Nilda Hallasgo Palad ADC
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Llegué a pensar que era mejor caer hasta el fondo, ya que no podía ser una niña buena. Después de terminar la ESO y el Bachillerato, se me presentó de repente la ocasión de viajar a España. Y pensé que si salía de Japón podría ser una persona nueva, así que aun sin el permiso de mis padres emprendí el viaje. En la Residencia Universitaria de las Esclavas me encontré con una chica filipina. Ella era una cristiana muy fervorosa que participaba en la Misa cada mañana. Yo no entendía ni el idioma ni el significado, pero me gustó el ambiente solemne y comencé a asistir. En la Misa de Nochebuena, cuando me invitaron a besar al Niño después de la Misa, sentí dentro de mi corazón que era una tontería ir a adorar un muñeco, y me reí por dentro; de las 200 personas que estaríamos allí, yo fui la única que me quedé sentada. Esa noche no pude dormir porque me sentía muy triste y sola. Y esa noche escuché algo dentro de mí, no sé si sería la voz de mi corazón, pero sentí me decían: “Tomoko, ¿hasta cuando vas a seguir siendo cabeza dura?” Yo pregunte: “¿Eres tú Dios que me habla?” Por supuesto no obtuve ninguna respuesta. Pero a partir del día siguiente yo sentí que quería aprender más sobre Dios y sobre Jesús; y con el diccionario en la mano empecé a recibir catequesis. 6 meses después, el 24 de junio, recibía el Bautismo en la iglesia del colegio de las Esclavas de Sevilla. Lo primero que brotó de mi corazón ese día fue el deseo de volver a Japón, porque allí (aquí) había tanta gente que no conocía el amor personal que Dios les tiene. Y yo quería decirles que Dios no nos ama porque seamos buenos, sino que nos ama como somos. En el pasado yo había sufrido por sentir que no había amor dentro de mí. Ahora sentía que el amor es recibir/aceptar a Dios, a Jesús y a los demás de corazón.
Volví a Japón, y después de 3 años, entré, naturalmente, en la Congregación de las Esclavas del Divino Corazón. Yo había ido a España como turista y solo me había preparado básicamente sobre la lengua y las costumbres. Pero la alegría, la simplicidad, la acogida de las Hermanas me hizo no sentirme agobiada y pude tener una estancia agradable y feliz. En medio del frío de Madrid o del calor grande de Sevilla, ver como las Hermanas transmitían su alegría, ver su amabilidad con las alumnas y con todo el mundo, ver como seguían trabajando con el mismo entusiasmo, más que tocarme el corazón fue para mi motivo de asombro. Yo comprendí que el corazón de esas Hermanas había sido atraído por Jesús, y sentí envidia de Jesús. Por mi parte yo solo había recibido amabilidad y cuidado, aunque yo no había hecho nada para merecerlos. El estar recibiendo el amor de tantas personas me hizo pensar que era el Señor el que movía el corazón de las personas para que me amaran. Yo, como Esclava siempre he trabajado en el campo de la educación y siento que he recibido mucho amor, del Corazón de Jesús, del corazón de otras persona y del corazón de los niños, así como mucha alegría y gracias. Y hasta el día de hoy vivo agradeciendo.
Tomoko ADC
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No inicio do ano de 1953 chegaram, em Dianópolis, então Estado de Goiás, as primeiras Escravas do Divino Coração, para assumir a Direção do Colégio João d’Abreu que tinha um ano de fundação; eram elas: Madre Belém, Madre Aránzazu, Madre Glória, ( espanholas), Madre Consolata e Ir. Anunciata ( brasileiras). Eu era aluna do Colégio, onde cursava a 6ª série do Ensino Fundamental.
Após o primeiro ano de relacionamento com as Religiosas, no Colégio, eu quis ficar interna (1954). Fui, então, conhecendo-as mais de perto e ao mesmo tempo, passei a admirá-las e valorizá-las pela união, entrega dedicação, zelo apostólico e alegria.
Esta alegria que manifestavam no dia a dia foi sendo para mim um motivo de interrogação. O que terá a Vida Religiosa para torná-las tão felizes? O que explica esta vida de entrega gratuita e generosa?O que plenifica seus corações para que no meio de tantas dificuldades e carências de vida, vivam satisfeitas, seguras e confiantes?
Com todas estas observações, sentia-me, internamente, inclinar-me para este estado de vida. Fui, então, mudando o meu centro de interesse na vida: passeios, namoros, e festas para acompanhar as Irmãs nas visitas aos doentes e às famílias pobres, ir à Capela do Colégio para rezar ante o Sacrário ( onde sempre havia uma ou duas religiosas rezando com muito recolhimento ).
Minha mudança foi sendo tão radical que minha mãe me perguntou o que estava acontecendo para eu não estar mais querendo sair com minhas amigas para os lugares e festas? E ela, que antes me chamava atenção por eu não parar em casa, passou a me incentivar para que eu saísse.
Nestas alturas, eu já havia procurado a Madre Belém para lhe expor os meus questionamentos. Foi ela que me acompanhou, orientou e me deu força para enfrentar as dificuldades que ia encontrando pela minha mudança. Decidi, então, ir para o Convento no ano seguinte E com receio da reação de meu pai ante esta minha decisão, resolvi escrevê-lo uma carta comunicando este meu desejo. Como era de se esperar ele não concordou e me perguntou o que estava me faltando em minha vida? De que eu estava querendo fugir? E passou a me oferecer coisas, passeios, etc, porque não se convencia que esta fosse a minha vocação, mesmo porque eu era a primeira jovem, de minha cidade, a tomar tal decisão.
Sem argumentos que lhe convencesse, fui falar com Madre Belém e ela me prometeu conversar com meu pai a este respeito. Para o próximo final de semana, às 15 horas, foi marcado este encontro. Procurei estar lá no Colégio neste horário, sem que ele soubesse e enquanto Madre Belém dialogava com ele, a Madre Aránzazu e eu fomos à Capela e diante do Sacrário, de braços em cruz, rezávamos o terço pedindo a Nossa Senhora por esta intenção.
Quando meu pai foi embora, Madre Belém me procurou para dizer-me que havia convencido o meu pai a deixar-me seguir meu ideal.
Neste dia, em torno da mesa do jantar, meu pai puxou o assunto e disse-me, após algumas considerações, que me deixaria ir, porém, que se eu visse depois que havia me enganado que voltasse e seria bem acolhida em minha casa.
Minha alegria foi imensa! No outro dia fui ao Colégio e contei tudo a Madre Belém. Combinamos, então, o dia da viagem para o ano seguinte. A força de Deus é palpável para se enfrentar os obstáculos que vão surgindo nestes momentos e o amor de Deus cresce em nosso interior.
Assim, com o coração “ardendo”, no dia dois de fevereiro do ano 1955, viajei para a Cida de Aiuruoca/ Estado de Minas Gerais, onde iniciaria a minha vida de amor e entrega absoluta a Deus, através do serviço aos irmãos, especialmente, aos mais necessitados.
