El primer viaje era para conocer, ver y escuchar todo lo que pudiera ¡y más! Sólo había que colarse en la realidad, poner nombre, música y dejarse llevar.
Uno de los primeros días, apareció Verónica con Bea y Magdalena, les habían dicho que venía, que quería conocer el barrio y se ofrecieron como guías turísticas. Diría que eran adolescentes, pero creo que esa etapa vital no se corresponde con nuestros esquemas, eran niñas pero también eran adultas. En la conversación aparecía la inocencia, risas y espontaneidad de la infancia, pero también la autonomía y tareas de quien es responsable de los cuidados.
Verónica lo explicaba todo, hacía aclaraciones, ponía ejemplos y se indignaba con la mirada. No tenía dudas, el principal problema del barrio eran los embarazos, las niñas de 14 años suelen tener el primero y si con 18 años no estas embarazada puede que sea mal de ojo.
Me hizo la presentación de lo que después pude ver en el puesto de salud, en la consulta de embarazadas rellenan un cuadro en el que cuentan los embarazos, partos, hijos vivos e hijos muertos. La mortalidad infantil y la dificultad de supervivencia de los bebés marca la vivencia de una maternidad que muchas veces se vive en soledad porque los hombres no reconocen el embarazo.
Detrás de esta realidad hay muchas consecuencias, quizá una de las más graves sea tener que dejar de estudiar. Esto se puede comprobar en las clases, en primero hay el mismo número de niñas que de niños y en el último curso ellos son más de el doble.
Estuve en la época de las rematriculaciones para el siguiente curso, son semanas en las que el despacho de Bea acogía todas las realidades, ella escuchaba y hacia malabares con forma de oportunidades, una de ellas fue a Verónica.
Entendí su indignación, su necesidad de ser escuchada, la preocupación y la ilusión por volver a la Escuela. Al salir del despacho me habló de Eliana, su hija.
Con los días, soy consciente de que he tenido mucha suerte. Las semanas en Angola han sido una inyección de ilusión, con la comunidad he conocido a personas que hacen un mundo más humano con su entrega diaria, que comparten su vida sin límites, que ponen a la persona en el centro. Aterricé en un país que desaprende a odiar, que cierra heridas de una guerra y vuelve a acoger a quienes tuvieron que huir, que quiere ser hogar. Me he encontrado una Escuela que forma corazones y transforma oportunidades, que es espacio de seguridad. He hablado con mujeres que sostienen a sus familias, a su barrio y a su país poniendo su cuerpo por delante. Estos días, he compartido su sueño de ser doctoras, profesoras y futbolistas.
Con todo esto, estoy segura de que celebraremos muchas graduaciones. Como en el Loreto.
Marta Molina de la Fuente