Cuando Jesús llegó a la región de Cesarea de Filipo preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos contestaron: “Unos dicen que Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que Jeremías o algún profeta”. Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?”. Simón Pedro le respondió: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. Entonces Jesús le dijo: “Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque ningún hombre te ha revelado esto, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra voy a edificar mi iglesia; y el poder de la muerte no la vencerá. Te daré las llaves del reino de los cielos: lo que ates en este mundo, también quedará atado en el cielo; y lo que desates en este mundo, también quedará desatado en el cielo”. Luego Jesús ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías. (Mt.16, 13-20)
“Un día subió Jesús con sus discípulos a una barca y les dijo: ‘Pasemos a la otra orilla’. Y se adentraron en el lago. Mientras navegaban se durmió. Y cayó sobre el lago tal torbellino que la barca se inundaba y corrían peligro. Los discípulos se acercaron y lo despertaron, diciendo: ‘¡Maestro, maestro, que perecemos!’. Él se levantó, increpó al viento y a las olas, que cesaron, y se hizo la calma. Entonces les dijo: ‘¿Dónde está vuestra fe?’. Llenos de miedo y de admiración, se decían: ‘¿Quién es éste, que manda incluso a los vientos y al agua y le obedecen?’.” (Lc.8, 22-25)
Mientras él les decía estas cosas, vino un hombre principal y se postró ante él, diciendo: Mi hija acaba de morir; mas ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá. Y se levantó Jesús, y le siguió con sus discípulos. He aquí una mujer enferma de flujo de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; porque decía dentro de sí: Con solamente tocar su manto, quedaré sana. Pero Jesús, volviéndose y mirándola, dijo: Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado. Y la mujer quedó curada desde aquella hora. Al entrar Jesús en la casa del principal, viendo a los que tocaban flautas, y la gente que hacía alboroto, les dijo: Apartaos, porque la niña no está muerta, sino duerme. Y se burlaban de él. Pero cuando la gente fue echada fuera, entró, y tomó de la mano a la niña, y ella se levantó. Y se difundió la fama de esto por toda aquella tierra. (Mt. 9, 18-26)
Había un cierto enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo. Al oírlo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba. Al cabo de ellos, dice a sus discípulos: Volvamos de nuevo a Judea. Le dicen los discípulos: Rabbí, con que hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí? Jesús respondió: ¿No son doce las horas del día? Si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza, porque no está la luz en él. Dijo esto y añadió: Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle. Le dijeron sus discípulos: Señor, si duerme, se curará. Jesús lo había dicho de su muerte, pero ellos creyeron que hablaba del descanso del sueño. Entonces Jesús les dijo abiertamente: Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos donde él. Entonces Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: Vayamos también nosotros a morir con él. Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano. Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá. Le dice Jesús: Tu hermano resucitará. Le respondió Marta: Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día. Jesús le respondió: Yo soy la resurrección El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto? Le dice ella: Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo. Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: El Maestro está ahí y te llama. Ella, en cuanto lo oyó, se levantó rápidamente, y se fue donde él. Jesús todavía no había llegado al pueblo; sino que seguía en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en casa consolándola, al ver que se levantaba rápidamente y salía, la siguieron pensando que iba al sepulcro para llorar allí. Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: ¿Dónde lo habéis puesto? Le responden: Señor, ven y lo verás. Jesús se echó a llorar. Los judíos entonces decían: Mirad cómo le quería. Pero algunos de ellos dijeron: Este, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera? Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. Dice Jesús: Quitad la piedra. Le responde Marta, la hermana del muerto: Señor, ya huele; es el cuarto día. Le dice Jesús: ¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios? Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado. Dicho esto, gritó con fuerte voz: ¡Lázaro, sal fuera! Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: Desatadlo y dejadle andar. Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él. (Jn.11, 1-45)
Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo. Discutían entre sí los judíos y decían: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne. Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre. (Jn. 6, 51-58)
Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: Dame de beber. Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice a la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana? (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.) Jesús le respondió: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva. Le dice la mujer: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados? Jesús le respondió: Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna. Le dice la mujer: Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla. El le dice: Vete, llama a tu marido y vuelve acá. Respondió la mujer: No tengo marido. Jesús le dice: Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad. Le dice la mujer: Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesús le dice: Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad. Le dice la mujer: Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo explicará todo. Jesús le dice: Yo soy, el que te está hablando. En esto llegaron sus discípulos y se sorprendían de que hablara con una mujer. Pero nadie le dijo: ¿Qué quieres? o ¿Qué hablas con ella? La mujer, dejando su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo? Salieron de la ciudad e iban donde él. Entretanto, los discípulos le insistían diciendo: Rabbí, come. Pero él les dijo: Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis. Los discípulos se decían unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de comer? Les dice Jesús: Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra. ¿No decís vosotros: Cuatro meses más y llega la siega? Pues bien, yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega. Ya el segador recibe el salario, y recoge fruto para vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador. Porque en esto resulta verdadero el refrán de que uno es el sembrador y otro el segador: yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga. Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer que atestiguaba: Me ha dicho todo lo que he hecho. Cuando llegaron donde él los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Y fueron muchos más los que creyeron por sus palabras, y decían a la mujer: Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo. (Jn. 4, 5-42)
Conviene recordar los versículos anteriores al evangelio de hoy:
Los discípulos iban subiendo camino de Jerusalén y Jesús se les adelantaba; los discípulos se extrañaban y los que seguían iban asustados. Él tomó aparte otra vez a los doce y se puso a decirles lo que le iba a suceder: “Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los letrados, lo condenaran a muerte y lo entregarán a los gentiles, se burlarán de él, le escupirán lo azotarán y lo matarán; y a los tres días resucitará”. Se le acercaron los hijos de Zebedeo… (Mc 10, 32-34)
Mc 10, 35-45
Se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: “Maestro, Jesús replicó: “No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?” Contestaron:
Jesús reuniéndolos les dijo: |
Ya decíamos cómo la gente se acerca a Jesús: para tocarle, para “pillarlo”, para escucharle, para sanar, para preguntar...