Doracy Ayres Rodrigues
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“...esta es una de las muchas contradicciones que vivo. En medio del hambre, la violencia y la muerte, la fiesta y la esperanza.
La violencia es cada día mayor, prácticamente todos los días matan a alguien en el barrio pero es gracioso, ahora lo vivo con una cierta paz, por la noches le pido al Señor una noche tranquila y repito las palabras de S. Pablo “si vivimos con Cristo moriremos con Él” y duermo en paz. Hago esfuerzo por vivir con Cristo porque el resto ya no depende de mí.”
“A un vecino, miembro del Consejo de la Capilla le han dado un tiro en la cabeza. Me puse nerviosa y pasé varias noches sin dormir y temblando con cada tiroteo en mi ventana.
Después poco a poco me fui serenando. Cogí el salmo 22 que dice “aunque pase por cañadas oscuras nada temo porque el Señor está conmigo”. Es cierto, el Señor no me va a quitar los momentos de oscuridad y las dificultades de la vida pero sí me acompaña y va conmigo.
Esta experiencia me está ayudando a vivir el momento presente lo mejor posible, porque en cualquier momento nos puede llegar la hora del encuentro con el Padre. No vivo ya con angustia sino con confianza, pidiéndole al Señor que acoja y cambie el corazón de todos los que hacen el mal, el daño a los otros, incluso a los hombres buenos. A todos nos puede pasar, pero Él nos acompaña...”
“...Me parece que no es la primera vez que te digo que aquí hay dos experiencias que vivo, la confianza y la esperanza, que en el fondo son lo mismo, porque sólo vale la pena esperar en el Señor, y no es por virtud sino por necesidad, porque si no es así no se vive.
Es bonito confiar, abandonarse, esperar, solo que es difícil creer verdaderamente que no me va a dejar en ningún momento, que esos son los momentos de muerte que necesito para la VIDA y que son necesarios...
...en medio de todo esto el Señor me va dando la gracia y me doy cuenta que es Él porque por mí en muchos momentos ya me habría “hartado” y sin embargo continúo y soy feliz”.
“Es bonito ver cómo no depende ni de dónde estamos ni de lo que hacemos, sino que en el fondo sigo con la misma tesis del noviciado, el Señor es un caprichoso y quiere nuestro corazón y si no se lo damos por las buenas, El lo va a coger por las malas. Da igual que sea España, Angola o la Cochinchina, que seas blanco, negro o amarillo, es así de simple...”
“...Son cosas que no se pueden entender, hubo muchos heridos y muertos... Cuando se viven estas situaciones no hay más posibilidad que ponerse en las manos del Señor y se entiende el Evangelio que dice “estad siempre preparados porque no sabemos ni el día ni la hora”. Creo que no se piensa en nada, sólo se espera, se confía y se reza. Otra cosa no se puede. Te agarras al Señor porque es el único que te da paz en la vida o en la muerte. A veces estas experiencias ayudan a entender algunas cosas....”
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Creo que la fe de mi familia, la mía propia, engancha con el TRONCO DE FE que ha sido y sigue siendo mi madre.
Una gran sensibilidad, desde muy pequeña, hacia el Señor y sus cosas, unido a una como resolución interior, que me ha acompañado desde los 13 años a elegir el camino de lo que permanece y no envejece con los años, constituyeron la tierra donde la llamada del Señor arraigó.
Esta resolución tuvo que ver con un hecho concreto: Desde los 13 años estuve interna en la Residencia de Madrid, que entonces era Colegio. Un Domingo, en el autobús nº 2 pasando por la calle Guzmán el Bueno, vi en la acera, al mirar por la ventanilla, a una señora muy anciana –una de tantas-... En ese momento, experimenté como un escalofrío interior, al pensar: “Algún día yo también seré anciana”. Y en aquel momento, deseé con toda mi alma “seguir un camino en mi vida que me mantuviera por dentro siempre joven…”
El ambiente del Colegio, algunas Esclavas concretas que me acompa-ñaron, y sobre todo el encuentro con la persona de Jesucristo y su evangelio, hicieron posible el paso al Noviciado. El apoyo de mis padres siempre, su manera de vivir mi vocación, ha sido desde el principio un apoyo a todo lo que el Señor ha ido tranzando en mi vida.
Mi trayectoria en la fe tiene mucho que ver con la confianza. Tengo la experiencia de SER CONDUCIDA, envuelta por una “providencia” que me acompaña y me ayuda a vivir los acontecimientos sin inquietud, confiada y serena, apoyada en Quien me conduce.
Esto se compagina con mi limitación, mi pobreza en tantos sentidos. Se va dando en el encuentro con la realidad que me toca, con las personas que vivo, a las que trato de no pedirles lo que no tienen y sí lo que tienen y pueden aportar. Este VIVIR DESDE LO POSITIVO y no desde lo negativo de las personas y las situaciones lo descubro como aprovechamiento de las energías personales y situacionales para construir entre todos la Casa común, la familia del Padre en la que todos somos hermanos.
Después de 47 años en la Congregación, en la que he recibido todo el alimento que he necesitado para llegar a ser lo que soy, experimento con gozo haber acertado en el camino, ya que en la vivencia madura de mi vocación encuentro la realización plena de lo que deseé desde muy joven y busqué al entrar en la Congregación: seguir muy de cerca a Jesucristo, -encarnado sobre todo en los hermanos más pequeños que voy encontrando en el camino-, como el tesoro por el que merece la pena venderlo todo.
Encarna Corral ADC
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¿Qué por qué me hice Esclava? Pregunta un tanto difícil de responder para quién tiene mala memoria, porque en mi vida no ha habido ningún hecho especial que me llevase a tomar esta decisión.
El por qué pienso es sencillamente porque El Señor lo quiso. Él mismo dijo en Jn, 13,13: No me elegisteis vosotros, sino que fui yo el que os elegí...” y sé que de eso hace 84 años que son los que tengo pues también leemos en el profeta Jeremías: “antes de que tú nacieras, te consagré....
Otra cosa sería, qué es lo que me decidió a tomar este camino, y eso sí que no puedo concretarlo porque, que yo recuerde, no hay ningún hecho concreto que me moviera a ello, como he visto ocurre en otras vocaciones que he oído relatar.
Para tomar esta decisión creo me ha influido los ratos de oración que ofrecía el Colegio, cuando –en aquellos tiempos de los años 40 un cuarto de hora antes de que acabase el recreo de la merienda tocaban una campanilla de mano para que la que quisiera pudiese irse a la Capilla a hacer un rato de oración.
En eso fui bastante constante. No sabía mucho cómo hacer oración, pero me ayudaba mucho un librito que tenía: “15 minutos en compañía de Jesús Sacramentado” (que no sé si ya existe). Estar un rato con el Señor me daba paz y más adelante, algunos domingos –si no tenía ningún plan concreto con las amigas- me iba al colegio a la hora del manifiesto de la Comunidad, que la Iglesia estaba abierta al público. Eso sería con 15 o 16 años.
