¡25 Años de ser bendecida, amada, llamada y enviada como Esclava!

¡25 Años de ser bendecida, amada, llamada y enviada como Esclava!

Dios me llamó para ser Esclava. Las Esclavas llegaron a Ipil, (lugar donde nací) en junio de 1981 cuando había todavía mucha pobreza en este lugar, sin electricidad y con escasez de agua. Cuando Hna. Linda Vitto (difunta).ADC,  coordinadora del grupo juvenil, me invitó a participar en una formación de líderes iniciada por ella, yo no estaba estudiando sino ganándome la vida felizmente como vendedora de pescado en el mercado. Allí empezó en mí esa inquietud que se despertaba cada vez que había un encuentro juvenil y que finalmente me llevó a buscar la voluntad de Dios.

La jornada de formación comenzó y mi vida en el mercado comenzó a desmoronarse. Los sueños y los planes se alteraron. Hubo un cambio brusco en todo lo que había estado haciendo. De repente me encontré desarraigada y colocada en un nuevo ambiente y en una nueva rutina. La lucha interior se hizo fuerte pero las palabras del salmista me consolaban: "El Señor dijo ‘Yo te haré saber y te enseñaré el camino en que debes andar; te aconsejaré con mis ojos puestos en ti’ ”. ¡Era cierto! En medio de mi desasosiego Dios respondió inmediatamente. Fue en una formación que tuvimos, en una  oración de la tarde cuando tuve el primer encuentro con Jesús de Nazaret. Me acuerdo del diálogo que tuve:

“Je, te conozco bien, pero ellos te dicen, Tú nos amas mucho. Estoy aquí, lo que tienes, por favor ofrécemelo a mí  también, y lo que te ofrecen los demás, espero que te pueda dar lo mismo. Amen” Sentí que esta oración no era más que una invitación en la que yo tenía que decir algo. Pero he aquí, que me encontré ya apasionadamente comprometida en el movimiento juvenil y otras actividades en la Iglesia, a nivel parroquial y en la Prelatura.
Sin embargo, Dios hizo otro movimiento: mientras estaba metida con todas las actividades  en las que participaba, Él me dio un nuevo  hogar – el del obispo, que me lo ofreció como becaria (estudiante que trabaja).

La estancia con el Obispo Federico O. Escaler, SJ me permitió profundizar en mi experiencia con el Corazón de Jesús. Uno de mis oficios era cuidar la segunda planta donde el obispo se alojaba y ayudar en la misa que diariamente celebraba a las 5:30 de la mañana. Como acólita, no tuve más remedio que aprender de memoria las respuestas de la celebración ya que era la única persona que asistía salvo cuando había alguna visita. Poco a poco, aprendí a amar la Eucaristía. Era como una poderosa energía que me dio suficiente fuerza para continuar mi tarea cotidiana. En efecto, era "una presencia silenciosa que conforta" (Const. n º 3)

Era muy feliz a pesar de las dificultades y los retos de la vida. Los horarios de la mañana me hicieron vivir una soledad con la que no estaba familiarizada pero más tarde me sentí en casa. Al recordar todas esas experiencias, veo que estas me fueron formando como Esclava  y me introdujeron en la misión de la Iglesia: la salvación de la humanidad en Cristo.

Mientras estaba contenta haciendo mis tareas en la residencia del obispo, tuve muchas oportunidades de compartir con Hermana Rosario, una hermana española que tenía facilidad en el idioma “visaya”. Su alegría, su sencillez, su humildad y generosidad incondicional me tocaron interiormente y me animaban a querer ser como ella algún día, pero en ese momento, no pensé en entrar en la vida religiosa por tener un novio cariñoso y maduro con el que tenía una buena relación. Sin embargo, hubo un giro cuando asistí a un taller de oración un fin de semana, seguido de una búsqueda “search-in”. ¡Quedé inquieta! Este me llevó a un discernimiento serio.

El silencio durante este tiempo de discernimiento me puso frente al texto del encuentro de Jesús con Pedro después de la escena de la resurrección. “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos. Él respondió: Sí, Señor, tú sabes que te amo. , Dijo Jesús: ¡Apacienta mis corderos!” Esta experiencia me dio la gracia de decir SÍ a pesar de la oposición y resistencia de mi familia y, finalmente, renunciar a la persona a la que tanto quería. El eco en mí de la palabra del Señor "sígueme" fue más fuerte que el dolor de abandonar a un ser querido. Sentí que las palabras pronunciadas a Simón Pedro fueron dirigidas a mí también: Dios me pidió que apacentara a sus corderos, que cuidara de sus ovejas, y al final me dijo “¡sígueme!” Yo lo hice en la confianza de que cada día había sido, era y sería siempre el don de una vida enraizada en el amor de Dios. ¡Un amor que no tiene límites sino que permanece para siempre!

Cuando miro hacia atrás, después de veinticinco años amando y compartiendo humildemente el amor personal de Cristo con las personas con las que he caminado, me doy cuenta de tres aspectos que han influido en mí y me han ayudado a crecer como religiosa y como Esclava.

En primer lugar, la fe inquebrantable de mi propia madre (que era viuda). Su fidelidad como devota del Sagrado Corazón de Jesús y de la Virgen del Perpetuo Socorro, preparó el camino para mi consagración religiosa.
En segundo lugar, la Iglesia que me ha evangelizado a través del don de la Eucaristía, la Palabra de Dios y las oraciones sencillas que ofrecía cada día.
Por último, las palabras de nuestro Beato Fundador, que es un recuerdo vivo y me abre un nuevo horizonte: "No os buscó Dios porque lo merecieseis ni porque os necesitase; os buscó Dios por un solo motivo, por el amor que os tenía, y para estrechar con vosotras una alianza, que no se romperá nunca.”(M. Spínola)

Hoy, mientras camino hacia adelante con mis hermanas, al anunciar el amor personal de Dios cada día, confío profundamente en que “en Él me muevo y existo". ¡La vida es Cristo!

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