Y aquí viene el lío… Todos queriendo ser alguien, todos queriendo la gloria de estar a su derecha y a su izquierda. Ciertamente ni ellos ni nosotros acabamos de saber de qué va lo de beber su cáliz, de bautizarnos con su bautizo; si lo supiéramos quizá no tendríamos tanto interés en lo de la derecha y la izquierda. Ellos como nosotros sin acabarnos de enterar de NADA.
¡Vosotros nada de eso!
|
¿Es ésta la gloria que busco cuando deseo estar a su derecha y a su izquierda?
¿Qué busco cuando digo acercarme y adherirme a Él?
El poder conlleva la tentación de “tiranías” y de “abusos”. ¿Tengo algún ámbito de “poder” (matrimonio, hijos, padres, noviazgo, trabajo, cargos, amigos, comunidad, familia, …). En ese ámbito de “poder”, ¿alguna “tiranía”?, ¿algún “abuso”?
Las tiranías y/o abusos en los que puedo intervenir de alguna manera…
El sometimiento a algún modo de “tiranía” y/o “abuso” que me está dañando…
Lo primero que se me ocurre es algo aplastantemente simple, soy Esclava porque el Señor me llama…
Hace ya unos 15 años intuía que era así como el Señor me llamaba, con la claridad y el lío de alguien de 18 años, con motivaciones mezcladas, entre las ganas de entrega, de amar, de ayudar, de servir…y otras menos nobles de idealismos, de sentirme salvadora y protagonista…
Mi llamada era ese deseo que el Señor ponía en mí de ser radical a la hora de seguirle, deseo de no ser mediocre y el camino que intuía como Esclava me hablaba de eso, sentía que el Señor me decía, “Te quiero mía y te quiero toda”…
Luego al ir caminando, la vida va poniendo todo más en su sitio, y va purificando lo turbio, y bueno siento que ha sido Él quien se ha encargado, el Dios de las oportunidades y de la fidelidad sin fisuras me ha ido rescatando y salvando, como Amor que se encarna en la miseria que soy y en la miseria de la realidad y que ha autentificado aquella primera respuesta, siento que el Señor me ha ido enamorando cada vez más y lo que más me emociona no es aquella llamada sino que hoy sigo sintiendo, con más claridad y verdad aún, la llamada a ser su Esclava, desde mi miseria enamorada.
Aún me sigue resonando la llamada a la radicalidad, pero ya sin extremismos ni resplandores…ahora me suena a RAIZ, a ser de raíz, a enraizarme en Él, desde lo pequeño, a conectar con lo más hondo y auténtico de mí, que soy amada por el Señor y que mi “para qué” es anunciar su Amor, “prestarle mis latidos” amando con su estilo, cercanía, ternura, valentía, opción por los débiles.
Mi vocación…lo más grande que tengo, o que me tiene (porque no es mío)…Sé quién soy, de quién soy y para qué vivo…y decir esto en medio de tantos que intentan ser felices, de tantas búsquedas fallidas, lo siento como suerte y privilegio inmenso.
Y además es alegría grande y compartida, ya que desde el principio el Señor me ha acompañado y cuidado por medio de mis hermanas Esclavas, que han tirado de mí, me han abierto los ojos, me han alentado y hasta salvado y mis hermanos, laicos Spínola, con los que comparto el poder vibrar de fondo con un mismo carisma…
¿Qué supone para mí ser Esclava? Saberme persona bendecida…es identidad profunda, Familia, misión, suelo, camino…La forma para mí de seguir al Señor por la vida…
Cuando alguien se me acerca en la calle para venderme lotería, yo siempre pienso, ¡y a veces hasta lo he dicho! Que yo no compro ¡que a mí ya me ha tocado!
Para leer más testimonios ADC pincha aquí.
Y Llegué al Colegio de Sevilla, con 12 años, para quedar como pupila. Allí había amigas mías de mi pueblo: Marchena. Y también una religiosa de ese lugar que se llamaba Madre Desamparados.
Por eso, fuimos su hermana, y dos chicas más a estar internas en nuestro Colegio de Sevilla.
Me encantaron las Hnas. Se mostraban con unas características que siempre nos siguen distinguiendo: sencillas, cercanas, amables, comprensivas…. Tenía en la clase a Madre Sto. Arcángel. La admiraba tanto, que recortaba lo que ella me escribía en mi cuaderno. Luego me enfermé de tifus y la enfermera, era la misma Hna. Me seducía su entrega. Quedaba embobada, con sus actitudes de cariño. Nos castigaron por una travesura que hicimos en la siesta (tiempo de descanso después de comer). Y nos dejaron sin teatro en la feria de Sevilla, porque teníamos nuestra feria en el colegio. Enseguida, pensaba en esta hermana tan querida para mí, cuando me metí en la cama. Y Dios quiso, que me viera, y vino, a mi cama… a preguntarme qué me había pasado... Es el día de hoy, que tengo grabado su rostro… ¡ Cómo atrae ese cariño que nunca se olvida.!!