Pienso que es el contacto con Jesucristo el que va dando luz, al menos en mi caso, para llegar a comprender que merece la pena tomar ese rumbo de seguir más de cerca y, de por vida, al Señor.
Nunca dudé ni se me ocurrió pensar en otra Congregación. La misión y la vida que yo veía entonces en las religiosas, aunque en ocasiones presenciara hechos que merecieran mi aprobación, y el ver a la mayores que ya no tenían actividad en el Colegio, como se pasaban horas con el Señor en la Capillita pequeña que había en Jesús 18, algunas en silla de rueda, tal vez me hicieron pensar también. Sé que hasta el día de hoy, recuerdo aquellas monjas en oración. No hubo nada extraordinario no recuerdo que ninguna de las religiosas me empujase a ello. Notaba, en general, un trato cercano y que se interesaban por mi bien.
Lo que sí puedo afirmar es que al terminar aquel mi último curso de colegio, con 16 años salí decidida a irme al noviciado y así se lo dije a mi padre -mi madre había muerto hacía algunos años-. Quedó sorprendido, pero su respuesta fue que quería para mi lo que me hiciera más feliz. Y ¡vaya si lo he sido! Pienso que esa es la confirmación de que fue acertada mi elección. Al mes y pico, el 2 de agosto, ya con 17, marché al noviciado de Moguer. Nunca, ni dudado, ni me he arrepentido del paso dado.
A lo largo de los años, he ido descubriendo con más profundidad lo que supone la vocación de Esclava; el sentido de la esclavitud, con la riqueza que encierran los matices con que la describió Marcelo Spínola para nosotras (por eso quiso ese nombre para la Congregación) y, sobre todo, el gozo interno que produce gastar una vida en tratar de hacer presente en este mundo, estemos donde estemos y trabajemos en lo que trabajemos, el amor que El Corazón de Dios nos tiene a todos los hombres. La presencia del señor en cada acontecer del camino hace posible la superación de dificultades, que toda vida lleva consigo y creo que al final de mi vida puedo afirmar aquello de S. Policarpo, del s.II, cuando a las puertas del martirio querían que apostatase para verse libre de los tormentos con que lo amenazaban: Ochenta y seis años ha -respondió Policarpo- que le sirvo y jamás me ha hecho mal; al contrario, me ha colmado de bienes…,
En mi caso, son sólo 67 los que llevo en esta vida, pero el contenido es igual. Por todos, doy gracias al Señor.
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A menudo por los pasillos del cole de Sevilla (donde vivo actualmente), en los intercambios, o incluso en plena clase (de forma inesperada), muchos de los niños/as, adolescentes y jóvenes con los que convivo día a día, con los que paso bueno ratos, comparto grupos y charlas de todo tipo… me sorprenden con preguntas como esta: “Me caes muy bien pero… ¿Cómo es posible que te hayas hecho “monja”? ¿Estás tonta o qué? ¡¡No lo entiendo!! ¿Cómo fue eso?...”
Comprendo que en principio cuesta entenderlo, y no pretendo con estas letras aclarar todos los interrogantes que mi forma de vivir despierta en ti, pero al menos espero contagiarte algo de “mi locura” para que no me sientas “tan bicho raro”. Me gustaría contarte que ser Esclava y ser feliz no es solo “compatible” sino que es ¡estupendo! Te lo contaré a partir de una anécdota que viví hace pocos días:
Una de las últimas veces que me asaltaron con una pregunta de este tipo, no sé, fue curioso; me quedé sin palabras y por lo visto apareció en mi rostro una sonrisa de oreja a oreja. Eran alumnas de 1º ESO, estaban expectantes, esperaban que les diera una respuesta convincente, una muy impaciente me dijo: ¡Ángela, no te sonrías tanto y explícanos! ¿Por qué eres monja?... y a mi no se me ocurrió otra cosa que decirle: “Pues creo que ya os he respondido, soy “monja” porque Dios me hace sonreír siempre y eso me encanta”. Ahora las que se quedaron sin palabras fueron ellas… me miraron con cara de… “Ángela a ti no hay quién te entienda” ¿Qué pasa que Dios te hace “cosquillas” o qué?” me dijo una con un tono algo irónico… y a partir de aquí se desencadenó una conversación muy interesante sobre lo que Dios es capaz de provocar en las personas… y concretamente lo que provocó y provoca cada día en mi.
Y la verdad es que esta afirmación que me surgió espontánea no me dejo indiferente, ¡pues si! Creo que hoy por hoy esta es la razón que más me convence. Soy Esclava porque Dios me hace sonreír cada mañana cuando suena el despertador ¡¡que ya es difícil!! Y me anima desde bien tempranito a afrontar el día “encajando y sonriendo evangélicamente” como dice un S.j. que muchas hermanas mías conocen… ¿Quién se va a negar a vivir con este tono vital? Yo desde luego no, ¡yo a esto me apunto! Y cuando digo que Dios me hace sonreír no me refiero a una sonrisa fácil e ingenua, como si una viviera ajena a las situaciones de dolor y sufrimiento que muchas veces se nos presentan… me refiero a una sonrisa conscientemente elegida como modo de afrontar la vida a pesar de las dificultades.
Y tú estarás pensando… todo esto que me estás contando está muy bien pero… “no es necesario ser Esclava para vivir sonriendo, ¿no?” Y realmente tienes razón, hay otros modos de vida a través de los cuales Dios también te hace sonreír, pero resulta que yo descubrí este y ¡me gustó!, y justo esto es lo más difícil de explicar… yo no sé cómo surgió, sólo sé que me atrapó (creo que es muy parecido a cuando uno se enamora), se entontece y no ve más allá de la persona que ama… y así fue; Dios me enamoró a mi poquito a poco, a golpe de grupos, marchas montañeras, ratos de oración… hasta que me insinúo lo de ser su Esclava, yo con una sonrisa “pequeña”, titubeos y millones de dudas… ¡le dije que sí!, y tengo que decir que aunque los inicios no fueron fáciles y por fuera las circunstancias me hicieron llorar alguna que otra vez… le doy GRACIAS al Señor porque por dentro siempre me ha regalado la posibilidad de sonreír. ¡Ojalá el Señor siga siendo siempre mi alegría! y ¡Ojalá! tu descubras algún día que Dios se las ingenia cada día para sacarte a ti también tu mejor sonrisa…
Saludos y hasta la próxima.
Ángela adc.
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Sencillo, porque sentí la fuerza abrazadora del Amor de Dios y la atracción de una familia congregacional que vive unos valores Marianos.
Manabí es lugar donde vi la luz primera, concretamente Jipijapa, en el seno de una familia, donde el Dios de la vida no era desconocido y se expresaba, de algún modo, en la luz de las velas que siempre debían estar encendidas en el altar familiar, sin considerar peligros de incendios, y que hoy con un camino ya recorrido puedo considerarlo como la zarza ardiente que deslumbró a Moisés.
Este camino de fe, producto de una Iglesia doméstica, y la compañía de un grupo juvenil, fueron débiles raíces que se abrían paso a la vida en busca del manantial y crearon en mí una conciencia misionera.
El trabajo, el ir y venir en el encuentro con los enfermos, confirmaron esa mirada de ansia de reconocer la fuente de la luz verdadera. Era el sueño de juventud.
Hasta que la propuesta de una voz que repetía “Servir es Reinar” y “Ser Esclava es ser libre”, vividos desde el Corazón de Cristo, en el corazón de la humanidad y desde la Iglesia, sin esperar recompensa, creo que fueron otras fortalezas para mi respuesta de dar un Si generoso.
Y para terminar me hice Esclava del Divino Corazón, porque tenían como modelo a una Mujer sencilla y de pueblo, donde todo cálculo humano se confunde hasta desear parecerme a Ella, sin duda María, sigue sosteniendo mi sueño, ilusión y deslumbramiento.
Por ello, sólo Gracias, Gracias por elegirme, gracias por invitarme, gracias por proponerme, y porque en su amor me fortalezco.
Caty Marcillo.
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“No os buscó Dios ni porque lo merecieseis ni porque os necesitase; os buscó por un solo motivo, por el amor que os tenía, y para estrechar con vosotras una alianza, que no se romperá nunca”. M. Spínola
Nací el día de San Juan Bautista pero fui registrada el 25 de Junio de 1951. Yo soy la mayor de seis hijos, 3 varones y 3 mujeres de una sencilla familia en la provincia. Mis padres son Católicos pero no practicantes. Mi padre trabajaba en el campo como empleado, era muy trabajador.
Cuando era niña asistía a catequesis e hice mi primera comunión sin que mis padres se enteraran, más tarde lo supieron. Después de mi educación primaria dejé los estudios por dos años porque mis padres tenían problemas económicos y en aquel momento no había ningún colegio público cerca. Había un colegio parroquial pero tampoco pudimos. Después de dos años, mi hermano y yo continuamos estudiando juntos.
Durante los años en el colegio, algo despertó dentro de mí. Me gustaba asistir el manifiesto cada viernes. Intentaba no faltar a misa cada los domingos y cada día si había posibilidad, y sentía atracción por el Sagrado Corazón. Me di cuenta después.
Pocos meses antes de mi graduación, mi padre tuvo un accidente de coche. Desde entonces él siempre estuvo enfermo y finalmente cogió tuberculosis. Todos nosotros dejamos de estudiar otra vez excepto mi hermano pensando que cuando terminase podría ayudarnos a todos nosotros. Me fui a Manila para trabajar para ayudar a mi familia. Mi padre nunca se curó de su enfermedad empeoró y mi hermano se vio obligado a dejar los estudios y trabajar. Después de 4 años mi padre murió, un mes antes de yo llegar a casa.
Yo nunca pensé en volver a Manila. Monté un pequeño negocio, una pequeña tienda y estaba prosperando. Después de algún tiempo, alguien de un barrio cercano vino a nuestro lugar buscando dos chicas. Una tenía que saber inglés porque tenía que trabajar con un grupo de hermanas española en Manila. Ellos fueron a mi casa porque sabían que me había graduado en secundaria; que sabía inglés y estaba interesada. Al principio, tenía mis dudas porque a mí me iba bien en el negocio pero también tenía curiosidad porque ya había oído que algunas chicas de un barrio cercano estaban trabajando con algunas hermanas de las Carmelitas de Vedruna y estudiaban al mismo tiempo (aunque ya no estaba interesada en continuar mis estudios). Dentro de mí, hubo una voz que decía “Inténtalo, no vas a perder nada si lo intentas” y mi madre también me animó a intentarlo. Así que, fui a probar.
Después de una semana, mi compañera de trabajo me dejó sola, lo que significó que tenía que hacer yo todo el trabajo: cocinar y limpiar. Me sentí extraña conmigo misma porque, con esa situación y con ese montón de trabajo, me sentía contenta por dentro.
Empecé a tener curiosidad por la vida de las monjas, cómo podían ser felices sin tener familia (esposo e hijos) y comencé a cuestionarme sobre el sentido de la vida. Siempre hablaba con Rosalinda (una hermana Esclava), le hacía muchas preguntas. Entonces empezaron a invitarme a comer, a rezar y a ir a misa con ellas. Fue en Mayo cuando llegué al convento y en diciembre de 1974 llegó de España una hermana con la noticia de que la misión en Filipinas iba a cerrar y tenían que abandonar el país. Yo me desanimé porque sentía dentro de mí algo, el deseo de ser como ellas. Entonces empezaron a desplegarse ante mí todos los problemas: No había terminado la Universidad, mi familia era pobre, yo era la hija mayor y mi familia me necesitaba. Con el deseo de convertirme en religiosa, necesitaba continuar mis estudios, pero el gran problema era que no tenía dinero. Hna. Ángeles habló conmigo sobre mis planes, me dijo que estaban dispuestas a ayudarme en mis estudios y me darían la libertad para unirme a otra Congregación si mi deseo persistía al terminarlos. Comencé todos los preparativos. Tuve que hacer el examen de ingreso del Gobierno para la Universidad de Santo Tomás. Hna. Ángeles organizó todo con las Hermanas Carmelitas de la Caridad de Vedruna para que pudiera estar en su casa estudiando mientras trabajaba. Mi carrera era profesora.
Continué mi correspondencia con Hna. Ángeles que fue destinada a Brasil. A mediados del curso escolar, de repente en su carta, me preguntó si todavía tenía el deseo de ser religiosa. Le dije que sí, precisamente esa es la razón por la que estaba haciendo todas estas cosas. Ella me invitó a hacer un discernimiento, hablar con Hna. Amelia la Superiora y pedir la ayuda de un sacerdote. Hice todo lo que ella me dijo. Y después de una semana tomé la decisión, pronuncié “mi FIAT”. Después me di cuenta que todavía tenía un gran problema que enfrentar y que podría ser un obstáculo. En nuestra cultura, por ser la mayor de la familia tenía una gran responsabilidad, sobre todo con la ausencia de mi padre. Mi último recurso era mi hermano el que me sigue, Oscar. Hable con él sobre mi deseo. Me sorprendí con su respuesta, inmediatamente me dijo: “Sí, si eso es lo que quieres, y lo que te hará feliz, porque si él hubiese tenido vocación al sacerdocio el podría estar vistiendo sotana” Me dijo que no me preocupara porque él iba a asumir mi responsabilidad. Me dio sus bendiciones y ya no tuve más problema ni con mi madre. Él es mi ángel, mi salvador, fue fiel a sus palabras. Ayudó a mis hermanos (hoy ya tienen sus propias familias) a terminar sus estudios aunque él no terminó los suyos. Y hoy a él le va bien con su y cuida a mi mama enferma.
Mientras terminaba mis estudios, mis documentos estuvieron listos y en Mayo de 1977 me fui a Brasil donde empecé mi formación.
El Señor me encontró.