Con esta enfermedad, del tifus, las cuentas (económicas) subieron mucho, y al finalizar el año, me sacaron del colegio con gran pena mía. Y con mis padres, fuimos a ver a otras congregaciones religiosas. A mí me surgía desde lo más profundo: no, yo quiero a mis Esclavas. Y mis padres me decían vayamos a otra, si estas tampoco te gustan. Así, hasta que la tercera ya me dejaron, en contra de mi opinión, y estuve con ellas 2 años, pero siempre llevaba grabadas a las “mías” como las llamaba. Así a los 15 salí sin que me quedara casi nada de lo vivido en esos 2 años. Y sí llevaba muy profundo, el solo año, en Jesús 18, nuestro Colegio actual. La Virgen, el amor a Ella, en el mes de Mayo… ¡Nunca lo olvido! A pesar de mis añitos…
Siendo ya joven, de 19 años, en un viaje, me encontré con Madre Desamparados, la de mi pueblo, invitándome a vivir una experiencia inédita porque no había universitarias en Málaga. Ella me dijo que los costos serían muy pocos, podría ir a dormir y estar estudiando fuera. Ahí mis padres accedieron, y como las llevaba tan profundamente dentro de mí, caí rendida… a ser Esclava. A esos 19 años descubrí que me llenaba su “estilo”, su vida… etc... etc... Y lo que vivía, por más presumida que era, y por más amigos, enamorados, etc... etc... todo lo que suele tener una chica a esa edad, no llenaba lo profundo de mi corazón. Y mirando el mar, me llenaba su dimensión holística… y me fui a comentárselo a esta bendita monjita Madre Desamparados… Y así, acompañada por ella fuimos madurándolo durante los dos años siguientes lanzándome a la aventura de ser toda del Amor, que te inunda sin saber los límites. El te lleva por caminos maravillosos, que te llenan el alma, el corazón y hasta las últimas entrañas de tu ser. Queriendo cada día , ser más suya… fundiéndonos en un solo latir, y un solo corazón. Si mil veces naciera, seguiría siendo esclava de su Amor, al estilo de Celia y Marcelo.
Lola Serrano. Asunción Paraguay.
Para leer más testimonios ADC pincha aquí.
¿Y quién es éste? Dirán algunos… pues uno que también quería encontrar cuál iba a ser su vuelo… (Parábola de unas alas. De Emilio Mazariegos)
¿Por qué soy Esclava del Divino Corazón?... Una pregunta a la vez fácil y difícil del contestar.
Fácil, porque hay un solo motivo real y es que el Señor lo ha querido desde siempre, me lo hizo ver y yo acepté su propuesta. Así de simple.
Difícil, porque no es fácil de entender esto ¿no? Porque siempre que hablamos del destino de una vida topamos con el misterio. Las preguntas que me hacen normalmente los alumnos y gente conocida son algo así como éstas: “¿Y cómo supiste lo que quería Dios? ¿No pensaste alguna vez que te podías equivocar?”
¡Hombre pues claro que me podía equivocar! Pero hay que lanzarse… aunque no de repente, así, sin pensarlo. Verás, es que el Señor sabe cómo hacer las cosas. Conmigo reconozco que lo hizo muy bien. Se me fue presentando con lo mejor de la vida. En aquellos momentos de los 13, 14 años, en la ilusión y en la alegría de los sencillo, en la Naturaleza con las marchas montañeras, la convivencia con los amigos, en el baloncesto y todo lo que fuera pasarlo bien. Yo disfrutaba mucho (y sigo disfrutando) en los campamentos, encuentros, acampadas…
En esas experiencias me iba conociendo más por dentro, las reflexiones en grupo y, sobre todo, los encuentros con el Señor en la oración, fueron haciendo que esa relación con “el Amigo” fuera más profunda e íntima. Y es que Él se me hacía más presente sobre todo en el encuentro con las personas. Primero el ver la alegría y la entrega incondicional de las Esclavas del Colegio de aquel entonces, de Sevilla, donde estudiaba, esa cercanía con nosotros, las niñas y adolescentes. Esto me hizo preguntarme en ese tiempo: ¿Me estará llamando el Señor a ser Esclava? No era yo sola, que recuerdo a amigas que se hacían la misma pregunta. Y es que a las Hermanas se las veía felices. Pero no era fácil descubrir si aquello era algo que tú te inventabas porque te contagiaba o de verdad es que era la vida que “el Jefe” deseaba para ti.
Tres cosas que me ayudaron mucho a mí a ir descubriendo la respuesta fueron: escribir un diario por las noches “a mí amigo Jesús”, VIVIR LA VIDA INTENSAMENTE, sacándole todo el jugo a todo lo que estaba viviendo, en profundidad, no quedándome en lo anecdótico o la superficie y, luego, compartir mis experiencias con alguien que pudiera ayudarme y orientarme: una esclava, y también con mis amigas. En esa edad adolescente es lo más bonito poder compartir y sentirte escuchada y comprendida por gente de tu edad que, además tuve la gran suerte de que tenían las mismas inquietudes que yo. Nunca agradeceré lo suficiente al Señor la experiencia de la amistad, ¡qué verdad es que es un auténtico tesoro!.
Bueno, no todo eran alegrías, que en los momentos de dificultades de esos 15 – 18 años también notaba que el Señor me hablaba. En la incomprensión de sentirte a veces “diferente” porque mucha gente pasaba de esas cosas, en la soledad (con la que todo el mundo topa sin más remedio), Él era mi gran apoyo y compañía. También lo veía en aquellas niñas cuando íbamos con el grupo montañero a la Casa del Niño Jesús o luego a las Colonias. Lo que disfrutaban tan fácilmente después de esos problemas que te contaban que vivían en sus cortas vidas. O luego en la vida diaria cuando alguna compañera de clase te pedía ayuda con las mates o con el baloncesto entrenando a las niñas, o dando Confirmación el último año… Descubría entonces cómo me llenaba eso de ayudar, enseñar… ¿sería esa mi vocación: educar a niños, transmitir a otros no sólo conocimientos sino enseñar a vivir y lo más bonito: llegar a descubrir y experimentar cuánto nos quiere Dios y cómo esto nos hace felices de verdad…?