Frebonia S. Tocmo, ADC (Bonnie)
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“El Señor tomó la iniciativa, yo solo cooperé.” Esta frase es la que siempre se me viene cada vez que me preguntan sobre como decidí hacerme religiosa (ser monja) tan pronto.
Hace 14 años, cuando yo tenía casi 18, sentí el deseo y el valor de pedir permiso a mis padres para entrar en la Congregación, les dije que quería darme la oportunidad de empezar mi formación como postulante en la Congregación de las Esclavas del Divino Corazón (Hermanas Spínolas). Creo que fue el Señor quien me dio el valor que tuve en aquel momento, fue Él quien tomó la iniciativa, era Él quien quería establecer una relación profunda conmigo. Creo que siempre tuvo la iniciativa, desde que estuve en las entrañas de mi madre. Si veo mi propia vida y mi historia de enamoramiento, puedo decir que Él me bendijo y me sigue bendiciendo con muchas cosas grandes en mi vida.
Crecí en una familia sencilla. Somos cinco, yo soy la tercera niña con un hermano y 3 hermanas. Mis padres son sencillos, mi padre trabajaba en el campo, en un terreno de mi abuela y mi madre era ama de casa. A pesar de que éramos pobres, mi familia me enseñó valores y fue quien sembró en mi joven corazón esa fe en el Señor. Mi abuela fue mi primera maestra de la oración, después mi padre. Él nos hablaba siempre sobre nuestra fe cristiana y católica y fue quien nos llevó por primera vez a asistir a la Santa Eucaristía.
Puedo decir que a pesar de los problemas económicos que tuvimos mientras estudiábamos, he visto como El Señor nos dio la oportunidad de tener unos estudios y como nos regaló talentos e inteligencia. Terminé mis estudios en el colegio y en la Universidad católica como becaria. También he visto como el Señor me amó a través de mi familia: mi abuela, mis padres, mis hermanos, mis parientes y mis amigos que me rodeaban.
Cuando estudiaba en la Universidad de los Jesuitas, tenía un sueño sencillo: terminar mis estudios, ayudar a los demás y quizás casarme. Sin embargo, desde el primer año ya me hacía muchas preguntas: ¿Quién soy yo de verdad?, ¿Para qué estoy aquí?, ¿Después de todo esto, que?, ¿esa es la vida?, ¿cuál es mi lugar y mi misión en la vida? Al final, ¿seré realmente feliz? estas eran algunas de las preguntas que me hacía y había muchas más que me ayudaron en la búsqueda.
El primer año de la Universidad era catequista con las hermanas Spínolas, al mismo tiempo, era miembro de un grupo en la Universidad que tenía la misión de dar catequesis a los niños, especialmente los pobres que vivían en la barriada de la ciudad. En aquel momento no podía entender por qué sentía la alegría de dar mi tiempo como voluntaria a pesar de que el trabajo era un poco pesado. En ese tiempo, yo ya estaba siendo acompañada por una hermana en la búsqueda de lo que verdaderamente quería en mi vida y lo que el
Señor quería de mí. Fue ahí cuando me pareció ver que había algo más de lo que conocía de mí, de lo que hacía y de lo que tenía en ese momento, había algo más preparado para mí, pero algo más…
Desde entonces estuve buscando y conociéndome más a mí misma. En este momento tuve una profunda experiencia de cómo el Señor me había amado y cómo me había bendecido con tantas cosas buenas en mi vida. Aunque hubo problemas y dificultades en el camino, incluso estos momentos fueron también regalos ya que me ayudaron a volverme más fuerte y más madura. Fue entonces cuando me hice consciente de todos los dones y bendiciones de Dios en mi vida, no podía hacer nada sino sentirme muy agradecida y hacer eco de las palabras del Salmista cuando dice " ¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?"
Parece que mi corazón no podía contener la alegría de ser tan bendecida por el Señor, quería pagarle. La idea de hacerme religiosa vino a mí pensando que de esta manera podía pagarle; entregarme plena y totalmente a Él y a su servicio. Me preguntaba: "Si verdaderamente el Señor me llama a amar y seguirle en la vida religiosa, ¿le puedo decir no?", y por lo tanto, le dije que sí. ¿Y por qué con las Esclavas (hermanas Spínola)? En primer lugar, me atraían con su sencillez y la manera de relacionarse; en segundo lugar, yo me preguntaba por qué eran felices aun sin tener su propia familia: esposos e hijos; y tercero, porque me sentía amada y aceptada por ellas tal y como soy.
Y sí, decidí darme una oportunidad, si eso era lo que el Señor quería de mí. Al principio, mis padres no estaban de acuerdo conmigo. Pero confiaron en mí y me dieron permiso. Mi padre me dijo que si les preguntaba a ellos no estaban de acuerdo, pero que si era mi decisión, no podían hacer nada, de todos modos, era sólo un intento. Durante los dos primeros años, cada vez que iba de vacaciones con mi familia, mi padre me preguntaba si todavía seguía pensando en regresar al convento, mi respuesta siempre era “sí”... hasta que él cambió sus preguntas, "¿Cuándo vuelves (regresas)?; luego más tarde: "¿Cuál es tu tinaja? (destino)"…
A lo largo de estos años, he experimentado el amor de Dios y su fidelidad en mi vida que me ha hecho ser fiel a Él. El Señor me sigue sorprendiendo con muchas cosas buenas...y por ello estoy muy agradecida.
¡Muchas gracias Señor mío!
Angie, ADC
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Pues porque me sentí atraída por alguien que me fue conquistando la vida. Creo que todo comenzó cuando me di cuenta de que algo estaba faltándome por dentro.
A mis padres desde muy jóvenes les gustaba mucho ayudar en lo que podían en las necesidades de la parroquia principalmente en las catequesis rurales. Parece que esa fe que tenían tan viva y como la transmitían fue lo que me hizo ir buscando el sentido profundo de mi lugar en el mundo y me llevaba a cuestionar mi propia vida.
Fui aprendiendo a no quedarme igual ante la necesidad de otros. Tanto así que cuando veía algún pobre tirado en la calle me daba mucha impotencia y no sabía por qué no me quedaba tranquila. Las situaciones de pobreza de mi tierra cogían mi mirada y no sabía el porqué.
Estando en la catequesis de la parroquia una vez nos dijeron que levantasen las manos los que querían ser monjitas; y así con las distintas vocaciones y me acuerdo que levante mi brazo sin saber el por qué. Pero eso claro sólo era por la hora de catequesis. No era una idea que me gustara mucho en esa época, ni siquiera quería ir al colegio de las hermanas.
Sólo me gustaba participar en el grupo misionero porque dedicábamos un tiempo a las misiones en lugares pobres. Algunas veces convidaban algún misionero para compartir su experiencia, y me llamó mucho la atención un joven que con los padres del Verbo Divino se fue como misionero a Vietnam. Me impactaron las fotografías y lo que contaba de la situación que allí se vivía y noté que algo dentro de mí se estaba formando, era como un deseo de también poder hacer algo.
Comencé el secundario en una escuela comercial del estado, hice allí de 1ro hasta 3er año. Después no podía mas con la intriga que llevaba en el corazón y no entendía nada porque no estaba tranquila. Les pedí a mis padres que me cambiaran al colegio de las hermanas.
Al estudiar mis últimos años de secundario en el colegio Sagrado Corazón, fui intentando ver qué era lo que hacía que las hermanas del cole estuvieran tan feliz con lo que hacían.
Me intrigaba saber como poder hacer que el tiempo y la dedicación que uno podía poner al servicio, ayuda a uno ser feliz a largo plazo. Fui descubriendo que en el fondo lo que buscaba era el sentido de mi vida, saber cual era mi lugar en el mundo. Quería descubrir qué quería Dios de mí. Me animé a charlarlo con una de las hermanas. Esto fue un ir abriendo camino a lo que quería Dios de mí. Me dí cuenta que me gustaba la idea de poder entregar todo el tiempo a una obra buena que venía de Dios y no sólo dedicar un fin de semana para hacer obras de caridad. Después de un tiempo de discernimiento inicié este camino de consagración total a Dios. Descubrí cuánto me amaba Jesús a través del cariño de los que me rodeaban principalmente de mi familia. Esto me llevó a querer responderle también con esa misma intensidad. Al experimentar esto dentro de mí me fue llevando a quererlo transmitir en donde el me quiera. Asi fue que ya desde mis primeros años de formación me llevo a conocer tierras extranjeras. Primero Buenos Aires, después Ecuador, Paraguay, distintos lugares de la Argentina donde tenemos colegios, un poquito de España y ahora África, Luanda, donde me encuentro muy feliz, intentando darlo a conocer, viviendo el día a día, entregando no solo un par de horas sino toda la vida. Él sigue conquistando mi vida…
Gracias por esta oportunidad.
Lily, ADC
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Lo primero que se me ocurre es algo aplastantemente simple, soy Esclava porque el Señor me llama…
Hace ya unos 15 años intuía que era así como el Señor me llamaba, con la claridad y el lío de alguien de 18 años, con motivaciones mezcladas, entre las ganas de entrega, de amar, de ayudar, de servir…y otras menos nobles de idealismos, de sentirme salvadora y protagonista…
Mi llamada era ese deseo que el Señor ponía en mí de ser radical a la hora de seguirle, deseo de no ser mediocre y el camino que intuía como Esclava me hablaba de eso, sentía que el Señor me decía, “Te quiero mía y te quiero toda”…
Luego al ir caminando, la vida va poniendo todo más en su sitio, y va purificando lo turbio, y bueno siento que ha sido Él quien se ha encargado, el Dios de las oportunidades y de la fidelidad sin fisuras me ha ido rescatando y salvando, como Amor que se encarna en la miseria que soy y en la miseria de la realidad y que ha autentificado aquella primera respuesta, siento que el Señor me ha ido enamorando cada vez más y lo que más me emociona no es aquella llamada sino que hoy sigo sintiendo, con más claridad y verdad aún, la llamada a ser su Esclava, desde mi miseria enamorada.
Aún me sigue resonando la llamada a la radicalidad, pero ya sin extremismos ni resplandores…ahora me suena a RAIZ, a ser de raíz, a enraizarme en Él, desde lo pequeño, a conectar con lo más hondo y auténtico de mí, que soy amada por el Señor y que mi “para qué” es anunciar su Amor, “prestarle mis latidos” amando con su estilo, cercanía, ternura, valentía, opción por los débiles.
Mi vocación…lo más grande que tengo, o que me tiene (porque no es mío)…Sé quién soy, de quién soy y para qué vivo…y decir esto en medio de tantos que intentan ser felices, de tantas búsquedas fallidas, lo siento como suerte y privilegio inmenso.
Y además es alegría grande y compartida, ya que desde el principio el Señor me ha acompañado y cuidado por medio de mis hermanas Esclavas, que han tirado de mí, me han abierto los ojos, me han alentado y hasta salvado y mis hermanos, laicos Spínola, con los que comparto el poder vibrar de fondo con un mismo carisma…
¿Qué supone para mí ser Esclava? Saberme persona bendecida…es identidad profunda, Familia, misión, suelo, camino…La forma para mí de seguir al Señor por la vida…
Cuando alguien se me acerca en la calle para venderme lotería, yo siempre pienso, ¡y a veces hasta lo he dicho! Que yo no compro ¡que a mí ya me ha tocado!
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Me preguntan que defina mi identidad.
Viví desde los 3 años en un Colegio de Esclavas, en Loreto, hasta los 17 que terminé Pre-universitario.
Aprendí un camino de FE y de entrega, fundamentado en la afirmación que tantas veces encontramos en la Biblia: “Creo en el Dios de mis padres”. En mi casa se experimentaba la FE y el AMOR de una familia creyente.
Recibí el testimonio de muchas Esclavas y sobre todo, la llamada del SEÑOR; ese misterio inexplicable de la vocación se fue fortaleciendo en mi adolescencia, a través de la oración y la Eucaristía.
Mis padres me hicieron esperar un año al terminar mi etapa de Colegio. Un año de
Universidad que afianzó mi decisión de consagrarle mi vida.
Hoy, voy camino de mis 50 años de consagración como Esclava. Más de 30 años de misión en Ecuador, a través de los cuales muchas veces he repetido en mi oración, como la Virgen María: “He aquí la Esclava del SEÑOR”.
Agradezco al Señor mi Historia de Salvación, en el día a día, desde el DON de su Espíritu y sigo en lo que deseo siga siendo mi entrega radical a su Corazón.
Hna. Mª José González -Blanch
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Mi experiencia vocacional tuvo un comienzo, pero le precedió una preparación: familia, colegio, amigos, ambiente social, la Virgen muy presente en mi vida...
Dios me eligió, me llamó, me buscó, me acompañó, me rodeó de cuidados.
Su llamada para mi no fue fácil ni nítida.
Me sentía sí fuertemente atraída por JESÚS, el Señor.
Atracción mezclada con otras muchas atracciones sanas y legítimas. Lucha, dudas, claudicaciones. Pero siempre en mi caminar la Providencia me ha puesto personas cualificadas que me han ayudado a discernir, y en el comienzo de mi vocación fueron extraordinariamente importantes.
Terminé el bachillerato. Y en febrero de 1953 acababa el 2º cuatrimestre de 3º de Magisterio de repente, de la noche a la mañana y sin despedidas, sólo las indispensables (padres, hermanos, tíos), me llevaron a Moguer. Dios aprovechó el fin de unos Ejercicios Espirituales.
Inicié mi itinerancia interior: "Señor ¿dónde vives? ¿Cómo eres?" ¡Qué poco o nada te conocía, Jesús!
Fui descubriendo con dolor y lágrimas, con días alegres y felices, entre oscuridad y desolación que tu amor, Señor, vale más que la misma vida.
Que Marcelo Spínola y la M. Fundadora, Celia Méndez, habían encontrado en tu Corazón el sentido pleno de su existencia. Eso me iluminaba.