No faltaron los momentos de duda “esto se puede hacer también fuera” con la vida que llevaba, siendo catequista laica, profe. La pregunta clara y directa de entonces era ¿Dónde y cómo podré servir yo más y mejor a los demás en la vida? Creo que ésta es la clave que ha de resolver todo aquel que quiere hacer este mundo un poco mejor y se lo plantea “en cristiano”. Todos queremos encontrar nuestro vuelo, todos llevamos un Juan Salvador Gaviota dentro, en el Yo más profundo de cada uno. Allí donde sólo se oye la voz de Dios. De muchas maneras la puede uno responder, pero si le dejaba a Él, estaba claro que tenía la suya, la que me haría más feliz y no era más que ME QUERÍA PARA ÉL. Ante esa respuesta… ¿quién le dice que no?
Y le sigo dando las gracias a Dios y a tanta gente (familia, esclavas, amigos/as, alumn@s, spínolas y tantos que no lo saben…) que me ayudan a seguir levantando mis alas…
Una Esclava del Divino Corazón… Mª Carmen
Para leer más testimonios ADC pincha aquí.
Pues porque me sentí atraída por alguien que me fue conquistando la vida. Creo que todo comenzó cuando me di cuenta de que algo estaba faltándome por dentro.
A mis padres desde muy jóvenes les gustaba mucho ayudar en lo que podían en las necesidades de la parroquia principalmente en las catequesis rurales. Parece que esa fe que tenían tan viva y como la transmitían fue lo que me hizo ir buscando el sentido profundo de mi lugar en el mundo y me llevaba a cuestionar mi propia vida.
Fui aprendiendo a no quedarme igual ante la necesidad de otros. Tanto así que cuando veía algún pobre tirado en la calle me daba mucha impotencia y no sabía por qué no me quedaba tranquila. Las situaciones de pobreza de mi tierra cogían mi mirada y no sabía el porqué.
Estando en la catequesis de la parroquia una vez nos dijeron que levantasen las manos los que querían ser monjitas; y así con las distintas vocaciones y me acuerdo que levante mi brazo sin saber el por qué. Pero eso claro sólo era por la hora de catequesis. No era una idea que me gustara mucho en esa época, ni siquiera quería ir al colegio de las hermanas.
Sólo me gustaba participar en el grupo misionero porque dedicábamos un tiempo a las misiones en lugares pobres. Algunas veces convidaban algún misionero para compartir su experiencia, y me llamó mucho la atención un joven que con los padres del Verbo Divino se fue como misionero a Vietnam. Me impactaron las fotografías y lo que contaba de la situación que allí se vivía y noté que algo dentro de mí se estaba formando, era como un deseo de también poder hacer algo.
Comencé el secundario en una escuela comercial del estado, hice allí de 1ro hasta 3er año. Después no podía mas con la intriga que llevaba en el corazón y no entendía nada porque no estaba tranquila. Les pedí a mis padres que me cambiaran al colegio de las hermanas.
Al estudiar mis últimos años de secundario en el colegio Sagrado Corazón, fui intentando ver qué era lo que hacía que las hermanas del cole estuvieran tan feliz con lo que hacían.
Me intrigaba saber como poder hacer que el tiempo y la dedicación que uno podía poner al servicio, ayuda a uno ser feliz a largo plazo. Fui descubriendo que en el fondo lo que buscaba era el sentido de mi vida, saber cual era mi lugar en el mundo. Quería descubrir qué quería Dios de mí. Me animé a charlarlo con una de las hermanas. Esto fue un ir abriendo camino a lo que quería Dios de mí. Me dí cuenta que me gustaba la idea de poder entregar todo el tiempo a una obra buena que venía de Dios y no sólo dedicar un fin de semana para hacer obras de caridad. Después de un tiempo de discernimiento inicié este camino de consagración total a Dios. Descubrí cuánto me amaba Jesús a través del cariño de los que me rodeaban principalmente de mi familia. Esto me llevó a querer responderle también con esa misma intensidad. Al experimentar esto dentro de mí me fue llevando a quererlo transmitir en donde el me quiera. Asi fue que ya desde mis primeros años de formación me llevo a conocer tierras extranjeras. Primero Buenos Aires, después Ecuador, Paraguay, distintos lugares de la Argentina donde tenemos colegios, un poquito de España y ahora África, Luanda, donde me encuentro muy feliz, intentando darlo a conocer, viviendo el día a día, entregando no solo un par de horas sino toda la vida. Él sigue conquistando mi vida…
Gracias por esta oportunidad.
Lily, ADC
Para leer más testimonios ADC pincha aquí.
“El Señor tomó la iniciativa, yo solo cooperé.” Esta frase es la que siempre se me viene cada vez que me preguntan sobre como decidí hacerme religiosa (ser monja) tan pronto.
Hace 14 años, cuando yo tenía casi 18, sentí el deseo y el valor de pedir permiso a mis padres para entrar en la Congregación, les dije que quería darme la oportunidad de empezar mi formación como postulante en la Congregación de las Esclavas del Divino Corazón (Hermanas Spínolas). Creo que fue el Señor quien me dio el valor que tuve en aquel momento, fue Él quien tomó la iniciativa, era Él quien quería establecer una relación profunda conmigo. Creo que siempre tuvo la iniciativa, desde que estuve en las entrañas de mi madre. Si veo mi propia vida y mi historia de enamoramiento, puedo decir que Él me bendijo y me sigue bendiciendo con muchas cosas grandes en mi vida.
Crecí en una familia sencilla. Somos cinco, yo soy la tercera niña con un hermano y 3 hermanas. Mis padres son sencillos, mi padre trabajaba en el campo, en un terreno de mi abuela y mi madre era ama de casa. A pesar de que éramos pobres, mi familia me enseñó valores y fue quien sembró en mi joven corazón esa fe en el Señor. Mi abuela fue mi primera maestra de la oración, después mi padre. Él nos hablaba siempre sobre nuestra fe cristiana y católica y fue quien nos llevó por primera vez a asistir a la Santa Eucaristía.
Puedo decir que a pesar de los problemas económicos que tuvimos mientras estudiábamos, he visto como El Señor nos dio la oportunidad de tener unos estudios y como nos regaló talentos e inteligencia. Terminé mis estudios en el colegio y en la Universidad católica como becaria. También he visto como el Señor me amó a través de mi familia: mi abuela, mis padres, mis hermanos, mis parientes y mis amigos que me rodeaban.
Cuando estudiaba en la Universidad de los Jesuitas, tenía un sueño sencillo: terminar mis estudios, ayudar a los demás y quizás casarme. Sin embargo, desde el primer año ya me hacía muchas preguntas: ¿Quién soy yo de verdad?, ¿Para qué estoy aquí?, ¿Después de todo esto, que?, ¿esa es la vida?, ¿cuál es mi lugar y mi misión en la vida? Al final, ¿seré realmente feliz? estas eran algunas de las preguntas que me hacía y había muchas más que me ayudaron en la búsqueda.
El primer año de la Universidad era catequista con las hermanas Spínolas, al mismo tiempo, era miembro de un grupo en la Universidad que tenía la misión de dar catequesis a los niños, especialmente los pobres que vivían en la barriada de la ciudad. En aquel momento no podía entender por qué sentía la alegría de dar mi tiempo como voluntaria a pesar de que el trabajo era un poco pesado. En ese tiempo, yo ya estaba siendo acompañada por una hermana en la búsqueda de lo que verdaderamente quería en mi vida y lo que el
Señor quería de mí. Fue ahí cuando me pareció ver que había algo más de lo que conocía de mí, de lo que hacía y de lo que tenía en ese momento, había algo más preparado para mí, pero algo más…
Desde entonces estuve buscando y conociéndome más a mí misma. En este momento tuve una profunda experiencia de cómo el Señor me había amado y cómo me había bendecido con tantas cosas buenas en mi vida. Aunque hubo problemas y dificultades en el camino, incluso estos momentos fueron también regalos ya que me ayudaron a volverme más fuerte y más madura. Fue entonces cuando me hice consciente de todos los dones y bendiciones de Dios en mi vida, no podía hacer nada sino sentirme muy agradecida y hacer eco de las palabras del Salmista cuando dice " ¿Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?"
Parece que mi corazón no podía contener la alegría de ser tan bendecida por el Señor, quería pagarle. La idea de hacerme religiosa vino a mí pensando que de esta manera podía pagarle; entregarme plena y totalmente a Él y a su servicio. Me preguntaba: "Si verdaderamente el Señor me llama a amar y seguirle en la vida religiosa, ¿le puedo decir no?", y por lo tanto, le dije que sí. ¿Y por qué con las Esclavas (hermanas Spínola)? En primer lugar, me atraían con su sencillez y la manera de relacionarse; en segundo lugar, yo me preguntaba por qué eran felices aun sin tener su propia familia: esposos e hijos; y tercero, porque me sentía amada y aceptada por ellas tal y como soy.
Y sí, decidí darme una oportunidad, si eso era lo que el Señor quería de mí. Al principio, mis padres no estaban de acuerdo conmigo. Pero confiaron en mí y me dieron permiso. Mi padre me dijo que si les preguntaba a ellos no estaban de acuerdo, pero que si era mi decisión, no podían hacer nada, de todos modos, era sólo un intento. Durante los dos primeros años, cada vez que iba de vacaciones con mi familia, mi padre me preguntaba si todavía seguía pensando en regresar al convento, mi respuesta siempre era “sí”... hasta que él cambió sus preguntas, "¿Cuándo vuelves (regresas)?; luego más tarde: "¿Cuál es tu tinaja? (destino)"…
A lo largo de estos años, he experimentado el amor de Dios y su fidelidad en mi vida que me ha hecho ser fiel a Él. El Señor me sigue sorprendiendo con muchas cosas buenas...y por ello estoy muy agradecida.
¡Muchas gracias Señor mío!
Angie, ADC
Para leer más testimonios ADC pincha aquí.
“No os buscó Dios ni porque lo merecieseis ni porque os necesitase; os buscó por un solo motivo, por el amor que os tenía, y para estrechar con vosotras una alianza, que no se romperá nunca”. M. Spínola
Nací el día de San Juan Bautista pero fui registrada el 25 de Junio de 1951. Yo soy la mayor de seis hijos, 3 varones y 3 mujeres de una sencilla familia en la provincia. Mis padres son Católicos pero no practicantes. Mi padre trabajaba en el campo como empleado, era muy trabajador.
Cuando era niña asistía a catequesis e hice mi primera comunión sin que mis padres se enteraran, más tarde lo supieron. Después de mi educación primaria dejé los estudios por dos años porque mis padres tenían problemas económicos y en aquel momento no había ningún colegio público cerca. Había un colegio parroquial pero tampoco pudimos. Después de dos años, mi hermano y yo continuamos estudiando juntos.
Durante los años en el colegio, algo despertó dentro de mí. Me gustaba asistir el manifiesto cada viernes. Intentaba no faltar a misa cada los domingos y cada día si había posibilidad, y sentía atracción por el Sagrado Corazón. Me di cuenta después.