Fue en aumento aquella atracción primigenia hasta poder decir hoy - y ya han pasado años - que Dios me ha regalado un lote hermoso:
JESUCRISTO, su Hijo. Que me encanta mi heredad: anunciarlo, como Esclava de su Corazón.
Todo ha sido gracia, tras gracia... "por el grande Amor con el que me ha amado" (Ef 2, 4).
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Hace unos días recibí un correo de Fátima Blanca invitándome a dar mi testimonio sobre mi vocación; según ella, como a mí me conocen en la Congregación muchas hermanas, podía ayudar a alguien. Mi primera impresión fue decir que no; pero después pensé que quizá debería intentar hacerlo por si podía ayudar a alguien; así que me dispongo a hacer un ejercicio de memoria y escribir algo sobre cómo me decidí y entré.
Soy la más pequeña de ocho hermanos, en una familia andaluza muy cristiana y religiosa. No conocí a mi padre a quien mataron “los rojos” (las españolas saben muy bien lo que digo) y nací a los quince días de morir él. A pesar de no haberlo conocido su figura estaba muy presente en mi familia y durante toda mi infancia oía decir que él quería en su familia TRES TOCAS (tres religiosas). Nunca fui muy consciente de ello; pero creo que me influyó bastante pues veía que mis hermanas mayores se iban casando y por tanto, su deseo no se cumplía, de ahí que en algún momento debí pensar que yo debía ser la que le diera gusto. Por otra parte mi madre era una mujer muy sencilla, cercana, cariñosa, de una profundísima fe y una gran religiosidad, junto a un corazón muy caritativo y sensible a las necesidades de los demás. De las imágenes que mas grabada tengo de mi infancia es la de mi madre repartiendo comida en mi casa a todo pobre que llegaba durante los años de la postguerra; siempre decía que “no le falte un plato de comida caliente”. Ante cualquier circunstancia o acontecimiento, su frase habitual era “lo que Dios quiera”, “como Dios quiera”; “si Dios quiere”. Seguramente ella nunca supo nada de buscar y aceptar la voluntad de Dios; pero lo vivió día a día. A los cinco años me llevaron interna al colegio de las Esclavas de Ronda en donde estuve hasta los dieciséis, o sea once años interna rozándome con las Esclavas nueve meses cada año; ¡ya son años! De ahí que mi comienzo de noviciado fuera como una prolongación del internado, luego ya no, claro está. Lo que sí recuerdo claramente es que me decidí a entrar en unos Ejercicios Espirituales que hicimos en el Colegio cuando estudiaba sexto de bachillerato, o sea tendría quince años más o menos, entré a los diecisiete.
Desde entonces no he tenido dudas de mi vocación, ciertamente mi vida no ha sido siempre un camino de rosas en la Congregación, yo suelo decir que a mí Dios me ha peinado del revés muchas veces; pero siempre he descubierto que ha sido para mi bien aunque me haya costado, y a veces mucho, aceptar lo que Dios quería. Quizá se me ha quedado muy grabada aquella frase que M. Pacis (q.e.p.d.) nos repetía insistentemente en sus “explicaciones” en el juniorado “desde toda la eternidad con amor infinito Dios …”. Es verdad que poco a poco he ido descubriendo quién es y qué representa Jesucristo para mí; pero ya en la Congregación, yo cuando entré apenas sabía qué es esto de la vida religiosa; pero tenía claro una cosa: quería ser “monja esclava” y quería ayudar a los demás especialmente a través de la enseñanza.
Sí puedo decir, a esta altura de mi vida, que Jesucristo es el centro de mi vida y la única razón de ser de mi existencia, a pesar de mis debilidades y muchos fallos; creo que, si por un imposible, se descubriera que todo esto de Dios y de Jesucristo no es cierto, mi vida dejaría de tener sentido y habría sido un rotundo fracaso.
Otro aspecto q ue me gustaría destacar es mi vocación educadora. Desde pequeña sentí deseos de enseñar; de hecho recuerdo que, estando en casa, preparé a algunos hijos de obreros de la fábrica para la Primera Comunión y les enseñaba a leer. Creo y estoy muy de acuerdo con Nuestro Padre, que educando evangelizamos; es más creo que lo que se enseña no se pierde aunque no veamos el fruto, ¡ya saldrá! A este respecto recuerdo que cuando se cumplieron los 50 años del colegio de Barcelona, que ya lo habíamos vendido, los actuales dueños lo quisieron celebrar e invitaron a las esclavas que habían estado destinadas allí para que atendieran a las antiguas alumnas, a las que también habían invitado. Yo no asistí porque no sabían que yo también había estado; pero a los pocos días me llamó por teléfono una antigua alumna mía y entre las cosas que me dijo me agradeció las cosas que les decía en clase porque les habían ayudado mucho en su vida. La vida en los colegios es muy dura porque es duro someterte a un horario fijo, a unos métodos que no siempre te gustan, a una disciplina que a veces agobia, etc., etc. Hay que tener una gran dosis de disponibilidad y entrega para colaborar a que las cosas salgan lo mejor posible aunque no siempre te gusten. Pero sólo a través de la educación el ser humano puede llegar a ser persona y sacar de sí lo mejor que tiene. Estoy convencida de que el futuro de la humanidad será mejor si conseguimos educar (no sólo enseñar) a las generaciones jóvenes. Yo creo que he trabajado mucho en los casi 50 años que he estado en los colegios; no me arrepiento en absoluto de todo lo que he tenido que hacer; seguro que he metido la pata muchas veces; pero seguro también que el esfuerzo realizado y el empeño puesto ha servido para mucho a alguien. Eso es más que suficiente cuando ya estoy enfilando la última etapa de mi vida.
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Nací en el seno de una familia cristiana buena aunque poco practicante en el culto religioso, descubro que mi madre tuvo un papel fundamental en el origen de mi vocación, desde su sencillez , me enseñó a ser buena con las personas y a querer mucho a Dios. Mi educación primaria fue con las Esclavas y durante esos años ellas también supieron, con su estilo sencillo, cercano, alegre, sembrar la semilla buena. Nunca me había planteado la posibilidad de ser religiosa, me gustaba divertirme con mis amigos, salir a fiestas, lo propio de la adolescencia. Por casualidad, que no es tanta casualidad, participé de un retiro que se organizaba en el curso por ser el final del año en el colegio, y allí Dios tuvo su momento para tocarme el corazón. El sacerdote que dirigía el retiro, dijo algo que me hizo pensar: ¿a qué van a dedicar su vida, en qué la van a emplear?... Dios se valió de esta frase para no dejarme ya tranquila y a partir de entonces se me repetía con frecuencia.
Empecé a cuestionarme mi relación con el chico con el que estaba saliendo, es entonces que empecé a considerar otras opciones de vida y cuando pensé en religiosa , ni yo misma me lo creía pues la verdad es que estaba bastante alejada de la práctica religiosa. Sentía la necesidad de orar, aunque no sabía muy bien en qué consistía, me iba a la terraza de mi casa por ser un sitio silencioso y alejado de la gente y allí con mi Biblia leía algún texto y me sentía en la presencia del Señor.
Experimentaba que estos ratitos me llenaban y me sentía bien, lo hacía a escondidas porque no quería que nadie se enterara, era mi secreto con el Señor. Las circunstancias se fueron dando para que muy pronto pudiera entrar al noviciado, uno de los momentos más importantes en mi vida.
A grandes rasgos he contado los inicios de mi vocación, pasando los años, y ya he hecho las bodas de plata, me voy dando cuenta que en el día a día voy experimentando esta elección de Dios para conmigo, soy consciente en mi propia vida de una gran verdad y es la que manifiesta el libro del Espíritu “no os buscó Dios ni porque lo mereciéseis… os buscó por el amor que os tenía…”
Por eso para mí es motivo de agradecimiento la vocación, me siento con la responsabilidad de cuidarla y mimarla cada día. Soy Esclava porque EL así lo ha querido y deseo responderle en fidelidad, entregando lo mejor de mí a Él y a mis hermanos . Gracias a la Congregación por abrirme sus puertas para poder ser parte de esta gran familia SPÍNOLA.
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¡25 Años de ser bendecida, amada, llamada y enviada como Esclava!
Dios me llamó para ser Esclava. Las Esclavas llegaron a Ipil, (lugar donde nací) en junio de 1981 cuando había todavía mucha pobreza en este lugar, sin electricidad y con escasez de agua. Cuando Hna. Linda Vitto (difunta).ADC, coordinadora del grupo juvenil, me invitó a participar en una formación de líderes iniciada por ella, yo no estaba estudiando sino ganándome la vida felizmente como vendedora de pescado en el mercado. Allí empezó en mí esa inquietud que se despertaba cada vez que había un encuentro juvenil y que finalmente me llevó a buscar la voluntad de Dios.
La jornada de formación comenzó y mi vida en el mercado comenzó a desmoronarse. Los sueños y los planes se alteraron. Hubo un cambio brusco en todo lo que había estado haciendo. De repente me encontré desarraigada y colocada en un nuevo ambiente y en una nueva rutina. La lucha interior se hizo fuerte pero las palabras del salmista me consolaban: "El Señor dijo ‘Yo te haré saber y te enseñaré el camino en que debes andar; te aconsejaré con mis ojos puestos en ti’ ”. ¡Era cierto! En medio de mi desasosiego Dios respondió inmediatamente. Fue en una formación que tuvimos, en una oración de la tarde cuando tuve el primer encuentro con Jesús de Nazaret. Me acuerdo del diálogo que tuve:
“Je, te conozco bien, pero ellos te dicen, Tú nos amas mucho. Estoy aquí, lo que tienes, por favor ofrécemelo a mí también, y lo que te ofrecen los demás, espero que te pueda dar lo mismo. Amen” Sentí que esta oración no era más que una invitación en la que yo tenía que decir algo. Pero he aquí, que me encontré ya apasionadamente comprometida en el movimiento juvenil y otras actividades en la Iglesia, a nivel parroquial y en la Prelatura.
Sin embargo, Dios hizo otro movimiento: mientras estaba metida con todas las actividades en las que participaba, Él me dio un nuevo hogar – el del obispo, que me lo ofreció como becaria (estudiante que trabaja).
La estancia con el Obispo Federico O. Escaler, SJ me permitió profundizar en mi experiencia con el Corazón de Jesús. Uno de mis oficios era cuidar la segunda planta donde el obispo se alojaba y ayudar en la misa que diariamente celebraba a las 5:30 de la mañana. Como acólita, no tuve más remedio que aprender de memoria las respuestas de la celebración ya que era la única persona que asistía salvo cuando había alguna visita. Poco a poco, aprendí a amar la Eucaristía. Era como una poderosa energía que me dio suficiente fuerza para continuar mi tarea cotidiana. En efecto, era "una presencia silenciosa que conforta" (Const. n º 3)
Era muy feliz a pesar de las dificultades y los retos de la vida. Los horarios de la mañana me hicieron vivir una soledad con la que no estaba familiarizada pero más tarde me sentí en casa. Al recordar todas esas experiencias, veo que estas me fueron formando como Esclava y me introdujeron en la misión de la Iglesia: la salvación de la humanidad en Cristo.
Mientras estaba contenta haciendo mis tareas en la residencia del obispo, tuve muchas oportunidades de compartir con Hermana Rosario, una hermana española que tenía facilidad en el idioma “visaya”. Su alegría, su sencillez, su humildad y generosidad incondicional me tocaron interiormente y me animaban a querer ser como ella algún día, pero en ese momento, no pensé en entrar en la vida religiosa por tener un novio cariñoso y maduro con el que tenía una buena relación. Sin embargo, hubo un giro cuando asistí a un taller de oración un fin de semana, seguido de una búsqueda “search-in”. ¡Quedé inquieta! Este me llevó a un discernimiento serio.
El silencio durante este tiempo de discernimiento me puso frente al texto del encuentro de Jesús con Pedro después de la escena de la resurrección. “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos. Él respondió: Sí, Señor, tú sabes que te amo. , Dijo Jesús: ¡Apacienta mis corderos!” Esta experiencia me dio la gracia de decir SÍ a pesar de la oposición y resistencia de mi familia y, finalmente, renunciar a la persona a la que tanto quería. El eco en mí de la palabra del Señor "sígueme" fue más fuerte que el dolor de abandonar a un ser querido. Sentí que las palabras pronunciadas a Simón Pedro fueron dirigidas a mí también: Dios me pidió que apacentara a sus corderos, que cuidara de sus ovejas, y al final me dijo “¡sígueme!” Yo lo hice en la confianza de que cada día había sido, era y sería siempre el don de una vida enraizada en el amor de Dios. ¡Un amor que no tiene límites sino que permanece para siempre!
Cuando miro hacia atrás, después de veinticinco años amando y compartiendo humildemente el amor personal de Cristo con las personas con las que he caminado, me doy cuenta de tres aspectos que han influido en mí y me han ayudado a crecer como religiosa y como Esclava.
En primer lugar, la fe inquebrantable de mi propia madre (que era viuda). Su fidelidad como devota del Sagrado Corazón de Jesús y de la Virgen del Perpetuo Socorro, preparó el camino para mi consagración religiosa.
En segundo lugar, la Iglesia que me ha evangelizado a través del don de la Eucaristía, la Palabra de Dios y las oraciones sencillas que ofrecía cada día.
Por último, las palabras de nuestro Beato Fundador, que es un recuerdo vivo y me abre un nuevo horizonte: "No os buscó Dios porque lo merecieseis ni porque os necesitase; os buscó Dios por un solo motivo, por el amor que os tenía, y para estrechar con vosotras una alianza, que no se romperá nunca.”(M. Spínola)
Hoy, mientras camino hacia adelante con mis hermanas, al anunciar el amor personal de Dios cada día, confío profundamente en que “en Él me muevo y existo". ¡La vida es Cristo!
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