Pocos meses antes de mi graduación, mi padre tuvo un accidente de coche. Desde entonces él siempre estuvo enfermo y finalmente cogió tuberculosis. Todos nosotros dejamos de estudiar otra vez excepto mi hermano pensando que cuando terminase podría ayudarnos a todos nosotros. Me fui a Manila para trabajar para ayudar a mi familia. Mi padre nunca se curó de su enfermedad empeoró y mi hermano se vio obligado a dejar los estudios y trabajar. Después de 4 años mi padre murió, un mes antes de yo llegar a casa.
Yo nunca pensé en volver a Manila. Monté un pequeño negocio, una pequeña tienda y estaba prosperando. Después de algún tiempo, alguien de un barrio cercano vino a nuestro lugar buscando dos chicas. Una tenía que saber inglés porque tenía que trabajar con un grupo de hermanas española en Manila. Ellos fueron a mi casa porque sabían que me había graduado en secundaria; que sabía inglés y estaba interesada. Al principio, tenía mis dudas porque a mí me iba bien en el negocio pero también tenía curiosidad porque ya había oído que algunas chicas de un barrio cercano estaban trabajando con algunas hermanas de las Carmelitas de Vedruna y estudiaban al mismo tiempo (aunque ya no estaba interesada en continuar mis estudios). Dentro de mí, hubo una voz que decía “Inténtalo, no vas a perder nada si lo intentas” y mi madre también me animó a intentarlo. Así que, fui a probar.
Después de una semana, mi compañera de trabajo me dejó sola, lo que significó que tenía que hacer yo todo el trabajo: cocinar y limpiar. Me sentí extraña conmigo misma porque, con esa situación y con ese montón de trabajo, me sentía contenta por dentro.
Empecé a tener curiosidad por la vida de las monjas, cómo podían ser felices sin tener familia (esposo e hijos) y comencé a cuestionarme sobre el sentido de la vida. Siempre hablaba con Rosalinda (una hermana Esclava), le hacía muchas preguntas. Entonces empezaron a invitarme a comer, a rezar y a ir a misa con ellas. Fue en Mayo cuando llegué al convento y en diciembre de 1974 llegó de España una hermana con la noticia de que la misión en Filipinas iba a cerrar y tenían que abandonar el país. Yo me desanimé porque sentía dentro de mí algo, el deseo de ser como ellas. Entonces empezaron a desplegarse ante mí todos los problemas: No había terminado la Universidad, mi familia era pobre, yo era la hija mayor y mi familia me necesitaba. Con el deseo de convertirme en religiosa, necesitaba continuar mis estudios, pero el gran problema era que no tenía dinero. Hna. Ángeles habló conmigo sobre mis planes, me dijo que estaban dispuestas a ayudarme en mis estudios y me darían la libertad para unirme a otra Congregación si mi deseo persistía al terminarlos. Comencé todos los preparativos. Tuve que hacer el examen de ingreso del Gobierno para la Universidad de Santo Tomás. Hna. Ángeles organizó todo con las Hermanas Carmelitas de la Caridad de Vedruna para que pudiera estar en su casa estudiando mientras trabajaba. Mi carrera era profesora.
Continué mi correspondencia con Hna. Ángeles que fue destinada a Brasil. A mediados del curso escolar, de repente en su carta, me preguntó si todavía tenía el deseo de ser religiosa. Le dije que sí, precisamente esa es la razón por la que estaba haciendo todas estas cosas. Ella me invitó a hacer un discernimiento, hablar con Hna. Amelia la Superiora y pedir la ayuda de un sacerdote. Hice todo lo que ella me dijo. Y después de una semana tomé la decisión, pronuncié “mi FIAT”. Después me di cuenta que todavía tenía un gran problema que enfrentar y que podría ser un obstáculo. En nuestra cultura, por ser la mayor de la familia tenía una gran responsabilidad, sobre todo con la ausencia de mi padre. Mi último recurso era mi hermano el que me sigue, Oscar. Hable con él sobre mi deseo. Me sorprendí con su respuesta, inmediatamente me dijo: “Sí, si eso es lo que quieres, y lo que te hará feliz, porque si él hubiese tenido vocación al sacerdocio el podría estar vistiendo sotana” Me dijo que no me preocupara porque él iba a asumir mi responsabilidad. Me dio sus bendiciones y ya no tuve más problema ni con mi madre. Él es mi ángel, mi salvador, fue fiel a sus palabras. Ayudó a mis hermanos (hoy ya tienen sus propias familias) a terminar sus estudios aunque él no terminó los suyos. Y hoy a él le va bien con su y cuida a mi mama enferma.
Mientras terminaba mis estudios, mis documentos estuvieron listos y en Mayo de 1977 me fui a Brasil donde empecé mi formación.
El Señor me encontró.
Frebonia S. Tocmo, ADC (Bonnie)
Para leer más testimonios ADC pincha aquí.
Sencillo, porque sentí la fuerza abrazadora del Amor de Dios y la atracción de una familia congregacional que vive unos valores Marianos.
Manabí es lugar donde vi la luz primera, concretamente Jipijapa, en el seno de una familia, donde el Dios de la vida no era desconocido y se expresaba, de algún modo, en la luz de las velas que siempre debían estar encendidas en el altar familiar, sin considerar peligros de incendios, y que hoy con un camino ya recorrido puedo considerarlo como la zarza ardiente que deslumbró a Moisés.
Este camino de fe, producto de una Iglesia doméstica, y la compañía de un grupo juvenil, fueron débiles raíces que se abrían paso a la vida en busca del manantial y crearon en mí una conciencia misionera.
El trabajo, el ir y venir en el encuentro con los enfermos, confirmaron esa mirada de ansia de reconocer la fuente de la luz verdadera. Era el sueño de juventud.
Hasta que la propuesta de una voz que repetía “Servir es Reinar” y “Ser Esclava es ser libre”, vividos desde el Corazón de Cristo, en el corazón de la humanidad y desde la Iglesia, sin esperar recompensa, creo que fueron otras fortalezas para mi respuesta de dar un Si generoso.
Y para terminar me hice Esclava del Divino Corazón, porque tenían como modelo a una Mujer sencilla y de pueblo, donde todo cálculo humano se confunde hasta desear parecerme a Ella, sin duda María, sigue sosteniendo mi sueño, ilusión y deslumbramiento.
Por ello, sólo Gracias, Gracias por elegirme, gracias por invitarme, gracias por proponerme, y porque en su amor me fortalezco.
Caty Marcillo.
Para leer más testimonios ADC pincha aquí.
A menudo por los pasillos del cole de Sevilla (donde vivo actualmente), en los intercambios, o incluso en plena clase (de forma inesperada), muchos de los niños/as, adolescentes y jóvenes con los que convivo día a día, con los que paso bueno ratos, comparto grupos y charlas de todo tipo… me sorprenden con preguntas como esta: “Me caes muy bien pero… ¿Cómo es posible que te hayas hecho “monja”? ¿Estás tonta o qué? ¡¡No lo entiendo!! ¿Cómo fue eso?...”
Comprendo que en principio cuesta entenderlo, y no pretendo con estas letras aclarar todos los interrogantes que mi forma de vivir despierta en ti, pero al menos espero contagiarte algo de “mi locura” para que no me sientas “tan bicho raro”. Me gustaría contarte que ser Esclava y ser feliz no es solo “compatible” sino que es ¡estupendo! Te lo contaré a partir de una anécdota que viví hace pocos días:
Una de las últimas veces que me asaltaron con una pregunta de este tipo, no sé, fue curioso; me quedé sin palabras y por lo visto apareció en mi rostro una sonrisa de oreja a oreja. Eran alumnas de 1º ESO, estaban expectantes, esperaban que les diera una respuesta convincente, una muy impaciente me dijo: ¡Ángela, no te sonrías tanto y explícanos! ¿Por qué eres monja?... y a mi no se me ocurrió otra cosa que decirle: “Pues creo que ya os he respondido, soy “monja” porque Dios me hace sonreír siempre y eso me encanta”. Ahora las que se quedaron sin palabras fueron ellas… me miraron con cara de… “Ángela a ti no hay quién te entienda” ¿Qué pasa que Dios te hace “cosquillas” o qué?” me dijo una con un tono algo irónico… y a partir de aquí se desencadenó una conversación muy interesante sobre lo que Dios es capaz de provocar en las personas… y concretamente lo que provocó y provoca cada día en mi.
Y la verdad es que esta afirmación que me surgió espontánea no me dejo indiferente, ¡pues si! Creo que hoy por hoy esta es la razón que más me convence. Soy Esclava porque Dios me hace sonreír cada mañana cuando suena el despertador ¡¡que ya es difícil!! Y me anima desde bien tempranito a afrontar el día “encajando y sonriendo evangélicamente” como dice un S.j. que muchas hermanas mías conocen… ¿Quién se va a negar a vivir con este tono vital? Yo desde luego no, ¡yo a esto me apunto! Y cuando digo que Dios me hace sonreír no me refiero a una sonrisa fácil e ingenua, como si una viviera ajena a las situaciones de dolor y sufrimiento que muchas veces se nos presentan… me refiero a una sonrisa conscientemente elegida como modo de afrontar la vida a pesar de las dificultades.
Y tú estarás pensando… todo esto que me estás contando está muy bien pero… “no es necesario ser Esclava para vivir sonriendo, ¿no?” Y realmente tienes razón, hay otros modos de vida a través de los cuales Dios también te hace sonreír, pero resulta que yo descubrí este y ¡me gustó!, y justo esto es lo más difícil de explicar… yo no sé cómo surgió, sólo sé que me atrapó (creo que es muy parecido a cuando uno se enamora), se entontece y no ve más allá de la persona que ama… y así fue; Dios me enamoró a mi poquito a poco, a golpe de grupos, marchas montañeras, ratos de oración… hasta que me insinúo lo de ser su Esclava, yo con una sonrisa “pequeña”, titubeos y millones de dudas… ¡le dije que sí!, y tengo que decir que aunque los inicios no fueron fáciles y por fuera las circunstancias me hicieron llorar alguna que otra vez… le doy GRACIAS al Señor porque por dentro siempre me ha regalado la posibilidad de sonreír. ¡Ojalá el Señor siga siendo siempre mi alegría! y ¡Ojalá! tu descubras algún día que Dios se las ingenia cada día para sacarte a ti también tu mejor sonrisa…
Saludos y hasta la próxima.
Ángela adc.
Para leer más testimonios ADC pincha aquí.
¿Qué por qué me hice Esclava? Pregunta un tanto difícil de responder para quién tiene mala memoria, porque en mi vida no ha habido ningún hecho especial que me llevase a tomar esta decisión.
El por qué pienso es sencillamente porque El Señor lo quiso. Él mismo dijo en Jn, 13,13: No me elegisteis vosotros, sino que fui yo el que os elegí...” y sé que de eso hace 84 años que son los que tengo pues también leemos en el profeta Jeremías: “antes de que tú nacieras, te consagré....
Otra cosa sería, qué es lo que me decidió a tomar este camino, y eso sí que no puedo concretarlo porque, que yo recuerde, no hay ningún hecho concreto que me moviera a ello, como he visto ocurre en otras vocaciones que he oído relatar.
Para tomar esta decisión creo me ha influido los ratos de oración que ofrecía el Colegio, cuando –en aquellos tiempos de los años 40 un cuarto de hora antes de que acabase el recreo de la merienda tocaban una campanilla de mano para que la que quisiera pudiese irse a la Capilla a hacer un rato de oración.
En eso fui bastante constante. No sabía mucho cómo hacer oración, pero me ayudaba mucho un librito que tenía: “15 minutos en compañía de Jesús Sacramentado” (que no sé si ya existe). Estar un rato con el Señor me daba paz y más adelante, algunos domingos –si no tenía ningún plan concreto con las amigas- me iba al colegio a la hora del manifiesto de la Comunidad, que la Iglesia estaba abierta al público. Eso sería con 15 o 16 años.
Pienso que es el contacto con Jesucristo el que va dando luz, al menos en mi caso, para llegar a comprender que merece la pena tomar ese rumbo de seguir más de cerca y, de por vida, al Señor.
Nunca dudé ni se me ocurrió pensar en otra Congregación. La misión y la vida que yo veía entonces en las religiosas, aunque en ocasiones presenciara hechos que merecieran mi aprobación, y el ver a la mayores que ya no tenían actividad en el Colegio, como se pasaban horas con el Señor en la Capillita pequeña que había en Jesús 18, algunas en silla de rueda, tal vez me hicieron pensar también. Sé que hasta el día de hoy, recuerdo aquellas monjas en oración. No hubo nada extraordinario no recuerdo que ninguna de las religiosas me empujase a ello. Notaba, en general, un trato cercano y que se interesaban por mi bien.
Lo que sí puedo afirmar es que al terminar aquel mi último curso de colegio, con 16 años salí decidida a irme al noviciado y así se lo dije a mi padre -mi madre había muerto hacía algunos años-. Quedó sorprendido, pero su respuesta fue que quería para mi lo que me hiciera más feliz. Y ¡vaya si lo he sido! Pienso que esa es la confirmación de que fue acertada mi elección. Al mes y pico, el 2 de agosto, ya con 17, marché al noviciado de Moguer. Nunca, ni dudado, ni me he arrepentido del paso dado.
A lo largo de los años, he ido descubriendo con más profundidad lo que supone la vocación de Esclava; el sentido de la esclavitud, con la riqueza que encierran los matices con que la describió Marcelo Spínola para nosotras (por eso quiso ese nombre para la Congregación) y, sobre todo, el gozo interno que produce gastar una vida en tratar de hacer presente en este mundo, estemos donde estemos y trabajemos en lo que trabajemos, el amor que El Corazón de Dios nos tiene a todos los hombres. La presencia del señor en cada acontecer del camino hace posible la superación de dificultades, que toda vida lleva consigo y creo que al final de mi vida puedo afirmar aquello de S. Policarpo, del s.II, cuando a las puertas del martirio querían que apostatase para verse libre de los tormentos con que lo amenazaban: Ochenta y seis años ha -respondió Policarpo- que le sirvo y jamás me ha hecho mal; al contrario, me ha colmado de bienes…,
En mi caso, son sólo 67 los que llevo en esta vida, pero el contenido es igual. Por todos, doy gracias al Señor.
Para leer más testimonios ADC pincha aquí.
Creo que la fe de mi familia, la mía propia, engancha con el TRONCO DE FE que ha sido y sigue siendo mi madre.
Una gran sensibilidad, desde muy pequeña, hacia el Señor y sus cosas, unido a una como resolución interior, que me ha acompañado desde los 13 años a elegir el camino de lo que permanece y no envejece con los años, constituyeron la tierra donde la llamada del Señor arraigó.
Esta resolución tuvo que ver con un hecho concreto: Desde los 13 años estuve interna en la Residencia de Madrid, que entonces era Colegio. Un Domingo, en el autobús nº 2 pasando por la calle Guzmán el Bueno, vi en la acera, al mirar por la ventanilla, a una señora muy anciana –una de tantas-... En ese momento, experimenté como un escalofrío interior, al pensar: “Algún día yo también seré anciana”. Y en aquel momento, deseé con toda mi alma “seguir un camino en mi vida que me mantuviera por dentro siempre joven…”
El ambiente del Colegio, algunas Esclavas concretas que me acompa-ñaron, y sobre todo el encuentro con la persona de Jesucristo y su evangelio, hicieron posible el paso al Noviciado. El apoyo de mis padres siempre, su manera de vivir mi vocación, ha sido desde el principio un apoyo a todo lo que el Señor ha ido tranzando en mi vida.
Mi trayectoria en la fe tiene mucho que ver con la confianza. Tengo la experiencia de SER CONDUCIDA, envuelta por una “providencia” que me acompaña y me ayuda a vivir los acontecimientos sin inquietud, confiada y serena, apoyada en Quien me conduce.
Esto se compagina con mi limitación, mi pobreza en tantos sentidos. Se va dando en el encuentro con la realidad que me toca, con las personas que vivo, a las que trato de no pedirles lo que no tienen y sí lo que tienen y pueden aportar. Este VIVIR DESDE LO POSITIVO y no desde lo negativo de las personas y las situaciones lo descubro como aprovechamiento de las energías personales y situacionales para construir entre todos la Casa común, la familia del Padre en la que todos somos hermanos.
Después de 47 años en la Congregación, en la que he recibido todo el alimento que he necesitado para llegar a ser lo que soy, experimento con gozo haber acertado en el camino, ya que en la vivencia madura de mi vocación encuentro la realización plena de lo que deseé desde muy joven y busqué al entrar en la Congregación: seguir muy de cerca a Jesucristo, -encarnado sobre todo en los hermanos más pequeños que voy encontrando en el camino-, como el tesoro por el que merece la pena venderlo todo.
Encarna Corral ADC
Para leer más testimonios ADC pincha aquí.